Bueno, a ver, empezaré diciendo que esto pasó el verano pasado, que nunca se me había ocurrido escribirlo aquí, pero que ayer fue mi cumpleaños y me hicieron contar ‘algo que nunca hubiera dicho a nadie’, les conté esta historia y hubo tantísimas risas, que una amiga me suplicó que os lo contará también a vosotras. Soy súper fan de la web y siempre me leo a cotillear todos los comentarios que hay en Facebook, ya me estoy oliendo los gifs de ‘no sé Rick, parece falso’. Pero creedme, queridas, las mil y una noches no tienen nada que envidiarle a mi historia.

Mi señora madre decidió que era buena idea irnos a Marruecos dos semanas para que ella viajara y viera mundo, siempre ha estado supeditada al señor que dice ser mi padre y la pobre ha vivido muy pocas cosas de las que pueda estar orgullosa. Así que ahora, a sus cincuenta, está decidida a disfrutar todo lo que pueda y más. (Pero tampoco mucho, porque nos subimos a un camello y justo antes nos contaron que te podías correr con el roce de tu chocho en el animal y la tía se negó a apoyar su parrús entre las dos jorobas, porque ella no estaba preparada para ser tan moderna. Cómo no amarla.)

Pues el caso, que tras mil excursiones, compras, cachimbas, tés, pintadas de gena y movidas varias que disfrutamos como enanas, teníamos una salida programada para ir al desierto del Sahara y ver las dunas y sus cosas. Un señor nos recogió en su camioneta, era una viaje larguísimo y ahí estábamos los tres, el conductor, yo en medio y mi madre en la ventanilla. El pavo se dedicó a tirarme la caña descaradísimamente con mi madre delante, que yo no sé cómo serán los oasis en el desierto, pero a este señor le han tenido que enseñar a pescar con arpón por lo menos.

Ahí estaba el tío pico y pala, yo le seguía el rollo, pero no mucho, porque estaba la progenitora al lado y porque el chaval iba tan a saco que tampoco sabía muy bien por dónde salir, la verdad. Siempre se me ha dado fatal lo de ligar, no lo negaré ahora.

Llegamos a las cabañas en las que vamos a estar, nos ponemos nuestras chilabas y nuestras babuchas, nuestro brazo bien pintado de gena y allá que nos vamos las dos a tocar tambores y zambombas junto al fuego, que era un ritual en honor a la luna llena o algo así. Bien, aquí empieza lo bueno.

-Me encanta poner este gif romántico, como si hubiera algo romántico en todo lo que os voy a contar JAJAJAJJAA-

Pues bien, ahí estaba yo tocando la zambomba, cuando llega el conductor de mi limusina y se me sienta al lado, intenta hablar conmigo, pero con todo el ruido era imposible. Mi madre estaba dando vueltas por la hoguera y cotilleando cómo hacían la cena las señoras del lugar porque ella es así. El caso es que como la conversación no funcionaba, aquí mi amigo Mohamed decidió que mejor hablar con el cuerpo. Se puso detrás de mí y empezó a darme un inocente masaje en la espalda.

Hermanas, qué manos. Estaba flipando en todos los colores del arco iris, de verdad os lo digo. Yo no sé si era la arena, el fuego, el cielo estrellados, los tambores, la ausencia de mi madre o ese señor en sí mismo, pero lo estaba flipando tanto que madre de dios, casi me convierto al Islam.

La cosa no se quedó en un ‘voy a quitarte las contracturas’ qué va, de repente aquí mi compañero dejó de masajear la espalda y empezó a hacerlo en mis tetas. No era un ‘te estoy sobando las tetas’, era un masaje, os lo juro. Cómo tocaba, cómo apretaba, cómo ponía la presión justa, cómo pasaba de agarrarlo todo a presionar solamente los pezones con sus dedos, cómo las movía en una dirección y luego en la otra. Os juro que soy capaz de aprenderme el corán de cabo a rabo a cambio de uno de esos a la semana.

Me corrí. Me corrí ahí, en honor a la luna llena. Con niños jugando, señoras cocinando y señores tocando tambores. Ha sido la experiencia más religiosa de mi vida, de verdad os lo digo. Y no, no estaba en medio del círculo donde todo el mundo nos pudiera ver, estábamos un poco retirados, pero tampoco mucho, había exposición, pero nadie nos estaba prestando atención, que yo supiera.

