Hoy quiero hacer una cosa muy especial: abrir una botella de champán virtual con todas vosotras y brindar porque ha sido mi última sesión con mi psicóloga.

Hace un año tuve una crisis de ansiedad. No voy a buscar culpables ni causas porque en realidad se me juntaron muchas cosas:

  • El chico con el que había estado durante 6 años me dejó de la manera más cutre posible.
  • En el trabajo me puteaban como la que más. Estaba currando con un contrato de prácticas pero trabajaba más horas de las que estaban establecidas (muchas más) sin ver un duro.
  • Mi grupo de amigos de toda la vida estaba súper muerto. Cada uno iba a su rollo, había movidas internas y yo, por no querer posicionarme, me vi solísima.
  • Detectaron una enfermedad a mi madre (ya está mejor).

Conclusión: empecé a tener ansiedad. ¿Sabéis qué es lo más irónico de todo? Que no sabía por qué. Tócate los ovarios Mariloles, que con la vida patas arriba me preguntaba “pero por qué me pasa esto si debería ser feliz”.

Pasaron los meses y fui dejándolo pasar con la esperanza de que la ansiedad se marchase como había venido, pero fue a más. Total, que en agosto decidí ir a una psicóloga a la que le pongo un piso en la playa porque me ha salvado la vida.

No os voy a contar mi terapia en verso porque tampoco os quiero aburrir, pero aprendí a gestionar los problemas con solución y a trabajar las emociones que surgían ante los problemas irresolubles. Darte cuenta de todas tus cicatrices psicológicas te marca mucho, pero es un proceso brutal que todos deberíamos realizar.

El caso es que en diciembre nos dimos cuenta de que todavía quedaba algo sin resolver: el rencor que sentía hacia mi exnovio.

Fue una relación bastante truculenta pero yo no me daba cuenta. Era un chico que me trataba con indiferencia, haciéndome creer que no valía nada y dejándome con la duda y pendiendo de un hilo cada dos por tres. El problema es que luego hacía algo maravilloso y yo me enganchaba como una sanguijuela a esa relación tóxica. Me engañó, se acostó con otras, me ocultó cosas… Y tras exprimir la última gota de mi autoestima se marchó.

Durante mucho tiempo le guardé un rencor brutal. Pensaba que el dolor es más fácil de gestionar cuando tienes alguien a quién culpar. Ahora me doy cuenta de que no. Aunque alguien nos dispare, está en nuestra mano ir al hospital, hacer rehabilitación, ponernos de pie y seguir caminando. Sí, esa persona seguirá siendo culpable de habernos disparado, eso no se lo quita nadie… Pero el rencor es un veneno que te tomas tú esperando que otro se envenene.

Hoy le doy las gracias a mi ex por haberse marchado, porque al fin soy libre y feliz. Por haberme hundido porque me ha hecho renacer de mis cenizas más fuerte que nunca. Por mentirme porque ahora sé lo que es la sinceridad y el respeto. Por odiarme porque, aunque hubiese preferido hacerlo de otra forma, al fin he aprendido a quererme.