Mi vida amorosa es de los más normal, cero intrigante y bastante sosa en general pero esto que os quiero contar se merece hacerle un destacado en la misma. Evidentemente, os vengo a contar esto después de asimilar la sorpresa, el cabreo, de hacer el duelo y trabajar la aceptación: el engaño más grande de toda mi vida.
Me considero un persona bastante relajada, algo despistada y muy tranquila, no me emparanoio con facilidad, soy cero celosa y entiendo que cada uno, aún estando en pareja, necesita momentos de solitud o momentos en los cuales hacer cosas sin la pareja.
Mi última relación de año y medio estuvo llena de banderas rojas desde el principio pero, como ya os he dicho, soy muy pasota y tranquila (una chochona en toda regla) y si alguien viene y me pide las cosas a lo suavón no voy a decir que no porque no pienso por defecto que la gente tiene mala condición.
Mi última relación, esta de la que os quiero hablar, empezó como toda relación, pues lo normal, citas, charlas hasta las tantas, escapadas románticas, blablablá… Sin embargo, él sutilmente iba soltando comentarios como el que no quería la cosa y daba su opinión sobre cosas con respecto a mí sobre las que no tenía ni voz ni voto. Como ya os he dicho, siempre a lo suavón e inocentemente.
“No, mira, voy a ir a recogerte del local porque es muy tarde y es peligroso que te vuelvas sola que hay mucho pirao”, “¿Me haces videollamada para ver cómo es el sitio y a tus amigas?”, “Mira, mejor este vestido que me gusta mucho más, te sienta mejor” (refiriéndose al más recatado, con cero escote, de largura media), “¿Te vas a ir con tus amigas ese finde? Ay, mira, es que yo te iba a dar una sorpresa y ya había reservado un hotelito por ahí”…
Así empezó, a lo sutil y poco a poco cuando consiguió apartarme de los poquitos amigos que tenía, cuando averiguó todas mis contraseñas (tampoco era muy difícil usaba la misma para todo) y cuando consiguió que él fuera mi única prioridad ya no se cortó ni un pelo en mostrar su desacuerdo con todo lo que a él no le parecía bien, en ponerme normas y darle la vuelta a la tortilla descaradamente como todo un profesional. ¡Ay, qué tonta yo!
Se cree el ladrón que todo el mundo es de su condición.
Cuando nos conocimos, él ya viajaba mucho, entonces para mí era muy normal sus múltiples ausencias, sobre todo entre semana. Solíamos estar juntos más los fines de semana que se venía para mi casa. Además vivía en otra ciudad no muy lejos de la mía. Él no se saltaba ningún fin de semana así que nunca sospeché nada…
Hasta que un día cuando venía del trabajo me vi a una mujer sentada en las escaleras del rellano mirando a su teléfono, la saludé y fui a abrir la puerta de mi piso cuando preguntó: “¿eres Claudia?” (Digamos que me llamo así). Le dije que sí pero que no sabía quién era ella, a lo que me enseña una foto del susodicho y me pregunta si lo conozco y yo: “claro, es mi pareja”. En ese instante supe que me iba a llevar una sorpresa, básicamente porque esa mujer estaba intentando que ninguna de sus emociones se reflejaran en su cara pero la pobre era un espejo clarísimo de todas ellas. A lo que me salta:
-Él y yo estamos casados y tenemos un hijo en común.
Ay, Mari Carmen, no sabía dónde me iba a meter, mi cerebro había hecho un cortocircuito y empecé a reírme del asombro. Me quedé apamplá, muerta quilla.
En ese instante, todos y cada uno de sus comportamientos de mierda hicieron clic en mi cabeza. O sea, que este tío era un celoso de mierda porque yo era la segunda, o tercera a saber y estaba siéndole infiel a su esposa conmigo. Menos mal que esta mujer tenía cierta educación emocional y no le dio por cogerme de los pelos sin preguntar.
Le ofrecí que pasara dentro de mi casa y que me contara su versión, necesitaba saberlo. Os lo juro en ese momento no me sentía dolía o con ganas de llorar, estaba en shock. Ella me lo explicó todo. Metí en una bolsa de basura las cosas que tenía de él en mi piso y se las di a ella. No quería tener nada que ver con ese mamarracho nunca más pero me iba a escuchar. Le mandé un mensaje de que quería hablar con él lo antes posible que era una emergencia y me llamó cuando su mujer todavía estaba ahí, lo puse en altavoz y hablé con él al principio normal para enseñarle a ella cómo era conmigo y después le dije que alguien había venido a verme y entonces ella habló.
No nos hemos visto desde entonces. Su esposa me dio las gracias y yo empecé a asumirlo cuando ella se fue y me quedé a solas en casa.
Ahora lo puedo contar desde la templanza, pero, ¡joder¡ ¡Qué mal rato y qué fuerte!
¿Cómo asimilas algo así?
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