Esta historia se remonta al 2010. Yo tenía 17 años recién cumplidos y llevaba saliendo con mi primer novio 2 años. Ya sabéis, los primeros frotis frotis, las primeras erecciones cuando os morreabais, los primeros tocamientos por debajo de la ropa, la primera vez que pensaste “¿cómo va a entrarme eso en el chumino?” (ay, Claudia del pasado… Si eso te parecía grande ya verás lo que está por venir). En definitiva: el primer amor.

No tardamos mucho en pasar de los frotamientos al follisqueo, pero no estoy aquí para contaros cómo fue mi primera vez. Noooo. Yo estoy aquí para contaros la que creí que iba a ser la última, porque os juro que pensé que ese follodrama me iba a llevar a la tumba.

Era el cumpleaños de un chico de la pandilla, así que salimos todos a hacer botellón en un parquecito de la cuidad. Lo típico, Eristoff con Coca Cola y tú te sentías la puta diva del lugar. El caso es que bebí, y como esto va de primeras veces, tuve mi primera gran borrachera.

Llevaba un pedo que casi abrazaba a las farolas, y a la hora de irme a casa (¿a la 1 de la mañana?) mi novio decidió acompañarme. Antes de llegar a la parte de la historia “+18”, os pondré en situación: mis padres se habían ido de vacaciones a Torremolinos con unos amigos, así que tenía la casa para mí solita, porque mi hermana mayor se pasaba la mitad del día en la biblioteca y la otra mitad de fiesta (el yin y el yang). Total, que lo de “venga que te acompaño a casa” era una excusa para meterme más rabo que cuello tiene un pavo, y yo encantada de la vida.

Llegamos a mi casa, abrí con llave y grité “¿Mari?”. María (mi hermana) no estaba, así que teníamos la pista libre para hacer lo que nos diera la gana durante un par de horitas (éramos unos críos y él no podía pasar la noche fuera de casa).

Perdí la noción del tiempo pero follar, follamos, y entre el calentón y la borrachera adolescente se nos olvidó por completo (o nos dio igual, que también puede ser) que yo tenía la regla.

Total, que él se fue pa’ su casa, yo me fui a la cama y a la mañana siguiente me levanté con una resaca que pensaba que me moría. Mi hermana me vaciló un poquito, pero cuando después de 24 horas no se me pasaba la resaca, se empezó a preocupar. Yo ya no sabía si estaba expulsando el vodka de mi cuerpo o estaba incubando un alienígena en mis entrañas, pero me encontraba en la mierda más absoluta. Dolor de cabeza, ganas de vomitar, temblores, fiebre. “Dios, si me muero, ponme en la misma parcela del cielo que Heath Ledger…”, pensaba yo.

Pasó otro día más y yo seguía agonizando, aguantando estoicamente porque me daba vergüenza ir a urgencias en domingo por una resaca mal llevada. Lo malo es que en toda esta vorágine resacil, un nuevo síntoma apareció: un dolor de coño terrible. No era dolor de ovarios, no era dolor de útero, no me estaba cagando. NO.

Señoras y señores, SE ME HABÍA QUEDADO UN TAMPÓN DENTRO HACÍA DOS NOCHES.

Con toda la borrachera mi querido primer amor me había follado con el tampón puesto. Que yo no me enterase de nada tiene un pase: iba borrachísima de la vida y todavía no conocía muy bien la sensación de tener una polla dentro de mí. Pero, ¿cómo es posible que mi novio no notase resistencia? Misterios de la vida que solo podría resolver Iker Jiménez.

Metí la mano como pude pero no logré sacarlo, así que me tocó quitarme la vergüenza, contarle a mi hermana el percal y pedirle que me llevase a urgencias. Muerta de la vergüenza le expliqué al médico de guardia que se me había quedado un tampón dentro. El médico no tendría porque haberse enterado nunca del resto de la historia, pero mi hermana decidió darme un escarmiento y contarle lo que había pasado para que me diese una charla profesional sobre los riesgos de follar con un condón puesto. Total, que ahí estaba yo, espatarrada, con un doctor sacándome un tampón del chochet mientras me hablaba de sexo seguro, y una hermana que se cachondeaba de mí.

Conclusión: desde aquel día me aseguro ocho veces de que no tengo un tampón dentro antes de meterme cualquier cosa por el chirri.

 

Anónimo

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