Me encanta esta sección y llevo mucho tiempo pensando en enviar una de esas situaciones surrealistas que pueden hacerte reír o que salgas huyendo por patas cual gacela perseguida por una leona.

Corría el año 2013 (más o menos) o lo que es lo mismo, mi último año de universidad. Me había mudado a un piso diferente por lo que tenía compañeras de piso nuevas. Con una me llevaba especialmente bien, la llamaremos Tania. Total, que un día llega Tania y me dice que hay un amigo de su follamigo que es perfecto para mí, que es guardia real y que va a empezar justo a estudiar mi carrera. Al final me preguntó que si me importaría prestarle mis apuntes de primer curso para que el chico se ubicase un poco (los cual no he vuelto a ver por cierto). 

Yo le terminé diciendo que sí y un par de noches más tarde “David” llamaba a nuestra puerta. Tengo que reconocer que se me cayeron las bragas al suelo en cuanto le vi. Rubio de ojos claros, friki, vestido de negro y con ese halo misterioso que le rodeaba. Me encantó. Después de hablar con él un par de horas ya estaba pilladísima (idioteces de mis 22 años). 

A partir de entonces cuando me lo encontraba en la universidad los nervios se apoderaban de mí y yo no era capaz de pronunciar tres palabras seguidas con sentido. Vamos que tenía que parecerle la tía más gilipollas y lenta del mundo. 

No recuerdo cómo ni por qué pero conseguí su número de teléfono y aprovechaba cualquier excusa para hablarle. Otra idiotez más, cada vez que lo pienso… Para añadir a la situación algo de drama, noté que le gustaba una de mis mejores amigas de la uni, la típica de la que todos los tíos se colgaban. 

Una noche de fiesta estábamos en un pub Tania, su follamigo, David, unos amigos más y yo. Nos pillamos un pedo de esos que al día siguiente no sabes ni cómo te llamas ni cómo llegaste a ese sofá. El caso es que después de un tonteo exagerado toda la noche, empezamos a enrollarnos a saco. Yo estaba que no cabía en mí y muy salida. Llevaba meses detrás de él y dando largas al resto del personal. 

En esa vorágine de saliva, manoseo y toqueteo empecé a percibir que me metía la mano por debajo del pantalón. Obviamente estábamos en público así que yo le aparté la mano. Volvió a intentarlo sin miramientos metiendo la mano por delante de mis vaqueros para llegar a mi parrusa. Todo el mundo nos miraba y yo intenté quitármelo de encima. Un amigo suyo le dijo que me dejase, que se comportase y que se estaba pasando. David lo mandó a paseo y volvió a intentarlo. Y ya ahí no sé cómo le solté un guantazo. No excesivamente fuerte pero sí lo suficiente para hacerle ver que no me molaba ese rollo. En cuanto se lo di me arrepentí un poco, pero acto seguido me dijo: “Dame otra vez y más fuerte, que me pone”. Esa fue la señal, esa a la que todas debemos atender para salir corriendo y ponernos a salvo, la de peligro, la de ‘esto no va conmigo’. Pero yo pensé que estaba de broma o quizás estaba tan borracha que ni lo procesé. 

Llegados a ese punto el follamigo de mi compañera dijo que nos fuésemos a su piso a dormirla, que todos íbamos ya en malas condiciones. Cogimos un taxi, aunque nos costó media hora arrastrar a David hasta el coche. Cuando subimos al piso Tania y su follamigo desaparecieron en cinco segundos en dirección al dormitorio de él. 

Me fui a sentar en el sofá, pero antes de que pudiera hacerlo David empezó a besarme y yo (más idioteces) decidí hacer caso omiso de lo que me había dicho antes y su comportamiento, y dejarme llevar. De repente empezó a empujarme para tirarme al sofá, me dio la vuelta y sin muchos preámbulos empezó a intentar quitarme los pantalones. Le dije que qué hacía a lo que contestó que quería darme por culo y verme sufrir. 

Eso fue la gota que colmó el vaso. Me levanté y le dije que me dejase en paz. Me dijo que era una estrecha, se tumbó y en cinco segundos estaba roncando (incluso se le escaparon un par de pedos).

Yo barajé seriamente la posibilidad de ir a buscar a Tania y largarnos pero me dio palo. Eran las tantas de la noche y estaba lloviendo así que me tumbé en otro sofá desde el que podía vigilarle todo el rato porque ya no me fiaba. No pegué ojo. En dos horas había amanecido, cogí un paraguas y me fui de allí para iniciar el camino de la vergüenza a casa. 

No volví a cruzar más palabra con él que lo estrictamente necesario. Jamás volvimos a hablar de aquella noche. Lo que descubrí después es que era un gilipollas integral que iba diciendo que yo había estado detrás de él porque tenía un trabajo fijo y todas iban a por él por eso… pero que folló conmigo y descubrió que yo no era para tanto. Flipante vamos. 

Moraleja: no os dejéis engañar por las primeras impresiones, ni para bien ni para mal.  

 

Firmado: Satine1991

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