Los tíos con pinta de malotes siempre me han perdido, hasta que me di cuenta que el sayo no hace al monje, como bien decía mi abuela.
Una noche salí de fiesta con mis amigas y al entrar en una discoteca el portero era «Él». Por lo menos un metro noventa de altura por dos de ancho. Tatuado, rapado y con cara de pocos amigos. Total que entré y salí como unas siete veces para tocarle las narices y ver como se enfadaba, pero él siempre sonreía. La ultima vez pues ya tonteamos. Y me dijo: «No te vayas sola, que las princesas por la noche tienen que ir con guardaespaldas». A lo que yo sonreí y contesté: «Vale pues te espero».
La frasecita que me soltó para qué engañarnos me pareció cursi y poco de malote, pero pensé que a lo mejor era su forma de halagarme o no asustarme con su pinta de macarra absoluto.
Cuando acabó su turno fuimos con sus compañeros y mis amigas a desayunar porque casi era de día, y me sorprendió que solo salir me agarró de la mano en plan novios. Durante el desayuno fue muy amable y atento, para mi gusto en exceso, pero seguí pensando que era su forma de compensar sus pintas y no asustar a una chica indefensa como yo.
Total que después de unos besos y unos magreos bastante endulzados nos fuimos a su casa. Yo esperando que saliera el tío malo y porque no decirlo agresivo que llevaba dentro y él no tengo ni idea, supongo que conocer a su futura esposa y dejarle claro como le haría el amor todos los sábados.
Al meternos en la cama los besos ya me parecieron demasiado largos y dulces para dos personas que se han conocido hace 4 horas. Yo para que voy a adornarlo, solo quería follar y largarme. Luego preliminares igual de laaaaargoooos y cariñosos, con mil caricias que no había pedido. Y yo pensando: «Pero y el chico malo que me iba a poner mirando a Cuenca y que me iba a decir palabras soeces y darme un polvo pasional ¿dónde narices está?». Pero no estaba porque no existía, el susodicho era un peluche suave y tierno. Y a mi este tipo de hombres me cortan el rollo de tal manera que o me voy o me pongo agresiva. Y pasó lo segundo. Total que le insinué que me gustaba la cosa un poco más agresiva y algo más fuerte, pero nada.
Luego ya le pedí que si me decía alguna guarrada, pero tampoco nada. Y viendo que la cosa no iba, me puse a cuatro patas, creyendo que si a lo mejor no me veía la cara pues si era tímido se soltaba. Y al ver que ni con esas, pues empecé a provocarle yo: «¿Esto es lo único que sabes hacer?» «Dame más fuerte» «Tírame del pelo, joder» . Y entonces sentí un leve tirón de mi melena. «Así no, más fuerte» «¡Más fuerteeeeeeeee!» Y en ese instante me pegó un tirón tan fuerte que se llevó mis extensiones y se le quedó media melena en la mano. A lo que empezó a medio lloriquear y a pedirme perdón como un niño de cinco años. Me dio pena y todo pobre.
«¡Tranquilo si solo son extensiones, no es mi pelo!» «Que te lo he pedido yo, es que me va lo duro, tampoco dramatices»
Pero el osito romántico se sentía fatal. Total que lo abracé y cuando se consoló huí de su casa como si estuviera en llamas para no volver jamás.
Moraleja: Ni los lobos son tan fieros ni caperucita tan indefensa.