Este mundo está plagado de etiquetas. Desde que nacemos hasta que nos llega el momento de irnos para siempre, vivimos con la imposición de posicionarnos por absolutamente todo. Ya sea por gustos o preferencias, por el tipo de educación que nos han brindado nuestros padres, por ideología… La sociedad se ha acostumbrado a etiquetar a sus miembros y no hay más que hablar.
Esto de la maternidad me está abriendo puertas a nuevos conocimientos constantemente. Cada paso que damos en la crianza y educación de nuestra hija nos propone un nuevo reto y muchas cosas que aprender. Porque cuando percibes ciertos temas como mero espectador pueden parecer banales, sencillos, pero realmente todo lo que rodea a un bebé tiene su lado complicado.
Actualmente hemos entrado de lleno en el proceso de elección del colegio al que irá nuestra pequeña el próximo mes de septiembre. Tenemos la suerte (o la desgracia, según se mire) de contar con bastantes centros a nuestro alrededor, así que nos hemos propuesto visitarlos y valorar por cual nos decantamos. Por el momento solo hemos asistido a una de las reuniones, y ya hemos entrado en barrena. Nada más sentarnos junto al director del centro nos ha preguntado sonriente: ‘¿Qué tipo de crianza habéis elegido para vuestra pequeña?‘
Lo fácil hubiera sido haberle respondido que la crianza con apego, esa en la que nos basamos en empatizar con la criatura, en la que jamás se niegan los brazos y todo gira en torno a tener paciencia y explicar las cosas al niño (como resumen muy básico). Aunque lo cierto es que no siempre hemos sido constantes con este método. Como buenos primerizos hemos castigado cuando no hemos podido más, nos hemos enfadado cuando las cosas se han ido de madre o hemos llevado mal algún que otro berrinche.
Así que ambos nos hemos mirado perplejos y no hemos sido capaces de responder a la pregunta. Desde ese día no he dejado de darle vueltas al hecho de que todo tenga que ser blanco o negro, hasta la educación que doy a mi hija. Que si crío con apego no puedo levantar la voz jamás, y si decido pasar de él tengo que ser fría con mi pequeña. ¿Dónde está el término medio?
Entonces he sido consciente de la cantidad de veces que alguien ha puesto en duda el cómo estoy criando a mi retoño, y la verdad es que han sido muchísimas, incluso diría que demasiadas. Con la familia ‘mira que eres débil, te va a torear de aquí en unos años‘, con las amigas ‘no seas tan dura con la niña, intenta ponerte en su lugar que es muy pequeña‘. ¡Me voy a volver loca!
Os voy a dejar por aquí algunos de los ejemplos en los que la gente me ha juzgado, o al menos lo ha intentando, mientras yo lo único que estaba haciendo era criar a mi hija.
1/ Con al alimentación.
Si doy biberón estoy negando a mi hija uno de los alimentos más sanos y completos de la naturaleza, la leche materna. Pero si intento afianzar la lactancia materna estoy perdiendo el tiempo y matando de hambre a la cría.
2/ Con el sueño.
Si permitimos a la pequeña dormir en nuestra misma cama estamos locos y jamás conseguiremos que descanse en su propia habitación. Aunque si la acostumbramos a dormir en su cuarto desde bebé somos unos padres desapegados y egoístas.
3/ Con la educación.
Si destinamos tiempo a hablar y explicar a nuestra hija qué es lo que no se debe hacer estamos malgastando fuerzas y criando a una ‘niña blandita‘. Pero si le reñimos o castigamos somos unos ogros chapados a la antigua.
4/ Con los demás niños.
Si le permito a mi hija que sea ella la que decida cuándo y con quién quiere jugar soy una madre permisiva que no enseña a su hija a socializar. Aunque si opto por exigirle que comparta sus juguetes y así los disfrute con todos los niños no estoy dejándola a ella elegir y mino su personalidad.
Podría seguir, ¡vamos que si podría! Pero voy a frenar por el bien de mi paciencia. Obviamente hay según qué ejemplos que parecen claros, aunque ya os digo que al vivirlos en primera persona no son tan evidentes.
Al final en la vida siempre nos enseñan que las elecciones son solo nuestras y que lo que digan u opinen los demás no debería importarnos lo más mínimo. Pero parece que todo lo que rodea a una criatura sea cuestión popular, en la que todos pueden y deben dar su punto de vista o juzgarte por no seguir sus ideales.
Dudo mucho que la crianza pueda ser solo de un color. Tener las cosas claras es muy importante, por supuesto, pero decidir cómo queremos educar a nuestra hija no debería obligarnos a seguir un método a rajatabla. Porque es justo ahí, cuando titubeas, cuando los demás te pondrán en duda y te cuestionarán. Y la realidad es que ese momento en el que no sabes cómo actuar es en el que más aprendes tanto de ti mismo como de la vida.
Ahora, una vez analizada la situación, ya sé qué responder si me vuelve a plantear la pregunta: ‘¿Y vosotros qué tipo de crianza habéis elegido para la niña?‘ → ‘Mantenerla sana, salva y, por supuesto, feliz‘.