Vengo a abrir un melón que me tiene harta.
Ir al gimnasio es de por sí un poco complicado, ya no solo por la rutina, intentar llevar hábitos saludables y ser constante, sino por lo juzgada que te sientes.
Más de una vez he estado haciendo algún ejercicio o corriendo en la cinta y me he sentido observada, como si alguien midiera cada movimiento y esperase el momento para decirme lo mal que lo estaba haciendo todo, o darme algún consejo que nadie le ha pedido.
Pero por si eso no fuera suficiente, hay una situación que puede ser peor: estar embarazada.
Cuando no se me notaba, todo iba genial. Pese a que algunos del gimnasio ya lo sabían y les di la buena noticia, nadie me trataba diferente. Yo seguía con mi entreno, que no es nada del otro mundo, asistiendo a alguna clase y estirando como siempre.
Al empezar a tener tripilla, la cosa ya cambió. Comenzaron a llegar felicitaciones y comentarios a la par. Había gente muy preocupada por saber como me encontraba, preguntarme si el ejercicio que estaba haciendo era bueno para el bebé y por saber cuando dejaría de ir a entrenar.
Yo siempre les respondía lo mismo: No pensaba dejar de venir al gimnasio.
La mayoría de gente ponía mala cara y ya, pero hubo algunos (sí, en masculino), que dedicaron su tiempo a discutir conmigo y explicarme por qué debería dejar de ir y descansar.
Que quede claro que yo descansaba de sobras, pero puedo sacar tiempo para ir 1 hora a entrenar o a hacer alguna clase dirigida y no es ningún drama.
Llegaron a comerme tanto la cabeza que lo consulté con dos matronas más, a parte de la mía, que ya me había dado el visto bueno para el ejercicio. Todas coincidían en que era muy saludable y que, mientras no me molestasen o doliesen los ejercicios, era una muy buena manera de mantenernos en forma al bebé y a mí, e incluso prepararme para el parto.
Bueno, pues en el último trimestre la cosa fue a peor.
Ya no eran solo algunas personas las que venían y, amablemente, se interesaban por mi embarazo y me sugerían, amablemente también, que dejase de venir. Ahora, completos desconocidos, se me acercaban a reprocharme directamente.
Que, a ver, yo puedo entender que una persona en un estado avanzado de embarazo, llame la atención. Pero de ahí a tomarte la libertad de venir a hablar conmigo, sin yo conocerte de nada, y empezar a juzgarme y a darme razones para dejar de venir, me parece una falta de respeto. Por no hablar de la gente que directamente me mira con cara de asco y evita coincidir conmigo.
A la que contesté un poco brusca, porque claro, no se te ocurra no ser angelical, empezaron las miradas por encima del hombro y las falsas sonrisas con desprecio.
Ya a penas se me acerca nadie, pero tengo fama de irresponsable, histérica y borde. Me gustaría decir que me da igual, pero no es cierto. Cada vez se me hace más difícil ir, porque no tengo ganas de aguantar ese ambiente ni a algunas personas que hay allí.
De verdad que no entiendo porque la gente no puede meterse en su vida y dejarme a mi tranquila. Entiendo que se interesen o incluso pregunten, pero el poco respeto que he recibido por tomar MIS decisiones, en MI vida y con MI embarazo, no me parece ni medio normal.
He pensado en cambiarme de gimnasio, pero por una parte me jode tener que modificar mi vida por la gente, y por la otra pienso que en otro me pasaría lo mismo. Porque la gente ya se cree en derecho de ir a darte recomendaciones cuando eres/vas a ser madre por la calle, imagina en un espacio cerrado donde hay mucho “experto”.
Pese a todo esto, estoy muy contenta con como me encuentro. Me quedan 5 semanas para salir de cuentas y me noto con mucha energía, puedo moverme fácilmente y duermo bien.
Así que sí, aunque haya muchísima gente pesada, me reafirmo, no pienso dejar de ir al gimnasio.
Anónimo
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