Lo que hace la inexperiencia y la inocencia de cuando empezamos a madurar. Cuando creemos que el amor está predestinado, que las historias románticas nos van a ocurrir a nosotras y no vemos las enormes banderas rojas que hay por todas partes. Y eso me sucedió a mí con mi primera pareja. Pero empecemos por el principio.

Tenía diecisiete años, acercándome a los dieciocho, y cero experiencia en amor porque entre que era tímida, me sacaba cero partido y que siempre me fijaba en quien no se fijaba en mí, no había tenido ni siquiera un rollo. Así que, cuando llegó él, Sebastián (ya sabéis, nombre que no es el suyo), fue algo totalmente nuevo, fantástico, lo que siempre esperé. Era esa historia de amor.

Por aquella época yo entraba mucho en chats de rol, y había ido conociendo a un montón de gente de todas partes de España, entre ellas a una chica llamada Raquel que, además, era de Madrid. Hablábamos bastante, aunque no nos considerábamos amigas. Sin embargo, en una ocasión, como tenía mi teléfono, ella me escribió diciendo que se había enfadado con su novio, que si era un capullo… Yo la escuché, me contó que era andaluz, que tenían una relación a distancia y que habían discutido. Total, que al rato, me dijo que ella había sido la tonta, que es que le había puesto contra las cuerdas y que ahora no le cogía el móvil, que si podía escribirle yo pidiéndole disculpas de su parte. Y yo, que era —y aún soy— tontísima, me metí en todo el medio.

Y ahí apareció Sebas. Un andaluz serio, pero con gustos similares a los nuestros. Al principio hablábamos sobre todo cuando Raquel hacía alguna de las suyas —pronto me di cuenta de que tenía tendencia a liarlas gordísimas—, pero poco a poco fuimos hablando más de nosotros. Él empezó a llamarme por teléfono, yo le devolvía las llamadas… Nos podíamos pasar horas, literalmente, horas hablando. Nos buscamos también en el chat donde estábamos los dos —también se conocieron allí ellos dos—, y cuando no hablábamos por teléfono, lo hacíamos por allí.

Pronto, yo estaba colgadísima por él, y él, por lo visto, por mí. Lo que empezó como una necesidad de una tercera persona, se convirtió en una amistad y, pronto, en un idilio. No nos conocíamos cara a cara, pero era como si lo hubiéramos hecho de toda la vida. Y pronto, aun estando con ella, llegó el primer «te quiero» y las mariposas en el estómago. Sí, seguía con ella, prometía que iba a dejarla en cuanto estuviera ella más tranquila, y que entonces vendría a verme.

Y tengo que decir que cumplió. Tres meses después de prometérmelo, pero lo hizo. Dejó a Raquel, y pocas semanas después vino a verme. Fue alucinante, de verdad, dulce como él solo, me pidió salir, compró dos anillos de plata, uno para cada uno, con la fecha del día que empezamos… Vamos, todo un amor. Y yo estaba que no cabía en mí de la ilusión. Y durante unos meses, todo fue así. A distancia, sí, pero lo mismo. Todo eran buenas palabras, cariños, para mi cumpleaños me mandó regalos… Era perfecto, lo prometo.

Hasta la segunda vez que vino, que es cuando empezaron las primeras cosas que me chirriaron. Y es que no dejaba de decirme que, quizá, debería ponerme a dieta. Que no estaba mal, pero que podría comer menos, pesarme más para ver con qué subía o bajaba de peso… Un montón de cosas. Y todo, porque quería que cuando fuera a conocer a su familia les causara una buena impresión. Porque tener dieciocho años, medir 1,63 y pesar 85 kilos, por lo visto, no daba buena impresión.

Fue un comentario que se repitió durante los cuatro días que estuvo, y aunque me molestó, estaba tan acostumbrada a que me lo dijeran, que lo dejé pasar. Pero ese primer comentario, empezó a dar paso a muchos más. Comenzó a dar paso a que quisiera saber siempre con quién salía, a que se enfadase si llegaba un poco más tarde de lo que le decía a casa, si prefería dar una vuelta con mis amigas que estar en el chat…

Se volvió controlador. Y comenzó a compararme con su vecina. Que si ella, que era su amiga de toda la vida, siempre llegaba a la misma hora, que si salía lo justo con los amigos porque era una chica responsable que estudiaba y que respetaba tener un novio lejos… Sí, luego me enteré de que era del mismo chat y salía con otro chico del mismo que también era de Madrid —y que, curiosamente, conocí tiempo después y con el que me hice muy amiga—, pero me olía todo a reproche. Aunque, claro, era mi novio, ¿y si le estaba haciendo daño sin darme cuenta? ¿Y si, de verdad, estaba saliendo mucho con mis amigas? Así que, empecé a aislarme un poco y a pasar más tiempo en el chat.

Por un lado, me vino bien, estudié más durante el primer año de carrera y conocí a la que hoy en día es una de mis mejores amigas, aunque vivimos a 600 km de distancia, pero… me aislé. Y perdí, por supuesto, a ese grupo de amigas.

Poco a poco, las llamadas se espaciaron, aparecía menos por el chat y me hablaba más y más de su vecina. Ahí fue cuando empecé a darme cuenta de que, posiblemente, Raquel debió sentirse igual. ¿Y si se estaba repitiendo la historia? ¿Estaría engatusando, enamorando a su vecina, mientras a mí me iba dando de lado? Durante días, este pensamiento me rondaba una y otra vez, una y otra vez, aunque me lo callaba siempre. No lo hablé con nadie. Me sentía perdida, un poco sola y una mierda, la verdad. Por suerte para mí en ese momento, a veces actúo por impulsos, así que uno de esos días en cuestión que me llamó, me soltó lo que hizo que la mesa prendida, llegase a la bomba y explotara por completo:

—Quizá debería salir con ella, que la tengo más cerca.

Ya estaba, iba a hacer lo mismo. Además, la tenía al lado. ¿Quién decía que no me había engañado con ella? ¿Qué durante esos meses de agonía él en verdad estaba disfrutando con otra? Exploté, le dije que era un gilipollas y que, por mí, se la podía follar cuando quisiera. Que habíamos roto. Y colgué. Fue la última vez que hablamos.

Tiempo después me enteré de que sí, en esos últimos meses había estado con ella —además de tirándole la caña y engatusando a otra tercera chica—, y que iba presumiendo de que me había abierto de piernas para él por regalarme un simple anillo de plata. Lo bueno de ese chat, es que al final éramos siempre los mismos, y todo salía a la luz, por lo que, aunque enterarme fue como recibir un bofetón, una parte de mí se sintió tranquila porque, antes de que me terminara de dejar hecha un trapo, le dejé yo a él. Por orgullo, por un enfado en el momento, porque saltó la bomba… Da igual, pero lo hice yo. Y aquella primera relación, junto con su decepción, me hizo aprender muchas cosas que, a día de hoy, sigo recordando y teniendo en cuenta cuando alguien nuevo llega a mi vida.