Follodrama, la primera vez que nos acostamos acabamos dando explicaciones en urgencias. 

 

Esta historia empieza como cualquier otra típica historia de “chica conoce chico” por Tinder, que, aunque no lo creáis, no todo lo que hay por ahí es descartable.

Las conversaciones eran amenas y muy diferentes, me tenía muy enganchada, pero solo habíamos llegado al whatsapp. 

Una amiga muy sabia siempre me decía que quedara pronto con ellos. Desde luego es un consejo que hay que seguir SIEMPRE, nunca paséis de la semana de mensajitos de buenos días y emojis de corazón sin haberlo visto en persona.

Así que le propuse quedar un día para tomar un café. Dato importante: él llevaba una escayola desde el pie hasta el muslo.

Cuando llegamos al punto de encuentro y lo vi, respiré… era un chico real, normal, como el de las fotos, vamos que era él. Iba de lo más cool con sus Rayban, su peto vaquero y sus muletas con pegatinas.

 Me propuso dar un paseo que fue borrando mis nervios porque supo hacerme sentir bien con sus bromas y chistes malos. Como las mascarillas estaban en pleno auge, no nos habíamos visto las caras. Cuando llegamos al bar se quitó la mascarilla y ¡OMG! Menuda sonrisa, ni mi imaginación podría haber planificado algo mejor. 

Mi baja autoestima fue boicoteándome poco a poco, no podía leer sus intenciones con la sana distancia que nos proporcionaban sus muletas y el ambiente COVID. Dos minutos después de separarnos y despedirnos recibí un mensaje, “lo he pasado muy bien contigo, espero repetir pronto”.

Y fuimos quedando una y otra y otra vez… Las citas nos fueron llevando a besos, yo no podía más cada vez que lo veía parecía que tenía un espidifen efervescente en las bragas. Los mensajes ya no solo tenían caritas y besitos, también fueguitos, la tensión sexual se podía cortar con un cuchillo de untar.

Dio el paso y me invitó a su casa, daba más palmas que Sara Baras, estaba tan nerviosa que parecía que iba a debutar en Broadway o algo por el estilo. Me esmeré tanto en el look que parecía un cambio radical express.  Según voy a coger las llaves del coche, lo supe, lo noté, mi regla se había adelantado, lo temía tanto que la ley de atracción confabuló para que sucediera, parecía que la mancha en mis bragas decía, ¡holi!

Llegué tarde y ahí estaba el en la puerta, con su sonrisa sexy, esperándome. Entré en su casa y resultó que sólo necesitaba una pierna para ser un auténtico empotrador, los besos y las caricias estaban más allá de cualquier expectativa y recordé lo que yo tenía entre las piernas, tarde o temprano se lo tenía que decir, pero ¿sabéis qué? Le dio igual y seguimos, maravillosa suerte la mía la joya que había encontrado, un diamante en bruto. Después de la acción y de un rato de cariño miró y ¡la escayola estaba llena sangre de regla!

 Eso parecía sacado de una película de guerra y que estaban a punto de cortarle la pierna. Nos pusimos tranquilamente con agua, jabón y una toalla a limpiar, era aún peor, parecía el tupper de macarrones con tomate que no se quita nunca, cada vez estaba mas naranja y cada vez se extendía más. Mis niveles de adrenalina iban a conseguir que mi corazón se saliera de su sitio, ni mi chico perfecto estaba manteniendo la calma, tanto es así que decidió lavarla en condiciones y se metió en la ducha y bye bye escayola. Eso empezó a derretirse como un Mikolapiz en agosto, eso no había forma de arreglarlo.

Nuestra maravillosa cita continuó en mi coche  con media escayola derretida y una pierna rota, llena de sangre.

Llegamos a urgencias y fuimos cruzando pasillos, él en una silla y yo detrás con sus cosas y mi pelo con pinta de recién follada, las miradas parecían dardos que saltan como en una trampa de Indiana Jones. 

Entramos a la consulta y :

¿Qué ha pasado? Nos dice la enfermera.

Él empezó con un estábamos follando… y lo explicó tal cual, sin problemas, mientras que yo en mi cabeza tenía ya pensada una excusa que parecía media novela de Isabel Allende, pero no hizo falta. Tras un par de risas tímidas de los jovencitos del MIR, se lo llevaron a volver a escayolar. Hora y media más tarde salíamos por la puerta grande de urgencias, nos miramos, nos reímos y nos fuimos a tomar la primera de muchas cervezas. 

El polvo más inolvidable de mi vida. 

Cristina Traeger.