Vuelvo a la realidad social, me encuentro con mi madre, cenamos, bailamos, reímos y es que claro, recién corrida una ve la vida de otro color. Estamos las dos ya a punto de irnos cuando viene mi Mohamed y me dice ‘¿quieres venir a ver las estrellas antes de dormir?’. Y suelta mi madre ‘ay claro, no sabía que eso entraba en la excursión’.

NO SEÑORA, USTED NO SE VIENE, PORQUE LAS ESTRELLAS ME LAS VA A ENSEÑAR MOHAMED A MÍ, SOLA.

La mandé a dormir y le dije que en una horita iba yo a la habitación. ‘Hija, que esto es el Sahara, a dónde te vas a ir tú sola con un hombre al que no conocemos de nada’. Mi madre tenía toda la razón del mundo, pero qué queréis que os diga, yo estaba drogada por el deseo sexual, por el ansia viva de probar esos dedos en mi chocho, por ver cómo la luna llena me devolvía el favor.

Así que allá que me fui, desierto pa arriba con mi Mohamed. Me caí de las dunas tres veces, me metí arena hasta en el carné de identidad que no llevaba encima y ya la magia del desierto dejó de hacerme tanta gracia. Menudo coñazo de arena, de verdad os lo digo, es que creo que he cogido trauma y este verano no bajo ni a la playa, colega. Pues ale, ahí en medio de la nada, empezamos a liarnos, me empiezo a meter en el papel de Sherezade y a disfrutar.

Alá no estaba de mi parte, claramente, porque en medio de todo aquello se me levanta una tormenta de arena y mira, yo ya m estaba cagando en Aladin, los cuarenta ladrones y el día que a mi madre se le ocurrió tenerme por hija. Nos resguardamos debajo de una especie de mantel que tenía y claro, yo me cagué en tos sus muertos, tenía un mantel y no se le había ocurrido usarlo antes, si es que lo mataba. Se pasa la tormenta, se calma todo y me dice que ahora es cuando me come el coño.

ALABADO SEA EL GENIO DE LA LÁMPARA.

Yo claro, me esperaba la corrida de mi vida, no el ataque de risa más fuerte que he tenido jamás. El señor baja, me mira con sus ojos verdes intenso entre mis piernas, durante unos segundos muy largos, yo ahí abierta de piernas en el desierto con el chocho tan mojado que eso sí que parecía un oasis de verdad, esperando a que mi príncipe Alí me montara en su alfombra voladora, por fin llega el momento, se decide a comerme todo el cuscús y el pobrecito mío se ahoga.

Se ahoga real. Empieza a escupir y a escupir y venga a soltar a arena por esa boquita, yo no sé la de arena que no tenía metida ahí abajo. Mis amigas de hecho se pasaron ayer toda la noche llamándome ‘la hormigonera’. Mi pobre moro no podía hacer el trabajo como es debido, solamente podía sacarme arena del coño, parecía una jodida alpaca. A lo que me dice ‘ya no hay arena, ahora es cuando podemos follar y te llevo a la luna’.

A lo que veo que se saca una minga muy bien construida, lo miro desde abajo, desde mi posición de mujer que va a parir de un momento y le digo ‘no pensarás que me la vas a meter sin condón, ¿no?’. A lo que me suelta el condón es pecado. OYE MIRA, ESO SÍ QUE NO. ¿Me masajeas las tetas, me llevas a las dunas, me no-comes el coño y ahora el pecado es usar condón? Me vuelvo yo con una ETS del Sahara y mi madre me mete dentro de una lámpara, pero de verdad.

Le digo que no, que aquí no se folla. A lo que se indigna mazo y me dice que si no tengo condones europeos de esos yo en mi maleta. Le digo que no, que yo me iba de viaje con mi madre, que si algo había algo que pensaba que no fuera a hacer eso era: follar. Así que nada, me subí las bragas, me bajé la chilaba y ale, a rodar duna abajo con Mohamed enfadadísimo. Me acompañó a mi puerta y me dijo ‘me caes muy mal’.

Mohamed, si me estás leyendo, yo lo siento mazo, cuando quieras te vienes a Pinto y terminamos lo que empezamos, pero tienes que entender que por muy aventurera que yo me crea, hay cosas que no.

Pd: me duché y me siguió saliendo arena del chocho. Siempre me lo imagino como algo así:

 

Anónimo