Hoy os quiero contar el que ha sido hasta ahora el susto de mi vida. De verdad os lo digo, si alguna vez he estado al borde del infarto, ha sido en aquella ocasión. Y en un ratito entenderéis por qué.

Tenía diecinueve años. Etapa universitaria a tope. Llevaba unos meses viviendo fuera de casa y disfrutando como una loca de mi libertad. No me perdía ni una sola de las fiestas de cualquier facultad, estaba metida en todos los saraos. Era sumamente feliz.

En una de esas conocí a Paco, o como lo llamaban sus colegas, Fran. Para mí siempre fue y será el magnífico Paco. Buen chico, simpático, tierno, atento… aunque un pelín pijo para mi gusto. Yo por aquel entonces era una desgarbada de la vida. Nunca jamás me arreglaba, lo de peinarme lo dejaba en lo justito y era la reina de la ropa negra bien holgada.

Así que imaginaos la pareja singular que éramos Paquito y yo. El bello y la bestia, ¡y con mucho orgullo! Pero juntos lo pasábamos genial y congeniábamos muchísimo, así que lo que empezó siendo un rollete de cachondeo se fue convirtiendo poco a poco en algo más serio.

 

El caso fue que llegaron los temidos exámenes de febrero. Yo estaba acojonada perdida por los resultados y decidí enclaustrarme en mi habitación como una ermitaña alérgica al sol. Paco por su parte tuvo que regresar a su ciudad ya que sus padres necesitaban imperiosamente verlo hincar los codos porque no se fiaban ni un poquito de él.

Pues nada, nos tocaban unas semanitas de separación, con nuestras llamadas nocturnas pero con cero sexo. Y, vaya, que el que por aquel entonces era mi chico era un crack en eso del follisqueo y mi cuerpo salvaje lo iba a echar muchísimo de menos.

Diez días después de que Paco se fuera me vi en la horrible necesidad de echar un polvo con él. Estaba súper agobiada por los exámenes, mi madre me estaba atronando la cabeza con sus llamadas psicóticas preocupándose por mí, y yo ya no podía más. Me urgía liberar estrés con un par de orgasmos con mi churri.

Por lo visto a él le pasaba lo mismo (¿quién lo negaría?), así que me prepuso que cogiera un tren al día siguiente y me acercase a su ciudad. Sus padres seguían súper pendientes de que al santo de su hijo no le molestase ni el zumbido de una mosca. Pero sin darme más detalles, Paco únicamente me comentó que tenía localizado un sitio donde yo podría dormir una noche sin necesidad de pagar nada. Yo era universitaria y pobre, así que great!

Por supuesto me fié de mi chico y allí que me fui a la mañana siguiente. Considerando aquel viaje express como un breve retiro ‘espiritual’ en el que la polla de Paco recargaría mi cuerpo de la energía necesaria para hacer frente a un último empujón de chapatoria.

Según llegué a la estación mi buen amigo ya me recibió con los brazos abiertos (y la bragueta bien apretada). No había que perder tiempo, por lo que en seguida nos dirigimos al secreto picadero del que no saldríamos en las próximas veinticuatro horas. Cuando llegamos observé que era un piso pequeño pero decorado de forma muy tradicional.

¿De quién es esta casa?‘ pregunté mientras miraba una fotografía de Paco junto a una señora muy mayor.

No te asustes, es la casa de mi yaya, pero este fin de semana no está en la ciudad‘.

Puse el grito en el cielo. Yo no quería mancillar la casa de una pobre anciana inocente. Le reproché que era un nieto nefasto y asqueroso, aunque en el fondo me estaba descojonando de la picardía de aquel chaval que parecía no haber roto un plato en su vida.

A ver, mi abuela sabe que estoy saliendo con una chica, que yo a ella se lo cuento todo. Y hace unos días me dijo que tenía ganas de conocerte…

Vale Paco, de conocerme, pero no de que eche un polvo con su nieto en su cama, ¿no?‘ aquella conversación era lo más surrealista que me había pasado nunca.

El caso fue que abuela para aquí, abuela para allá, terminamos partiéndonos la caja y, evidentemente, mancillando cada esquina de aquel pequeño apartamento. Como dos buenos jóvenes insaciables follamos sin parar durante horas, tomando aire únicamente para mear o dar un sorbo a las coca-colas que Paco había tenido a bien comprar en la estación.

Llegó la noche y agotados nos tumbamos en la única cama de la casa. Sí, mi batería estudiantil volvía a estar a tope. Abracé a mi chico dispuesta a quedarme dormida junto a él.

