Hoy vengo a contaros el día en el que descubrí que el rojo, era realmente el color de la PASIÓN. 

Era verano, justo una semana después de la fiesta de graduación de la Uni, en la que (para poneros en antecedentes) entre copas y bailes, había tenido el valor de hablar y conseguir el número del chico que me había traído loca el último semestre. Él era el delegado de uno de los cursos y además súper conocido y popular, así que amigas mías, como os podéis imaginar, no tenía ni idea de quién era yo hasta ese momento.

Pues bien, después de esa noche que por fin se percató de mi existencia y tras esa semana hablando, me invitó al chalet de campo de sus padres (que no iban a estar casualmente), con su piscina, su barbacoa, y su todo lo que una universitaria rebosante de hormonas pudiese necesitar para una “noche perfecta de verano”. Quedamos, me lleva en su moto a lo “3 Metros Sobre El Cielo” (sí, sí, sumando topicazos veinteañeros a la noche) y empieza lo bueno. Habíamos pedido comida y la cena fue muy bien: charlamos, reímos, bebimos y claro, llega el momento calentón. 

Yo estaba en una nube, no me lo podía creer y tampoco podía pararme mucho a pensar dadas las circunstancias. Él apagó las luces del salón, pero por la ventana entraba la luz de las lamparitas del porche, dándole un toque morboso a la sala que te cagas. Amigas, la cosa subía de nivel cada vez más, y aquí me tenéis, desnuda, y sentada encima de él en el sofá, dándolo todo como si fuera yo la más experimentada “cowgirl” del salvaje oeste, cuando de repente empiezo a notarme mojada, muy mojada.

Al principio no le eché mucha cuenta, pues pensaba que después de las ganas que le tenía al muchacho, es que mi toto estaba haciendo su trabajo de lubricación mejor que nunca. Él debió pensar lo mismo porque me puso de todas las maneras posibles y me volteó en ese salón como si contorsionistas del Circo del Sol nos hubieran dado una masterclass. Todo genial hasta que… le da por querer bajar y empieza a hacerme cositas con la mano y sí, queridas mías, aquello ya mojaba demasiado hasta para el toto más caliente del mundo.

Encendimos la luz y ¡SURPRISE!

El sofá, el suelo y nosotros de arriba abajo parecíamos recién sacados de una peli de Tarantino, había sangre por tooooodos lados. Joder, mi regla suele avisar, además no me tocaba y juro que jamás me ha vuelto a pasar. Y diréis, ¿cómo no te diste cuenta? ¿el olor, el tacto?

Que sí, que sí, que sé lo que pensáis, pero no se si fue el calentón extremo, el nublado cerebral por aquella situación de ensueño juvenil o vete tú saber qué, pero amigas mías, he de admitir que no caí en la cuenta y nunca pensé que mi organismo fuera a sabotearme así de esa manera justo aquella noche.

La parte positiva es que él se lo tomó con muchísimo humor, limpiamos todo como pudimos y nos pegamos un buen rato riéndonos después de que yo me recompusiese de la vergüenza. Volvimos a quedar alguna que otra vez y yo entendí por qué el rojo puede llegar a ser realmente el color de la pasión.

 

MilaMilano