Quiero que os pongáis en situación. He crecido en un colegio de monjas femenino, me he pasado 15 años entre coños y nada más salir de ahí me comí todos los rabos que se me pusieron por delante.

Conocí a Marcos a los 17 años, era del cole del OPUS que estaba cerca del mío, nos encontrábamos de vuelta a casa y todo el grupito de colegas nos juntábamos. Marcos molaba lo más grande, era skater, pasaba de las normas del cole y se pasaba a diosito por el pito. Hicimos migas enseguida, yo intentaba ser skater y era más de la teoría del Big Bang y menos de la teoría de la costilla de Adán. Salíamos juntos de colegueo, íbamos al cine, de fiesta con nuestros respectivos grupos y jamás de los jamases nos liamos. Yo era un poco pasota y mi única preocupación era sacarme algún truco de skate, no besar chicos. Pero ay amigas, cómo cambió la cosa cuando empezamos la universidad.

Marcos y yo nos separamos, íbamos a universidades diferentes y a él le mandaron al extranjero a estudiar. Al principio nos mandábamos mails, después hablamos por el messenger y más tarde nos seguimos por Fotolog, Myspace y Facebook. Cada uno siguió con su vida hasta que un día actualicé mi estado de Facebook diciendo que buscaba acompañante para ir a un concierto y me contestó diciendo que se apuntaba conmigo. Reconozco que la idea me dio un poco de corte, pero pensé «por qué no, así nos ponemos al día».

Quedamos en la misma sala del concierto y nos tomamos una cerveza. Marcos no había hecho más que mejorar, estaba buenísimo y seguía teniendo esa mirada gamberrilla que me ponía la pepitilla en alerta. Nos pusimos al día, nos contamos lo que habíamos hecho esos 10 años sin vernos y ocurrió lo esperado: nos liamos.

El majo de mi acompañante ya me había avisado de que se tenía que ir de viaje al día siguiente, pero seguimos besándonos durante todo el concierto y lo alargamos a unas cuantas cervezas más. Yo ya tenía mis bajos como un mocho remojao cuando me dijo que se tenía que ir.

NO ME JODAS.

Mis tácticas de persuasión no surtieron efecto y Marcos se despidió de mí prometiéndome volver a quedar en cuanto volviera de aquel viaje. Así que me fui a mi casa que no sabía ni a qué farola restregarme de lo salida que iba pero contenta porque aquella cita había sido un remember de los guapos.

Me desperté a las mil y mi madre tenía puestas las noticias, el año del Jubileo. Oki bye católicos. Le pido que si no puede poner otra cosa y me dice que mi abuela es muy feliz viendo aquello. Me giré de la silla para ver qué es lo que tenía de emocionante aquello a lo que yo había asistido 15 años antes en Roma y os juro que mi corazón se detuvo de golpe. MARCOS ESTABA EN EL PUTO JUBILEO MOVIENDO COMO UN MALDITO ENERGÚMENO POSEÍDO UNA BANDERA DE ESPAÑA Y GRITANDO «Oh, oh, oh, eo, Papa Francisco».

Mi Marcos, el delincuente que me robaba chicles de melón en la tienda de chuches, el skater que llevaba los pantalones cagados y una tabla con una cruz tachada. MI MARCOS HABÍA SUCUMBIDO A DIOS.

Cuando volvió de su viaje volvimos a quedar, y de esa cita obtuve una estampita del Papa Francisco, muchos morreos teen y la invitación a seguir viéndonos. Que  por qué no volví a quedar con Marcos? Porque antes de despedirme me dijo que a él le gustaba ir despacio y que seguía siendo virgen porque estaba esperando a casarse y así consumar el matrimonio con una mujer cristiana y católica.

Le miré, le cogí de las manos y lo único que me salió decirle fue «Marcos, cariño, el tiempo que yo puedo esperar sin follar es equivalente a lo que tarde en recargarse el vibrador o, en su defecto, lo que tarde en cogerme el teléfono mi telepolvo. Así que veo complicado lo de esperar a casarnos. Mucha suerte».

Paca, la demoña.