Detrás de las miles y miles de presiones que siento cada cierto tiempo con respecto a la crianza de mi hija, creo que he llegado a una etapa de no retorno. Hace meses que me persiguen las voces repetitivas que me recuerdan una y otra vez que la época escolar de Minchiña está al caer y que, de entre los cientos de cosas que tenemos pendientes por hacer, una de ellas es la de dejar a un lado los dichosos pañales.

Hasta hace unas semanas no era algo que me agobiase demasiado. Solía responder a la gente con un ‘cuando ella esté preparada, lo dejará‘ muy seguro y tajante. Pero en el fondo, como buena mamá primeriza que soy, no dejaba de pensar en que quizás mi pequeña necesitaría un empujón para empezar a usar el orinal.

Si no se lo quitas tú, ella no será nunca consciente de lo que es hacerse pipí encima‘, me decían amigos y familiares una y otra vez. Y la verdad es que el asunto tenía sentido. Ella, como cualquier niño, llevaba toda su vida sin la necesidad de controlar si el pis o la caca se escapan, haciendo su vida al margen de meadas o de braguitas sucias, ¿cómo puede entonces comprender un concepto si nunca lo ha vivido?

Así que en una de esas olas de calor propias de la primavera, mucho antes de la llegada del verano, un domingo en concreto optamos por eliminar el pañal y ver cómo se lo tomaba nuestro pequeño demonio. Y a ella, obviamente, le dio todo exactamente igual. Pero no de forma figurada, sino literal. Se pasó el día entero meándose en cualquier lugar de la casa, bien fuera jugando o viendo los dibujos, y lo mejor de todo era que tampoco le importaba lo más mínimo el estar mojada, ella seguía a lo suyo sin inmutarse.

Tanto mi pareja como yo nos dimos cuenta de que no había llegado el momento, que aquello podía ser una locura y que por muy espabilada o aguililla que sea nuestra hija, el control de esfínteres todavía no era lo suyo. Así que regresamos al pañal, bajo la atenta mirada de gente que, intentando ayudarnos, nos decía una vez más que echarse atrás era un error terrible y que debíamos seguir por donde habíamos empezado.

Fue entonces cuando puse la ‘Alba-automática’ y decidí que si Minchiña todavía no sabía lo que era hacerse pis o caca encima, algún día lo comprendería ella solita. Me autocompadecí dejando claro al mundo que mi pequeña conseguiría algún día ir al baño como todo hijo de vecino sin necesidad de sufrir un duro trance por ello, y seguimos nuestra vida de forma habitual y con decenas de pañales de por medio.

Peeero (¿qué sería de nuestra vida sin los ‘peros’?) hace pocos días llegó la primera toma de contacto con el que será el colegio de Minchiña. Primera reunión con coordinadores, jefe de estudios, futuros profesores… todo apuntaba a que sería el clásico momento en el que al fin asumes la realidad de que tu bebé ya no está, en el que también serás consciente del pastón que vas a dejarte en material escolar y, por supuesto, en el que de nuevo la presión sobre los pipís y los pañales vuelve a resurgir de entre las cenizas.

Entiendo que casi todos los peques ya controlan sus pises, pero para aquellos que todavía usen pañal, es ahora un buen momento de quitárselo. Al cole no pueden entrar usando pañales‘ dejo más que claro aquella mujer (creo que coordinadora) ante las miradas de aprobación de casi todos los papás y mamás.

De entre las decenas de parejas que escuchábamos aquella charla, prácticamente todos comenzaron a murmurar ‘que si mi hijo ya hace meses que pide el pipí‘, ‘pues el mío es que ya el año pasado en verano se lo quitó él solito‘… Comencé a agobiarme, sonriendo falsamente pretendiendo mimetizarme con la normalidad del resto. ¿Qué está pasando? ¿qué le sucede a mi hija? ¿no podrá venir al colegio? Estrés, agobio, ansiedad, dolor en el pecho…

Me había pasado más de una hora escuchando a diferentes profesores hablando sobre métodos de enseñanza respetuosos, donde los niños son lo principal. Estaba encantadísima de ver que la educación había tomado un rumbo mucho más abierto por y para el niño, hasta que aquella señora había destruido toda mi ensoñación con su sentencia para muchos lógica.