Bueno, yo me tengo que ir, mis padres creen que estoy en la biblioteca y como no llegue antes de las diez me matan…

¿Perdona? ¿Pretendes dejarme sola en la casa de tu abuela?‘ le espeté con una mezcla de sentimientos entre terror e incomodidad.

No pasa nada mujer, tú ahora te duermes y yo mañana a primera hora vengo a traerte el desayuno‘ y terminó su frase llevándose una mano al paquete.

Ni pizca de gracia me hizo aquella broma y el que, lógicamente, me tocara quedarme a dormir allí sin él. Rodeada de fotografías de gente que no conocía de absolutamente nada que parecían mirarme y juzgarme.

Pero como estaba echa polvo de tanto folleteo y del madrugón de aquella mañana, caí rendida enseguida. Antes de que me diera cuenta una ráfaga de luz asomaba por una de las rendijas de las persianas. Había dormido estupendamente, era obvio que la yaya de Paco había sido meticulosa eligiendo aquel colchón.

Me giré en la cama intentando estirarme cuando de pronto… vi el cuerpo de una anciana tumbado a mi lado. De verdad que no sé explicaros el vuelco que dio mi corazón en aquel momento. ¿Recordáis la escena de ‘El Padrino’ en la que un hombre amanece con la cabeza de un caballo entre sus sábanas? Pues mi congoja fue más o menos la misma.

 

Quise gritar pero el susto me dejó completamente sin aliento. Estaba tan desorientada que no hilé ni razoné sobre quién podría ser aquella mujer. Yo solo veía a una señora de unos ochenta años tumbada boca arriba, que apenas se movía y no tenía ni un solo diente en su boca.

Me mantuve inmóvil durante unos segundos, esperando sentir que aquel cuerpo respiraba. De pronto soltó un gran suspiro acompañado por un ronquido-pedo y respiré aliviada por no tener que llamar a la policía. ¿Cómo explicaría yo a las autoridades mi presencia en aquella casa?

Disculpe, agente, yo solo vine a follarme a mi novio‘.

¿Qué novio? ¿quién es Paco? ¿mató usted a esta señora?

¡Auxilio! ¡No soy una asesina de la tercera edad!

Me fui serenando y comprendí que aquella buena mujer tenía que ser la yaya de Paco, hombre al que por cierto mataría nada más verlo. Y en el instante en el que iba a coger mi móvil para cagarme en las muelas de mi novio el sudor de mis manos hizo que el aparato se me resbalara y cayera haciendo el ruido más atronador de la historia.

Mi cara, todo un poema, y la pobre de la abuela despertó de un saltó totalmente desconcertada. Ella fue más avispada que yo y rápidamente se percató de lo que estaba pasando y tras ponerse sus inmensas gafas y su dentadura a la velocidad de un ninja, se lanzó a saludarme.

Buenos días cariño, qué vergüenza tener que conocernos así, de esta guisa. Soy Menchu, la yaya de Fran‘ y se me acercó sonriente dándome un abrazo.

Yo hice lo propio y me presenté dejándole claro que mi intención no había sido en absoluto allanar su casa sin su permiso. Sin cortarme ni un pelo le eché toda la culpa a Paco, que se apañase él con sus historias familiares.

No te preocupes bonita, Fran me llamó ayer por la noche muy agobiado porque sus padres le habían comentado que yo llegaría antes de mi viaje, él ya me dijo que tú estabas aquí y como volví ya de madrugada no quise despertarte’.

Vale, todo tenía sentido y Paco-Fran no había sido el culpable de tremenda cagada, pero ¿por qué cojones no me había avisado de que su yayita volvería antes?

Entonces miré mi teléfono. Modo silencio activado. Llamadas perdidas Paco Churri: 16. Mensajes de Whatsapp no leídos 58. Tragué saliva, ¡ops!

Por suerte yaya Menchu era un amor de señora. Mientras esperábamos a su querido nieto me hizo un desayuno de los de abuela de toda la vida y nos echamos unas risas muy grandes recordando mi cara aquella mañana.

Sí, amanecí con una anciana desconocida en la cama y por poco muero infartada. La moraleja de esta historia: nunca duermas sola en casa ajena, no es bien, es peligroso. El paso de los años me ha dado la razón. Fran, que no Paco, continúa siendo mi amigo a día de hoy y no hace mucho tiempo me contaba que su yaya siempre recordaba nuestro encontronazo en cualquier comida familiar como la mejor de las anécdotas.

¡Pero qué guasa tenía ‘La Menchu‘!

 

 

Anónimo