Naciste y te pusieron en mis brazos. Es difícil de explicar, pero tuve la sensación de que durante toda mi vida, mis brazos se habían preparado para ese momento.

Ese momento en el que descubrí que tu diminuto cuerpo encajaba perfecto en el hueco, hasta entonces vacío, de mis brazos.

Salí del hospital contigo en brazos, dormías en mis brazos, te arrullaba en mis brazos para comer, para pasear, para todo…

Por supuesto, no faltaron los comentarios que decían que te que te ibas a mal acostumbrar por tenerte tanto en brazos, que después no querrías estar sin mí…

Y ante esas cosas, qué decir. Pues yo callaba y te mantenía tomada y ¿sabes por qué? Porque sabía que era justo lo que necesitabas en ese momento: a mí y a mis brazos.

Y que muy a mi pesar, ese momento no sería eterno y así fue.

Cuando empezaste a caminar, ya no querías tanto mis brazos. Te bastaba con mi mano para sostener tus primeros pasos. Solo cuando te cansabas de andar con tus diminutos pies, alzabas tus bracitos al cielo porque querías volver de nuevo a tu rincón. Ese rincón que siempre está listo para ti: mis brazos.

Seguiste creciendo y se volvieron muy contadas las ocasiones en las que me pedías que te tomara. Hasta que llegó el día en el que no lo volviste a hacer.

Que es ley de vida y señal de que creces según lo previsto. Que la vida son etapas, que empiezan y acaban cuando llega su momento. Pero eso no quita, que mis brazos han quedado vacíos sin ti.

Que ahora me apena no haberte cogido en brazos un poquito más, no haber disfrutado el momento un poco más, no haber sido consciente de que eso pasaría. Pero la realidad es otra y que, aunque a veces también sea agotador, como todo acaba.

Si lo miro por el lado positivo, ahora puedo usar las dos manos para comer, no me duele tanto la espalda, no se me duerme el brazo por sostener tu cabeza apoyada en él mientras duermo y paseo más ligera de peso.

Ahora que eres una niña, pero tú te ves a ti misma tan mayor, te recuerdo que siempre, siempre, siempre, por mucho que pasen los años y por muy mayor que seas, aquí estarán para ti los brazos de tu madre. Para ayudarte, para abrazarte, para arroparte, para sostenerte, para cuidarte.

Porque no cabe duda que no hay otro lugar mejor donde cobijarse, que en los brazos de mamá.