Nos conocimos en un evento en el que se reunieron numerosos amigos y familiares, venidos de cerca y de lejos, y sus respectivas parejas. No cruzamos más de dos palabras. Yo todavía estaba enamorada y casi ni me fijé en él… simplemente le puse cara a esa persona de la que me habían hablado en diversas ocasiones.
Un año más tarde, me pidió amistad en una red social y comenzó a comentarme publicaciones, fotos… no vi nada extraño, veía que alguien del entorno de mi entonces pareja se interesaba y preocupaba por los mismos temas que yo. Cuando empezó comentar mi belleza en público, a mi pareja se le puso la mosca detrás de la oreja, pero no le dio mayor importancia. Yo tampoco se la daba… no sé si era mi baja autoestima o que siempre parto de la premisa de que quien me habla no tiene interés en mí más allá de una amistad.
Cuando empezamos a coincidir muy a menudo en temas y en publicaciones, una cosa llevó a la otra y comenzamos a hablar en privado. Pasó mucho tiempo hasta que me di cuenta de que conversar con él se estaba haciendo imprescindible en mi día a día, al mismo tiempo que mi pareja y yo nos distanciábamos. Después de muchos años juntos y varios de convivencia, apenas teníamos cercanía, ya no compartíamos nuestro tiempo y casi no hablábamos; ya sólo discutíamos por cualquier cosa y hacíamos nuestra vida de manera más o menos independiente. La distancia entre nosotros empezaba a ser abismal, la relación se iba resintiendo cada vez más. En mi otro mundo, siempre estaba esa ventana online en la que me esperaban para charlar de cosas importantes o de nimiedades; una persona siempre dispuesta a compartir tiempo y palabras conmigo.
Pasaron meses y años, hasta que nos dimos cuenta, por ambas partes, de que aquello no era una simple amistad, pero ninguno le ponía nombre porque no podía ser. Nos necesitábamos. Para cuando puse fin a mi relación, ya el camino iba torcido y me culpaba de sentir lo que estaba sintiendo, llevaba demasiado tiempo dudando y escondiéndome de mí misma. Me lancé con mucho miedo y con muchísima incertidumbre, con pánico a hacerle daño al que había sido mi gran amor cuando supiese que estaba con su amigo y pensando en el qué dirán. Nunca me había importado la opinión de los demás, pero este caso era distinto: los amigos de uno eran también los del otro.
La relación nació entre culpas y llantos y se desarrolló al borde de un abismo durante todo el tiempo que estuvimos juntos, que no fue mucho, aunque sí demasiado. Creía haber encontrado a mi alma gemela, una persona con la que podía compartir pensamientos, reflexiones, vivencias… Me cegó la luz que desprendían mis propias ilusiones.
Por una parte, parecíamos hechos el uno para el otro, coincidíamos en muchísimas cosas y las ganas que nos teníamos mientras hablábamos se vieron multiplicadas a la hora de tocarnos y besarnos. Follábamos sin pausa cada vez que nos veíamos, como si el mundo se fuera a acabar mañana, como si… como si hubiéramos esperado demasiado, como si llevásemos buscándonos toda la vida. ¿Cómo una sensación tan hermosa, tan intensa, podía ser algo malo? Mi ex y yo ya no follábamos desde hacía años, ni siquiera nos tocábamos; me había hastiado de buscarlo y que siempre estuviera cansado o ausente. Ya no recordaba lo que era sentirme deseada, y él me miraba como si estuviera viendo a una diosa personificada. Era como si hubiera encontrado justo lo que necesitaba en mi vida.
El sentimiento de culpa que sentía era infinito, tanto que me costó muchísimo hacer pública mi nueva relación. Ya conocía a parte de su entorno desde hacía años y esa parte se me hacía imposible de gestionar con normalidad. Noté las miradas y la falta de naturalidad en alguna que otra ocasión, y yo me sentía siempre mal por haber hecho aquello que siempre dije que no podía pasar: me había enamorado de un amigo de mi ex. Cuando me comentaban historias de este tipo, siempre pensaba que había muchas personas en el mundo como para caer justamente ahí, con todos los problemas que ello acarreaba. Sin embargo, la vida a veces te tiene preparadas pruebas que no esperarías, y te da dos tazas.
Por su parte, él vertía su propia culpabilidad y su frustración sobre mí, como si yo le hubiera obligado a comentar mis fotos, a hablarme cada día o a buscarme a cada instante. Era como si yo le hubiese forzado a metérmela, llegado el momento, y como si también le estuviese obligando a quererme. De hecho, en cuanto fui libre, dejó de mirarme con los mismos ojos. El cambio de actitud fue tan brutal que se me hizo insoportable y comencé a arrastrarme detrás de él. Ya no era fruta prohibida, ya podía mostrarme ante los demás… tuve la impresión de que se avergonzaba de mí. Me echaba en cara constantemente cada cosa que hacía y que no hacía, lo que decía y lo que no decía.
No voy a describir el tiempo que estuvimos juntos, no merece la pena. Todo lo maravilloso que vimos el uno en el otro se esfumó y acabamos muy mal. Yo siempre me sentí enormemente culpable; él —pretendo buscarle alguna explicación —enfocó sus sentimientos de ira hacia mí y me despreció muchísimas veces. Después, volvía a mí. O quizá simplemente era así de antes, pero yo no lo vi… o no se dejó ver. El adjetivo que mejor describe toda esta historia es «intensa».
Supongo que habrá historias de amores tan prohibidos como éste que acaben bien, pero no fue mi caso. Como dirían en una reseña cualquiera, «no lo recomiendo, no repetiría». Sufrí más de lo que gané, perdí hasta mi propia dignidad. Le hice daño a una persona muy querida y algunas relaciones del entorno se rompieron.
Mi expareja, después de muchos desencuentros y pesares —no puedo imaginar cómo lo tuvo que pasar—, se centró en el cariño que nos profesábamos y pudimos rehacer nuestra relación en forma de amistad cercana.
Amiga, enamorarte del amigo de tu novio no es buena idea. La vida no está para complicárnosla, sino para disfrutarla y hacerla fácil. Vistas desde fuera, este tipo de historias están muy claras; desde dentro, son otro cantar. Sólo una cosa me atrevo a aconsejarte si te ves en una situación similar: no te juzgues, sólo te estás guiando por tu corazón; no te juzgues, porque para juzgarte ya estarán los demás.
ATIA