¿Me estaban vendiendo humo? De repente una mujer alzó la mano desde la otra esquina de la sala y preguntó sobre aquel asunto.

¿Y si los niños vienen sin pañal pero no controlan bien todavía?‘ sentí un leve alivio al escuchar aquellas palabras, alguien más con mi miedos, no estaba sola.

Como maestros, y con la finalidad de amparar a los pequeños frente a posibles abusos, los profesores no pueden tocar en ningún momento el cuerpo de los niños. Ya sea para limpiarlos o bien cambiarlos de ropa, siempre deben ser los niños los que lo hagan. Así que si tu hijo de tres años (si es que ya los ha cumplido) no entiende todavía lo que es querer pis o caca, serás tú (o algún familiar autorizado) la que deba ir al centro para mudarlo las veces que haga falta.

Comprendo perfectamente que se quiera asegurar a los críos de las manos de cualquier desgraciado, pero no llego a entender cómo nos jactamos una y otra vez hablando de la evolución a mejor en la educación pero no respetamos los tiempos de los propios niños. Bien fuera con cuidadoras o a través de algún método diferente, no me puedo llegar a creer que la única norma posible sea obligarlos a entender un proceso fisiológico que está más que demostrado es madurativo.

Estos últimos días he tratado este tema con diferentes familias y he dado con posiciones muy dispares. Desde los que eligen seguir las recomendaciones y eliminar el pañal cueste lo que cueste, hasta los que han hecho oídos sordos y han llegado a septiembre todavía con el pañal puesto.

Le prometí a la maestra que ella no tendría ni que tocar el pañal de mi hijo, en tres horas se lo cambiaría yo misma, fui cabezota y finalmente, a los dos meses él mismo quiso dejarlo‘ me comentaba orgullosa una mamá. ‘Hay niños que entran al colegio todavía con dos años, ¿cómo los vamos a obligar de esa manera? Esa crianza yo no la quiero bajo ningún concepto‘ remataba tajante su mensaje.

Y es cierto, porque quizás para muchos pequeños eso de mearse encima y entender que el orinal y el baño están para algo, no es un problema. Lo habitual de hecho es que la mayoría lo comprendan rápidamente y en cuestión de días el ir al baño se imponga en sus vidas. Pero, y continúo a vueltas con el ‘pero’, ¿qué pasa si no es nuestro caso?

Tras terminar el último de los paquetes de pañales, la decisión final ha sido la de no comprar más. Que pase lo que tenga que pasar, y si lo habitual son las lavadoras y las fregonas, que así sea. Y así está siendo, al menos hasta hace unos días. Minchiña siempre tiene mejores cosas que hacer que pedir el pis o la caca a tiempo, ya ha creado un vínculo de amistad con el orinal (al que hasta hace poco odiaba) pero sus visitas son siempre previa invitación por nuestra parte.

¿Está preparada? Estoy segura de que no lo estaba. ¿Lo está llevando bien? Ahora puedo decir que sí. ¿Lo volvería a hacer de este modo? No, no, y rotundamente no. Ningún niño se merece mearse piernas abajo, y muchísimo menos que ningún desconocido venga a exigirle o a explicarle que así es la vida ‘de los mayores‘. La crianza respetuosa no es esto, quizás va siendo hora de tenerlo un poco más en cuenta.

Que los maestros están para enseñar y no para cambiar pañales, es algo obvio. Pero si pretendemos escolarizar a niños de apenas tres años, al menos estar preparados para ello y tener margen de maniobra en el colegio más allá del ‘no pueden usar pañal, y punto‘.

Mi Instagram: @albadelimon

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