Hace unos años, cuando yo aún era una adolescente inocente, un amigo mío me presentó a un chico, amigo suyo desde hace años. Nos caímos muy bien y, desde ese entonces, empezamos a quedar los tres bastante a menudo. Todo esto pasó en vacaciones de verano, o sea que prácticamente quedábamos todas las noches para dar paseos, ver pelis o jugar a las cartas. A medida que pasaban las semanas, este chico y yo cogimos confianza y comenzamos a quedar incluso sin nuestro amigo en común. A veces se venía a mi casa o yo iba a la suya y nos pasábamos el día hablando sin parar. Podíamos hablar de cualquier cosa, profundizar en cualquier tema, siempre nos escuchábamos, nos entendíamos y nos aconsejábamos. 

El verano pasaba y yo me daba cuenta de que estaba empezando a sentir algo por él. No me considero insegura en ningún otro aspecto de mi vida, pero cuando se trata de confesar mis sentimientos hacia alguien se me hace cuesta arriba. Mi cuerpo, en ese sentido, me causa gran inseguridad. Siempre he sido una chica gorda, desde que era pequeña y desde siempre he aguantado acoso por mi peso, también comentarios dañinos, como: “con la cara tan bonita que tienes… si perdieras peso serías guapísima”. Todo esto contribuyó a que yo estuviera segura de que este chico jamás podría sentir lo mismo por mí, nunca. En mi mente el no me veía de esa manera, porque claro ¿cómo va a pensar de esa manera de una gorda? Así que, me guardé mis sentimientos para mí. 

A finales de verano, este chico comenzó a tener citas con otra chica del pueblo. Cuando quedábamos él y yo, me contaba que se habían liado y las citas que tenían y yo no podía hacer otra cosa que aguantarme las lágrimas hasta que se fuera. Necesitaba desahogarme y, como me daba un miedo terrible contarle nada a nadie, escribí todo lo que sentía en una libreta. Me sentó tan bien que continué haciéndolo, así que la libreta danzaba por mi habitación ocultando todos mis secretos. 

Una de esas noches en las que este chico venía a mi casa, se me olvidó esconder la libreta y mientras yo fui al baño, leyó varias páginas, invadiendo mi intimidad. Por supuesto, una de las páginas que leyó incluía todas mis confesiones de amor hacía él. Me enfadé por su invasión de intimidad, pero se me pasó rápidamente cuando me confesó que él sentía lo mismo por mí. 

La alegría me duró poco, porque siguió su confesión diciéndome que, lamentablemente, no podíamos estar juntos porque se iban a reír de él por estar con una gorda. Así que, así sin vergüenza ni nada, me ofreció que nos liáramos en secreto sin que nadie se enterara, para no dañar su reputación. Le rechacé por supuesto, preferí respetarme a mí misma. 

He de decir que esto, en su día, me creó un trauma y un daño enorme. Ahora, eso  ha sido reemplazado por una sensación de liberación y empoderamiento. Me di cuenta de que merecía alguien que me amara y me aceptara tal como era, sin importar mi tamaño o forma. Y aunque todavía tengo cicatrices emocionales de aquella experiencia, también he encontrado una nueva fortaleza dentro de mí misma.

 

Anónimo

envía tus movidas a [email protected]