La pandemia nos ha quitado a todos muchas cosas, como mínimo la vida a.C (antes del Covid cual antes  de Cristo) y muchas de ellas son recordadas cada día en silencio. Descansen en paz. 

Sin embargo, si hay algo que parece haber pasado a la historia y todas nos deberíamos sentir eufóricas  por ello, es por el entierro de los skinny jeans, o en su defecto, los pitillos de toda la vida. Descansad en  paz también y ojalá, malos, más que malos, no volváis nunca. Y con esto, quiero romper una lanza en  favor de todas las mujeres, porque altas, bajas, medias, gordas, rellenitas, flacas, con curvas, sin ellas,  TODAS, hemos sido víctimas de ellos. Incluso los hombres, que parecen todos pollos andantes bien  ajustaditos.  

Habrá personas que piensen que este tipo de pantalones sólo les queda bien a “las delgaditas” y  permitidme decir, que eso no es más que una patraña. JA. Desde la postura de una mujer de talla 36, los  skinny jeans son en realidad unos skinny BITCHES que deberían estar incluidos en el listado de los  elementos de tortura utilizados en el siglo XXI, porque la circulación señoras, nos la corta a todos por  igual. 

Por favor, que levante la mano aquella persona que, después de haberse quitado unos pitillo, no tenía la  marca de las costuras a lo largo de sus piernas. Bien, gracias. Ahora, que levanten la mano aquellas  personas que, aburridas siempre de diferentes pruebas, han determinado que la forma más sencilla de  quitárselos es tirar hacia abajo para que terminen del revés. Proceso de des-embuchamiento, lo llaman. 

Lo contrario a lo que se hace con los embutidos, vamos. Todo bien. Da igual tu talla, cuánto más  pregunto al respecto, más unánime es el rechazo. La 36 me aprieta no solo el chocho, también los  gemelos y no puedo meterme un triste mechero en el bolsillo, la 38 me hace sentir Tupac. ¿POR QUÉ?  ¿Por qué tengo que esperar dos días de uso continuo para que se ajusten de una manera natural a mi  cuerpo? ¿Por qué tenemos que haber perdido tantas trabillas en las batallas de poder subirlos hasta  ajustarlos a tu cintura? ¿De verdad soy solo yo, la que ante la imposibilidad de tener otro sitio del que  tirar, que se ha quedado con alguna en la mano? Aquí sí que voy a necesitar que me subáis las manos  para poder quedarme en paz.  

Otra historia es la incompatibilidad de esos bajos tóajustaos con unos buenos calcetines de invierno, lo  que obliga a mostrar los tobillos. Pero vamos a ver, qué necesidad de añadirle el frío también al tema.  Añádele dos centímetros, qué carajo, un centímetro más, que nos dé al menos para poder ponernos  unos calcetines, aunque sea de caña media. Qué menos. Y si fuera posible, haz algo con esos bolsillos,  porelamordedios, que cualquier cosina que te vayas a guardar, parece que te ha salido un bulto. Es que  pienso que científicamente, no debe ser ni sano estar todo el día apretado por todas las partes bajas de  tu cuerpo. ¿De verdad que hay alguien que los vaya a echar de menos en las tiendas, en las calles, y  principalmente en sus vidas? 

A ver por favor esas manos, esas valientes que me digan que son un regalo de la moda traídos  directamente desde el paraíso. Me da igual tu talla, me da igual que seas pera, manzana, reloj de arena,  o lo que coño seas, quieras ser, o esperes ser, los skinny lo único que van a hacer es complicarte la vida,  desde cuando vas a ir al baño, a cuando vas a follar o a probarte algo en alguna tienda. Incluso algo tan  simple, como comenzar tu día poniéndotelos, y terminarlo quitándolos. Tremenda tortura. Queridos,  abrazad la llegada de los flare, los mom, los boyfriend, los bootcut o lo que queráis. Y sobre todo, sobre  todo, abrazad la llegada del bendito chándal. 

Amén

 

Paula Llorca