Desde que me inicié en el noble arte de las citas, el único requisito que he impuesto a los hombres es que me hicieran reír. Este detalle es muy relevante para entender esta historia.

Todo comenzó cuando metieron a Rober en mi empresa. Mi mejillón se enamoró nada más ver a ese hombre de dos metros, barba rubia y aires de vikingo nacido y criado en Aranjuez. Le habían destinado dos meses en Barcelona hasta que abriesen una nueva sucursal en Madrid, así que mi mente empezó a meditar la idea de un amor de verano, solo que era diciembre y hacía un frío de narices. En realidad el tiempo me daba igual porque cada vez que veía a Rober entrar por la puerta, me ponía más caliente que unas planchas GHD, y empecé a notar que esa atracción era recíproca.

Que si miraditas en la sala de descanso, que si vamos a tomar algo al bar de al lado, que si a qué hora sales hoy de la oficina para esperarte, que si qué guapa vienes hoy, que si cuánto te favorece la barba, y al final entre tanto tonteo acabó pasando lo que tenía que pasar: nos dimos el lote.

Era la fiesta de la empresa, y es bien sabido que las carga el diablo. Bebimos tanto tequila que nuestro centro de gravedad se quedó por el camino, y cuando me miré en el espejo y vi que iba más rosa que un cerdo, decidí hacer bomba de humo no sin antes despedirme del vikingo. Gracias a los dioses nórdicos, se ofreció a acompañarme a casa, y como estaba más salida que la proa del Titanic, le dije que sí.

Antes de llegar al portal yo ya había catado rabo, así que entramos en mi casa casi en pelotas y cachondos como un mono en celo.

Me agarró del culo y me sobó hasta los ganglios, y con unos andares tambaleantes y nada sexys le conduje a mi habitación. Me senté encima y decidí darlo todo en nombre de las fans de Vikings, pero fue meter su salchicha en mi hot dog y se me secó toda la salsa.

EL VIKINGO EMPEZÓ A HABLAR COMO UN BEBÉ.

“¿Guta eto? ¿Guta lo que tace el nene?”

Yo me quede a cuadros. No me creía lo que estaba pasando. No sabía si el tequila llevaba LSD y estaba en medio de una alucinación muy chunga.

El caso es que en un amago de olvidar lo que acababa de pasar le morree y seguí follándole.

“Me guta lo que tú haces. Al nene le guta mucho lo que haces. El nene está contento. ¿A ti gusta el nene?

OTRA VEZ ESA VOZ.

Marichocho, que esto es real.

¿Pero a este qué le ha dado?

¿Por qué coño habla así si es de Aranjuez?

Bueno… En realidad no conozco a nadie de Aranjuez. ¿Hablan así los de Aranjuez?

¡Hostia, pero qué van a hablar así en Aranjuez! 

¿Qué hago? ¿Qué le digo?

Va, venga, si está muy bueno. Le sigo el rollo y punto.

¿Pero cómo le voy a seguir el rollo por Dios?

Bueno, puedo intentarlo…

Joder, espero que no haya vida después de la muerte porque como mi abuela me esté viendo desde el cielo, se vuelve a morir pero de  vergüenza ajena.

Tras un diálogo interno intenso decidí darlo todo, porque la historia tenía su gracia, yo estaba muy cerder y la versión adulta de Rober me ponía a mil. ¿Qué era lo peor que podía pasar?

“Oh síiii… Me gusta el nene. Me flipa el biberón del nene.”

Y de repente el nene puso cara de funeral, como si de verdad mi abuela estuviese a los pies de la cama viéndolo todo.

No tiene ni puta gracia.”

Rober se vistió, ignoró por completo mis “pero tío, ¿qué pasa?” y no me volvió a dirigir la palabra durante la dos semanas que le quedaban en la oficina. Eso sí, si en un futuro decido tener hijos, me acordaré de él cuando vaya a darles el biberón.

Moraleja: el hábito no hace al monje y la barba no hace al vikingo.

Autora: Lagertha