Después de engordar 18 kilos, mi autoestima había caído en picado  y, cuando me quise dar cuenta, habían pasado casi 3 años sin que ningún varón me hubiera puesto la mano encima…

Así que el día en que Juan rozó mi pierna al mover la palanca de cambios del coche, se me puso la piel de gallina y me puse tan cachonda que me tiré días fantaseando con él. Envalentonada ante el resurgir de mis hormonas y, a sabiendas que mi chichi tenía la ventaja de las estrecheces de un coño virginal y la sabiduría de la que antaño fue una follatriz ardiente, me puse a pensar una estrategia para llevármelo al huerto.

Juan había estado una buena temporada tirándome los trastos pero con sinceridad, entre que yo no tenía el chichi para farolillos y que él  me parecía un cromañón, el resto de sus encantos alabados por mis amigas (que lo habían catado), habían pasado desapercibidos. Que si tiene un pollón, que si lo come bien, que si te da buenos masajes… En fin, esas cosas que te dicen las amigas cuando tienen casi más ganas que tú de que folles porque tienes una cara de amargada que ya no puedes con ella.

Llegó el sábado por la noche y me puse un escote de vértigo, me arreglé  y salí a ver si lo pillaba. Estaba a punto de darme por vencida –porque no me hacía ni caso- cuando nos metimos  en el metro. Al bajar por las escaleras mecánicas pensé: “ahora o nunca”. Dicho y hecho. Le agarré del cuello, le metí la lengua hasta donde pude y llevé mi mano a su pantalón, por si había alguna duda de mis intenciones.

Y ahí estaba yo, a mis cuarenta palos montando un  espectáculo en el metro digno de una adolescente mientras me llevaba a un EMPOTRADOR a mi casa a quitarme los ardores acumulados de 3 años. Y, como pronto vería, un empotrador King Size ¡Qué alegría comprobar que era cierto lo que me habían contado! Sí, tenía un buen pollón –y sabía usarlo, que es lo mejor.

Pero no todo iba a ser perfecto. A la mañana siguiente  tenía una sonrisa de oreja a oreja, no podía cerrar las piernas y  en mis sábanas y mis piernas había sangre como si acabara de perder la virginidad.

MORALEJA: si llevas mucho tiempo sin follar, abusa del lubricante. El dolor y escozor no me importaron mucho después de tanto placer, pero las risas de mi amigo Manuel (médico) ante mi desgarro vaginal aún resuenan en mi cabeza.

 

Sweet Su