Bueno, queridas mías, diré sabiamente que yo he sido una SEÑORA desde bien adolescente, no me ponía rulos en la cabeza, but bueno, entendéis el concepto.

El caso es que yo cambié del pueblo a la ciudad con 18 bellos e inocentes añitos, lista para enamorarme del primero que pasase y preparada para morrear junto a los puestos de castañas, bajo las luces de navidad y paseando en barca por el Retiro. Siempre me ha encantado ser teóricamente romántica, porque lo que viene a ser llevarlo a la práctica: jamás. Luego soy una diva de la canción que a todo lo que aspira es a ver Paquita Salas y comer pizza, pack de amor básico, me gusta llamarlo.

El caso es que nada más empezar la universidad viene un señor pibón de la vida a darnos una clase de periodismo, a motivarnos, a decirnos que él estaba en cuarto, el último curso, que era el mejor de su promoción y que a parte de la uni llevaba su curro de cantautor. Mira, entre eso de que saber que era listo, los ricitos bellos que tenía, los coloretes y pensar que podía ser un Andrés Suarez de la vida, a mí ya me tenía conquistada antes de hablar con él a solas.

Siempre he sido muy de ir a por lo que me gusta, no me ando con miramientos ni mierdas varias, y a mí ese rizos me gustaba, así que eso, a por él. Le paré en el pasillo, nada más terminar la clase, le dije que le invitaba a una cerve en la cafetería para que habláramos de cómo era posible llevar la carrera y un trabajo sin volverse loco, que yo también quería combinar periodismo con teatro. Hay que ver lo que le gustaba escucharse a sí mismo hablar sobre sí mismo.

Bueno, el caso es que salgo de allí con su número y su e-mail. También con la promesa de un ‘te llamaré y algún día tomamos algo, así aprovecho y te paso mis apuntes, por si los necesitas’. Pues vale chato, toda información y facilitación de la existencia siempre es bienvenida.

El caso es que me llama un día y me dice así de repente ‘oye, que estoy por Gran Vía, que me dijiste que vivías por aquí, que he venido a verte’. Casualidades de la vida, yo me encontraba con mi pijama de felpa, 39 de fiebre y la casa hecha un desastre. Le dije que estaba enferma, que no podía quedar con él, que lo sentía muchísimo. ‘No me importa las pintas que lleves, dame tu dirección y te hago una visita, que ya he venido hasta aquí’. Jo, qué mono, tiene razón, pobrecito. (ERROR 404)

El chorbo se planta en mi casa, con una caja de ibuprofenos, chocolates varios, un archivador tamaño dinosaurio extinto expuesto en la sala central de un museo de historia británico y su guitarra. Que muchas estaréis pensando qué atento el chico, qué majo y detallista. LO CONOCÍA, LITERALMENTE, DE TOMARME UNA CERVEZA CON ÉL.

Pero bueno, yo ahí también era medio imbécil y escuchaba a mis amigas. Me dijeron que era adorable, que encima que el chico se esforzaba, que de qué iba yo encima quejándome de que fuera tan detallista. Yo no es que me quejara, es que no entendía a qué son tanta parafernalia, la verdad. Pero bueno, se me pasó todo cuando me cantó ‘Ojos de gata’ de Sabina, guitarra en mano, mirándome con esos ojos verdes escondidos tras los rizos rubios.

El chico se fue de mi pisito dejándome con un sabor de boca agridulce, el cual mis compañera de piso terminaron de mitigar con gritos de ‘AHHHHH TÍA, PERO SI ES MONÍSIMO, QUÉ SUERTE TIENES, ACABAS DE LLEGAR A MADRID Y YA TIENES NOVIO, AHHHHH’.

Pues sí, la gorda había enamorado al chico guaperas cantautor cuatro años mayor que ella. AY, LA INOSENSIA.

El caso es que el Sabina este de la vida, me dice que vaya a su casa, a ver una peli. Me podéis decir lo que queráis, yo tenía 18, era virgen y mi experiencia con los señores era, a efectos prácticos, nula. Así que, como petarda de la vida que era, CREÍA QUE ÍBAMOS A VER UNA PELI DE VERDAD. 

Llego allí, me recibe en camisa, súper arreglado -era un día entre semana, digamos que martes, por ejemplo- y me pasa a su habitación. Y yo ahí, pues como que no estaba muy cómoda. Qué hacía un martes en camisa. Nadie sabe, nadie entiende. El chico, me morrea y empieza como a meterme mano. Yo le freno a golpe de argumento conciso, ‘OYE VAMOS VAMOS A VER LA PELI O QUÉ’. 

Pusimos el gato con botas, mira, maldita la hora, de verdad de corazón. Él se pasó toda la peli intentando meterme mano y yo toda la peli intentando fingir que el argumento me tenía apasionada. Repito: EL GATO CON PUTAS BOTAS. 

