Erasé una vez en un país que ahora me resulta algo lejano, en un fabuloso verano…

Pues érase yo haciéndome la mochila a lo Paco Martinez Soria para ir a pasar el finde al pueblo de mi amiga por primera vez. Yo, que iba con cero expectativa marchosa eché lo justito y lo puesto: camisetas, calcetines, y sobre todo bragas, (soy una obsesa de las bragas de cambio, bragas limpias always please!).

Allí llegué yo con mi look dominguero total a golpe de viernes, pues lo que preveía eran paseos, algún café o sentarnos con la silla a la fresca comiendo pipas, que es el planazo veraniego de mi pueblo castellano.

Cuando llegamos a su casa mi amiga me ofreció un Gin-tonic y antes de que pudiera responder el timbre de su casa estaba sonando. Un batallón mujeril apareció dispuesto a dar mucho que hablar al pueblo. Minifaldas a ras de cona, morros rojos, escotazo y mucha, mucha seguridad y ganas de comerse la noche.

 

– Venga nena, cámbiate, que hoy lo quemamos.

– Mmmmm… bueno, es que no traje nada para salir así que iré así…

– Eso lo arreglamos en un momento, algo tendré para ti.

 

Allí se fue mi heroína de la noche a rebuscar en su armario hasta que apareció el vestido en el que podría entrar. Después de embutirme en un vestido de tubo cual morcilla de Burgos, el cierre de la cremallera me obligó a sacar el sujetador o quedarse a medio subir.

Esas ya no se movían ni en una clase de Zumba (o eso pensaba yo).

Salimos, bailamos, bebimos y fiché al camarero, ya sabéis, lo del efecto barra…. Un tío majo que prometió encontrarme en el próximo bar cuando cerrara el suyo.

Cuando apareció yo ya llevaba una borrachera nivel Johnny Depp. Agarró mi copa junto a la suya y después mi mano para llevarme a un reservado, y di gracias al cielo de no llevar tacones o hubiera estado como el Papa recién bajado de un avión: besando en suelo.

Nos sentamos para tener la típica conversación de besugos, pero a esos besugos se les iba llenando la mirada de deseo, la cual magnetizaba nuestros labios hasta que por fin acabaron juntos en uno de esos besos lentos y carnosos, que son una pequeña pausa entre hablábamos de a qué te dedicas y lo bien que lo estamos pasando esta noche.

Al recuperar mi posición por no saltar a lo Mónica Naranjo sobre él, osea, como una pantera en libertad; nuestras miradas fueron al mismo sitio:

 

– Ups!

– Vaya… ¡adiós misterio!

Recogida tetil

– Bueno, ¡aún te queda otra por conocer!

 

Mi teta izquierda se había precipitado de mi escote a presión en búsqueda de libertad aprovechando mi distracción en un primer beso en el que ni había tenido tiempo de meter lengua. ¡Cabrona!

Con el intento de huida de mi teta y el humor con el que la volví a meter en el vestido reventón llegaron los besos intensos, y con ellos subió la libido y todo el alcohol de golpe. Un mareo brutal vino a mí, como si hubiera estado subida 5 horas seguidas en el Dragon Khan un día de tormenta.

 

Me aparté lentamente e hice la señal de “no puedo abrir la boca” y cuando él ya se disponía a llevarme a algún sitio en el que sí pudiera, las 3 últimas copas que me había bebido salieron disparadas con la fuerza de una manguera de bomberos salpicando sus zapatos.

Me llevó al baño con mis aparejos en mano, buscó a mis amigas a quien les entregó mi bolso, pues bien supuso que lo necesitaría y esperó a que acabara el proceso niña del exorcista.

Una que es tan previsora (o una auténtica borracha), llevaba un cepillo y pasta de dientes de viaje el en bolso que me hizo bendecir todo lo bendecible en aquel momento.

Nunca sabes cuando lo necesitarás, pero da seguridad llevarlo en el bolso.

 

( La verdad es que estaba allí por casualidad, pero en futuras ocasiones lo seguí llevando viéndome que esto se podía repetir)

Agradecí a mi bolso y a mi extraña organización tener allí todas las herramientas de recuperación post vomitona de mi vida peroquecoñohebebidoyoDíosmio!

Cuando volví del infierno creo que lo hice con mejor aspecto y mucha más dignidad, pero como toda borracha que ha ligado me negué a irme a casa (cosa que me debió de durar 30 minutos/1 hora) y seguí bailando; es decir, realizando un leve balanceo que no me hiciera volver a los infiernos otra vez.

Mi ligue seguía ahí después de semejante espectáculo; yo creo que pensaba que aún podía hacer algo más desastroso y esto era más divertido que el circo y gratis.

Cuando tuve la valentía de admitir que no tenía sentido seguir en aquel bar cuando desde luego no iba a beber ni bailar, me acompañó a casa (la de nuestra amiga común) y dormimos juntos.

Nota:

Nos estuvimos viendo un tiempo, hasta que el efecto barra le brindó nuevas distracciones. Fue un divertido verano que creó amistades a base de alcohol y se mantuvieron a base de amor.

Con todo mi cariño, para el Akellarre.