Siempre se justificó diciendo que es géminis y que, como tal, tiene dos caras y no siempre sabemos reconocer cual nos muestra. Pero es que no tiene dos, tiene doscientas. Sabéis esa frase Groucho Marx de “Estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros”, pues aplicad esto a toda una personalidad y así es mi amigo.
Lo conocí cuando empezó a salir con una amiga, nos caímos bien y nos hicimos bastante íntimos (¿en qué momento de me ocurrió?). Mi amiga llevaba toda la vida yendo a clases de bailes de salón, le encantaba bailar salsa, cumbia, bachata… Se enamoró de él bailando en una discoteca. No bailaba especialmente bien, pero ponía mucho empeño y eso a ella le encandiló. Parecían hechos el uno para el otro. Llevaban la misma música en sus respectivos coches, sus cuentas de Netflix eran casi iguales y tomaban la misma infusión por las tardes y el mismo cóctel cuando salían de fiesta.
Estuvieron juntos casi dos años. En ese tiempo él y yo nos entendimos bien. Yo acababa de romper una relación muy larga y él me escuchaba mientras mi amiga (su novia) no salía de trabajar. No penséis mal, nunca pasó nada raro, era simplemente un amigo.
Durante ese tiempo, mi amiga se metió en una ONG relacionada con las ayudas a menores tutelados por el Estado y él se metió de lleno con ella. Estaban tan implicados que hacían pensar que no toda la sociedad está tan podrida, porque estaban allí para realmente cambiar las cosas.
Cuando lo dejaron, como es normal, él se quiso apartar un poco porque se le hacía muy duro coincidir con ella por el momento, así que dejó de ir a las asambleas y los voluntariados durante un tiempo… El tiempo, como era de esperar, fue infinito porque nunca más volvió. Las amistades que había hecho allí lo llamaban, pero siempre tenía una buena excusa.
De mí también se alejó un tiempo, pero cuando yo le escribí para preguntarle cómo estaba y me ofrecí a devolverle el apoyo que me había brindado, lo aceptó y empezó a hablarme de una chica que había conocido y de la que empezaba a estar pillado. Era de su edad, quizá un poco menos, vestía pantalones anchos y llevaba unos enormes pendientes de aro que le apoyaban en el hombro, la camiseta blanca de algodón le llegaba a las rodillas y el eyeliner era infinito. Era tan distinta a mi amiga que quizá era lo que él necesitaba ahora. Cuando me subí a su coche dos meses más tarde me sorprendió el sonido que salió de los altavoces de sus puertas: unas bases de rap muy chulas que no le pegaban en absoluto. Cuando le fui a dar dos besos para saludarlo tuve que esquivar la visera de su gorra y, al salir del coche cuando llegamos al sitio donde tomaríamos algo juntos, me alucinó ver su vaquero enorme y la cadena que salía del enganche del cinturón hasta su bolsillo. Parecía imposible que al mismo chico le hubiese ayudado a elegir camisa para fin de año no hacía tanto tiempo.
Durante meses sus redes sociales estaban llenas de rimas, de bombos y cajas, de filosofía, de hip hop en todo su esplendor. Esta chica acudía a menudo a un local donde sus amigos quedaban para improvisar y él empezó a acompañarla. Fue un shock ver un Reel en redes donde salía él intentando rimar algo romántico para ella delante de tanta gente que daba palmas para marcar el ritmo.
Antes de que me acostumbrase a su nuevo look, la había dejado. Vino a mi casa con una bolsa de ropa para que se la llevase a mi amiga para el mercado solidario de la ONG de su parte.
Al año siguiente lo vi en un festival de música. Lo encontré en la zona reservada para las acampadas. No esperaría jamás verlo allí, con una cinta de colores en el pelo (que le había crecido un montón), una riñonera muy floja que no llegaba tan abajo como el tiro de sus pantalones verdes. Una camiseta de tirantes dejaba ver sus brazos tensionados mientras hacía volar aquel diábolo. ¡Por favor! ¿Podía ser más prototípico? Creí que le faltaría un perro y unos timbales, pero… No le faltaban.
Charlamos largo y tendido mientras la gente con la que yo iba colocaba sus cosas en nuestra parcela. Me contó que se había enamorado de una chica que tenía un puesto de pulseras y pendientes hechos a mano, que se había afiliado a un partido político super reivindicativo y que estaba muy implicado en los cambios que proponían. Estaba pensando en dejarlo todo para dedicarse de lleno a la política. Había encontrado su vocación y su nuevo objetivo vital. Me comentó que se planteaba hacerse la vasectomía, porque no quería tener descendencia y cada vez estaba más convencido de que sería un error tal y como estaba el mundo.
Ya no me sorprendió cuando, un año después, me habló de la mujer de su vida, una chica que conoció en el partido y que le cambió la vida. Llevaban tres meses juntos y estaban pensando en tener un hijo pronto. Él creía que podrían disfrutar de una conciliación digna para su vida familiar ya que la sociedad estaba en un camino transformador y las criaturas eran el futuro. Sus redes estaban llenas de consignas feministas, de fragmentos de discursos políticos y de fotos de él con su nueva novia en restaurantes de lujo, vestidos siempre de punta en blanco. Me alegró verlo feliz, pero empezaba a pensar que no tenía muy clara su personalidad. Más bien, su personalidad dependía solamente de con quien estuviese teniendo sexo en ese momento.
Pues bien. Por razones ajenas a nosotros, pasé los últimos 3 años sin saber de él. Había borrado sus cuentas hacía sin explicación y la vorágine del día a día me llevó a no recordar nunca escribirle. Hasta que un día una cuenta de Instagram me envía un privado diciendo que es él y empezamos a hablar. Me cuenta que tuvo que borrar sus antiguas cuentas hace un año en un ataque de celos de su novia, que se llevan genial, pero que es bastante posesiva. No me extraña saber que es otra diferente, ya que con la anterior llegué a tener cierto trato y no me pegaba algo así para nada. Mientras nos ponemos al día ojeo su cuenta impersonal totalmente donde se dedica a hacer campaña de un partido de extrema derecha, compartiendo vídeos de hombres contando sus vivencias como víctimas de denuncias falsas e incluso uno hablando sobre los peligros de los MENAs en nuestras calles. Aquellos menores por los que había luchado años atrás, por los que se desvivía con mi amiga para ayudarlos a integrarse, ahora hablaba de ellos como la escoria de la sociedad. Puedo entender un cambio de parecer, pero no a este nivel y sobre todo cuando lo único que ha cambiado ha sido la persona con la que folla al llegar a casa. ¡Nada más!
Poco pudimos hablar hasta que me escribió su novia diciendo que dejase de acosar a su futuro marido, que ya se veía que era una de esas guarras con las que él anduvo en su pasado, pero que no podría volver a llevarlo por el camino de la perdición de nuevo.
Me bloqueó.
Supe hace poco que, después de una boda por la Iglesia por todo lo alto, esperan un bebé y se están mudando a un chalé a las afueras. Desde luego espero que haya cambiado de trabajo y le vaya muy bien, porque con su sueldo de mierda que ha tenido siempre, por mucho que quiera mimetizar al entorno de su nueva novia, mil euros siguen siendo mil.
Escrito por Luna Purple basado en una historia real de una seguidora.
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