Este año decidí iniciar el maravilloso viaje de la independencia y me mudé dejando atrás a mis fantásticos compañeros de piso con los que tantas borracheras había compartido. Alquilé un pisito muy cuco en una zona relativamente barata para lo que es Madrid y como solo tenía los muebles de la cocina y del baño, un armario enorme y un sofá precioso, me fui a Ikea a comprar todo lo que necesitaba.

No os descubro América si digo que montar ocho mil muebles de Ikea es un coñazo. Es muy cuqui y diver cuando te compras la cómoda MALM y te la montas en una horita, pero cuando tienes que pasarte cuatro días montando muebles acabas cagándote en el que inventó la decoración nórdica, el que trajo Ikea a España y la madre que los parió a todos.

El caso es que al cuarto día yo ya estaba hasta los ovarios así que me esmeré más bien poco en el montaje de las cosas que me quedaban, entre ellas la estructura de la cama. Como comprenderéis, mudarse y amueblar una casa no es precisamente barato, así que opté por los muebles más cutres de Ikea porque si no el presupuesto se me iba de las manos. Esta información es muy necesaria para comprender el follodrama.

Pasaron los días y un viernes primaveral me dio por salir a ligar con unas amigas del trabajo. Acabamos en un bar muy cutre pero con música buena y empezamos a beber chupitos de tequila como unas condenadas. A lo lejos atisbé a un maromazo que me estaba mirando con ojillos de “te voy a echar un casquete y no va a ser polar”, así que me acerqué a él y me presenté. Nos dimos dos besos, hablamos cinco minutos y nos empezamos a enrollar.

¿Ves cuando te metes en la bañera y acabas con los dedos que parecen los del bicho de La Forma del Agua? Pues así tenía yo la boca. Así que decidimos pasar al siguiente nivel y le invité a mi pisito de soltera.

Llegamos y nos desnudamos. Me empujó contra la cama y empezó a comerme el chochet con mucho arte y tuve un orgasmo como dios manda. Llegaba mi turno de darlo todo, así que me puse arriba. Empecé a saltar, brincar y moverme como cuando en las fiestas de tu pueblo te subes al toro mecánico.

Supongo que entre tanto follisqueo empezó a sonar algún chirrido, pero entre el alcohol en vena y el polvazo ya podían estar gritando mi nombre que yo no me habría enterado. El problema es que estando él encima, conmigo medio tumbada boca abajo y besándome el cuello, de repente sonó “PAAAAAS”.

La cama de Ikea murió, y mi querido ligue se dio tal hostia contra el cabecero que se partió el labio con un diente. Empezó a sangrar como yo cada 28 días del mes, y al ver la sangre yo me mareé y me desmayé toda. Él se acojonó tanto por la herida y por el desmayo que se puso a llorar, a lo que yo recobré el conocimiento y vi el percal (que conste que estuve solo un minutico en trance y tampoco era la primera vez que me pasaba, pero sí en esas circunstancias).

Le acompañé a urgencias para que le curasen la herida y le pusiesen puntos, porque la hostia que se dio fue memorable. Por desgracia él no me volvió a llamar, supongo que le cogió miedo al cabecero de mi cama.

M.

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