Mi señora madre, de quién heredé mi contextura, me dijo una vez que las chicas grandes debíamos desarrollar la capacidad de ignorar comentarios maliciosos, para poder estar tranquilas. La mayor parte del tiempo lo hago, me atrevo a decir que el 80 o 90 por ciento de las veces. Los comentarios “disfrazados” son fáciles de ignorar, después de cierto tiempo uno se acostumbra y simplemente pone la poker face de costumbre. Pero a veces, ciertas personas o cosas son demasiado difíciles de ignorar. 

Me acaba de pasar en una entrevista de trabajo, y empecé a escribir tan pronto como dejé de echar chispas. Me salí de una corporación grande donde todos los puestos importantes estaban cubiertos, pues estoy en la cruzada de construir mi carrera profesional y decidí probar suerte en una empresa pequeña, en crecimiento, donde yo pudiera crecer también. En eso enfoqué mi búsqueda y al entrevistarme solo con empresas pequeñas, en casi todas las oportunidades me ha tocado que me entreviste el mismísimo jefe, dueño de la empresa.

Ha sido una experiencia interesante, y tras lo que me sucedió hoy, definitivamente dura.

Uno pasa la vida escuchando que las personas con dinero suelen ser mandonas, déspotas, odiosas y cosas así, pero el individuo que me entrevistó hoy era el típico tío rico de película, que trata mal a todo mundo y  no deja hablar a nadie.

Desde el principio de la entrevista me puso los nervios de punta, me lanzaba preguntas capciosas, refutaba todo lo que yo le decía, y me interrumpía de forma grosera cada tanto. Honestamente no lo encontré insoportable, he tenido ya un jefe así y tristemente estoy acostumbrada, así que ahí yo todavía iba estoica, defendiéndome de todo lo que me lanzaba. Pero me lanzó una que, por primera vez en mucho tiempo, y por mucho rato, me dejó sin palabras.

Después del típico “dime por qué debería contratarte” y que yo le respondiera mis excelentes razones, el tío me dice, “¿Puedo confiar en ti? Es que no veo que tengas lo que se necesita para el puesto”.

Obviamente se lo cuestioné y le pregunté sus razones para pensar eso. Y ahí fue cuando me dejó estupefacta:

“Es que por tu peso noto que no tienes mucha voluntad y control, si te soy honesto nunca he confiado en las personas gordas. Si no le ponen empeño a su apariencia, que es su carta de presentación al mundo, no le ponen empeño a nada. Y ni hablar de la salud.”

Vale, no soy experta en derecho laboral ni nada por el estilo, pero si el tío abría con discriminación, no quería imaginar cómo iba a ser una relación laboral con él. Perdí el interés (que había sido alto) en el puesto en cuestión de instantes. Me puse de pie y le tendí la mano porque solo quería salir de ahí.

Honestamente no tuve la energía ni la audacia para responder nada en ese momento, pero típico, las ideas me llegaron después.  Ya que se me ocurren todo tipo de respuestas y adjetivos para él, voy a exponer a ese supuesto empresario en todas las redes sociales posibles.

Lola Lolita