FOLLODRAMA: EL DÍA QUE ME MANDARON CALLAR FOLLANDO Y CÓMO REACCIONÉ

Vamos a empezar esta historia dando un detalle que en realidad no debería importar, pero parece que a algunas personas sí les preocupa: soy una tía que chilla mucho follando. Bueno, no chillo, gimo de placer y disfruto en voz alta, no grazno ni me pongo a 200 decibelios. Pero me gusta dar rienda suelta a mi placer y que la otra persona lo sepa, no cortarme si me apetece gemir un poco más fuerte y dejar claro que lo estoy gozando (obviamente, solo si lo estoy gozando).

Como segundo apunte, nunca nadie se ha quejado de esto, ni vecinos, ni mi ex compañera de piso que seguro que en algún momento me lanzó un conjuro de odio y lo comprendo, ni mis otras parejas sexuales. Yo creo que mola, ¿no? ver que la otra persona lo está disfrutando. También puedo llegar a entender que moleste si te pasas de rosca, pero yo creo que nunca he llegado hasta un punto de ser un incordio fuerte para nadie. 

En fin, que ese día cálido de verano estaba con mi expareja tranquilamente en su pisito y nos dio el calentón. Todo iba la mar de bien, yo estaba muy contenta porque me estaba viniendo un orgasmo de esos descomunal que solo vienen de vez en cuando a verte (y si a ti te vienen más a menudo amiga, enhorabuena pásame tus poderes por favor). Yo estaba ahí tan contenta y de repente pego un gemido más fuerte que los anteriores y mi señorro, porque esa es la palabra para describirle, no se le ocurre otra cosa que ponerme su jodida mano en la boca y mandarme callar de malas maneras.

Me dijo que bajase la voz (no que si podía bajarla) que estábamos haciendo mucho ruido. Mira, esta situación está mal por varias razones. No hay consenso para que me tapes la boca, ni me des órdenes, ni impongas tu opinión conmigo.

Además, hijo de satán, me cortaste ese pedazo orgasmo y eso es una falta grave para mí. Así que enfadadísima, cogí y le dije todo esto más o menos, que ni se le ocurriese mandarme a callar jamás, pero ni en la cama ni fuera, me puse las bragas y me fui. Él se sorprendió claro, le quitó importancia como hace la gente de mierda: “venga que no ha sido para tanto (nunca dejéis que os digan esto es una tremenda mierda)” y demás excusas baratas, pero yo estaba cabreada y no me apetecía seguir. Me acompañó hasta la puerta desconcertado (y porque seguía caliente claro, pobrecito) y cerré la conversación diciéndole que al ser su casa ya sabía dónde estaba el baño para hacerse una buena paja sin mí. Ale gilipollas.

Ahora entendéis por que, entre otras muchas cualidades que le adornan, es mi expareja y no mi pareja. Además, mi pareja actual lo goza con mis gemidos, coño, como debe ser. Y para cerrar un apunte: mandar callar a alguien es violencia, ya sea un niño, un adulto, tu pareja o un amigo. Hay formas mejores de pedir silencio, como hablar en positivo: ¿te importa bajar la voz? O en este momento prefiero silencio, ¿te importaría quitar la música? Pero chistar a alguien es decirle: yo decido que tú ahora mismo no vas a hablar. Y yo nenas, ¿sabéis cómo respondo a eso? Hablando más fuerte, que no me pagan por tocar los cojones pero ojalá alguien lo hiciera. Que nadie os mande callar, nunca.

Te falta perreo