‘Buah, buah, mira que sabe usar la espada, tío’, ‘joder, qué gracioso, que se está enamorando de otra gata’, ‘tú, tú, tú, que al final los pillan y verás’. Mira, qué ridícula, de verdad. La hora y media más larga de mi vida, malditos felinos, en serio. El cantautor me estaba poniendo negra, manito por aquí, manito por allí, que si te beso el cuello, que si te quito el pelo de la cara… SEÑOR, DÉJEME EN PAZ QUE ESTOY VIENDO LA PELI POFAVÓ.

El caso es que de repente de un arrebato que le da, en cuanto salen los créditos cierra la pantalla, se pone encima mío a horcajadas y empieza a desabrocharse lentamente los botones de la camisa con cara intensa de sexo, yo lo miraba desde abajo más o menos con esta cara:

Yo, alucinando, desde abajo y sin cortarme un pelo le dije ‘qué haces’. Así, en plan que de verdad no lo entendía. Sin calentamientos, sin estar a gusto ni nada, el tío va y empieza a desnudarse. Como respuesta a mi pregunta que más que una pregunta era un claro: ‘tío, para, que no está el horno para bollos’, coge el señoro y empieza a lamerme el cuello, digo lamer y no chupar a cosa hecha, parecía una vaca peinando a su vaquita con la lengua. De verdad, qué asco.

El caso es que claro, yo estaba flipando. Estaba en la habitación de un señor de veinticinco años, el cual me cantaba con su guitarra, mis amigas me decían que era lo más y yo lo único que quería era HUIR de allí porque no estaba a gusto, porque no le conocía y por que qué asco, parecía un caracol besando, colega.

El caso es que POR FIN, al parecer el chorbo se da cuenta de que algo no funciona, se aparta de mi cuerpo inerte que se encontraba mirando al techo a la espera de que el señorito decidiera parar con su embalsamiento de babas, me mira y me dice ‘tú eres un poco frígida, ¿no?’

El caso es que me hiere mi instinto de mujer sexy y absolutamente sexual que tengo y tenía a pesar de ser imbécil y virgen, porque una cosa no quita la otra, y le digo ‘¿frígida yo?’. Le vuelco sobre la cama, me pongo yo encima de él, le abro la camisa, le morreo muy fuerte mientras froto mi coño contra su erección, paso a lo oreja, empiezo a comérsela, a jadearle al oído, bajo por su cuello y empiezo a chuparle como se debe chupar un cuello, todo mientras mis caderas no paran de moverse. Me aparto un poco, le miro a los ojos y entonces empiezo a bajar, un reguero de besos intercalados con lametones, desde su cuello hasta el ombligo, sigo bajando un poco más, hasta llegar a la cinturilla del pantalón. Él me miraba, yo le mantenía la mirada. Le empecé a desabrochar el cinturón, luego el botón del pantalón, le bajé los pantalones, le acaricié el pene con firmeza por encima del calzoncillo y lo miré con cara de niña inocente, como diciendo ‘¿puedo?’. Le di mordisquitos justo encima de la cinturilla, le agarré la goma con las dos manos, dispuesta a bajárselos. Pero antes volví a subir junto a su oído, sentada en su polla, me acerqué despacio y con un susurro súper sensual le dije: ‘frígida tu puta madre’.

Que la pobre mujer seguro que no tenía ninguna culpa de tener un hijo así de gilipollas, pero bueno, fue lo que me salió en el momento. Después de eso, me piré. Digna, dignísima. Mientras el Sabina de palo me gritaba por la escalera ‘no me puedes dejar así’. ¿Qué no? Te digo yo a ti que sí.

Y me fui, vamos que si me fui. Va a venir a mí un subnormal a decirme que soy frígida, cuando la única verdad es que tú eres gilipollas rematao, imbécil.

Luego el chaval se obsesionó y venía a buscarme a la puerta de clase, me decía cosas del rollo ‘no estás en tu sitio de siempre de la biblioteca, dónde te metes’, ‘eres la única chica que me ha dejado a medias en toda mi vida’ y movidas varias que no quiero recordar porque me planto en su casa y le incendio los rizos esos de mierda que tiene. Un día lo enganché por banda y le dije que a la próxima que viera que me vigilaba o perseguía, le metía una denuncia que se iba a acordar de mí el resto de su vida. Ahí paró, gracias al universo.

Así que chorbas, lo de siempre, PROHIBIDO HACER NADA QUE NO OS APETEZCA, CUANDO NO OS APETEZCA, CON ALGUIEN QUE NO OS APETEZCA.

Digan lo que digan y quién lo diga.

Anónimo