Bueno, después de mis dos grandes hits en los que os cuento cómo me encontré con la polla más grande de España y cómo mis padres me pillaron haciendo la cibersexación en su baño, llega:

El día que estuve de safari sexual por el salón, di una voltereta hacia atrás y me abrí el melón, me hice una brecha y me llevó un desconocido al hospital derecha

Yo pegué tremendo Tinderazo aquel día, encontré a moromo fuerte dispuesto a sexo duro en ese mismo instante viviendo a pocos metros de mi hogar. Eran tiempos de no pandemia, tiempos de felicidad, tiempos en los que cuando querías follar, pues follabas. Mis tiempos favoritos, vaya.

 

Pues nada, le paso a tremendo maromo mi dirección, me doy una duchita de las ricas, me echo mi gel del rituals (un buen olor, siempre elevará un gran pollón), cambio las sábanas y cuando termino justo me toca el timbre el jambo de esa tarde.

Pasa dentro, me indica que es detallista al golpe de ‘uy, qué bien huele’ yo me apunto en mi perturbada mente un minipunto para el equipo de los chicos y pienso que más tarde le haré la mamada más curradita de lo normal.

-Me salto la parte aburrida de la conversación previa al acto-

Estamos ya los dos comiéndonos con los ojos, yo le veo la polla a punto de reventarle el vaquero, acerco mi pie a su entrepierna, le recorro todo el bulto y con mi mejor cara de actriz porno le pregunto ‘¿quieres que te la coma ya o esperamos un ratito más?’

El colega me agarra del culo, me sienta a horcajadas sobre él, empezamos a comernos la boca con más ganas que los del reencuentro de Física o Química, me arranca la camiseta, me quita el sujetador, me come las tetas, yo le bajo la bragueta, me tiro al suelo, le zampo todo el cimbrel, me quita los pantalones y me sube de pie en el sofá mientras él está sentado para hacerme una comida de coño de campeonato. 

Y ahí está la Tornado, de pie en su sofá, con las piernas abiertas y una lengua con medalla de oro en sexo oral comiéndole toda la parrusa, las piernas se me tensan, el barriga se me encoge y ya siento el orgasmo que me sobrecoge. Me preparo fuerte y digna, grito pa que se entera hasta la última vecina y en medio de todo el placer, pierdo el equilibrio y de espaldas me voy a caer. 

Literalmente di tremenda voltereta hacia atrás, el colega me intento coger, pero es que claro, pensad que estábamos en medio de una comida de coño, los reflejos no estaban en su mejor momento, me caigo al suelo cual cucaracha despatarrá, no sin antes darme en la cabeza con el pico de la mesa. Empiezo a quejarme del agudo dolor y solo se me pasa cuando caigo en que hay otro ser en la habitación.

Ojalá poderle haber hecho una foto, él sentado en el sofá, con su cara cubierta por mi flujo vaginal, los ojos abiertos como platos, mirándome todo el rato. Le pregunté si estaba bien y me dijo, ‘¿¡que si estoy yo bien?! ¿¡estás bien tú?!’ y ahí me volví a acordar de la tremenda hostia que me había dado en el cogote, toqué la zona y efectivamente: estaba sangrando. 

Pues nada, el chaval haciendo lo que se supone que debe hacer cualquier ser humano (aquí no ponemos medallitas a las personas por ser personas) me montó a su coche, me llevó a urgencias y cuando estábamos en la sala de espera le dije que se fuera a casa, que estaba bien y que volvería en un taxi. Él insistió en quedarse, yo insistí en que se fuera. Al final gané yo la partida y casi una hora después me pudieron examinar.

Me llevaron a la sala de curas, después de determinar que no tenía nada grave, entró el enfermero a ponerme grapas en la brecha (seis exactamente, la hostia no fue pequeña) y en todo en lo que pude pensar fue: ‘madre de Dios, qué bueno estás, ponme todas las inyecciones que quieras’. Definitivamente estaba bien, mi cabeza seguía como siempre.

El chico me examinó la herida, me la empezó a limpiar y me preguntó cómo me la había hecho. ¿Podría haberme inventado cualquier cosa? Definitivamente. ¿Era más divertido contar la verdad? También.

Le empecé a describir cómo estaba de pie en mi sofá mientras me comían el coño y cómo del orgasmo me caí para atrás y me abrí la cabeza, un bulto asomó bajo su pijama azul y pensé: ‘cariño, nunca pierdas tu magia’. -Siempre es un buen momento para echarte piropos a ti misma.-

Cuando terminó de limpiarme la herida y antes de grapármela me preguntó si le estaba vacilando y le dije que no, añadiendo un ‘pero me gusta más practicar el sexo oral que que me lo practiquen’ (esa noche recé tres padres nuestros por mentirosilla). Y de ahí a tener su polla en la boca pues hubo un paso que no sé muy bien cómo dimos. El caso es que me fui con seis grapas en la cabeza y con dosis de jarabe a casa.

Así que niños y niñas la moraleja de esta historia es: si no tenéis equilibrio no folléis de pie, si el personal sanitario os da medicina gratis no la rechacéis y si un rabo os gusta: id a por él. Ah y si este año no la habéis visto todavía, ved Mean Girls.

Fdo: La tornado de Villalba