Desde que tengo uso de razón, mi madre me ha enseñado que de todo lo malo se puede sacar una lección. Me parece una mierda de enseñanza, si os soy sincera. Hay circunstancias que son un asco, y por mucho esfuerzo que le pongas no van a mejorar. También hay días de mierda en los que hay que llorar, meterte en la cama y coger fuerzas para el día siguiente. Y paro ya, porque como siga le hundo el negocio a Mr. Wonderful.

El caso es que nunca me planteé que en mitad del apocalipsis iba a encontrar ligue, pero a veces el universo conspira para beneficiarnos. Supongo que el karma, el destino o vete tú a saber quién me debía un favor desde hacía tiempo, porque mi vida amorosa y sexual ha sido un fracaso desde 2015.

Os pongo en situación. Viernes 6 de marzo. Ciudad de Burgos (sí, ese sitio tan frío situado al norte de Castilla y León). Casualidades de la vida, la menda estaba de vacaciones. Mi plan era ir a ver a mi hermana a Dublín, donde vive desde hace cinco años. Tenía reservada la fecha y el vuelo desde hacía meses, pero viendo el percal decidí posponerlo. Vamos, que me iba a pasar 15 días muerta del asco en casa.

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Viendo el percal, decidí que era un buen momento para hacer algo de deporte así que salí a correr y hacer un par de flexiones y sentadillas en el parque. Estaba motivada, pero fue una idea de mierda. En mitad de un ejercicio… PAM. Noté un tirón en el cuello de esos que te hacen ver las estrellas.

Pensé que era un tirón, pero al día siguiente estaba igual o peor. Como la cosa no mejoraba decidí pedir cita en el médico de cabecera para que me recetase un relajante muscular, me cortase la cabeza o me derivase a algún especialista, lo que creyese conveniente. Así que el lunes 9 a las diez y media de la mañana yo estaba sentadita en la sala de espera rodeada de señores y señoras octogenarios. Tengo la teoría de que para ellos ir al médico es como para los adolescentes ir de botellón.

Y de repente apareció un chico guapísimo. Alto, con pelazo negro y barba de tres días. Casi pierdo el sentido, os lo prometo. Y por si fuese poco mi nivel de cachondismo, el Dios barbudo se sentó a mi lado.

– Hola.

– Hola.

Y como yo no podía girar la cara, ahí se paralizó la conversación. Mientras tanto pasaban los minutos y uno por uno cada viejecito de la sala iba entrando a consulta. ¿Alguien me explica por qué yo tardo 2 minutos cuando voy al médico y el resto del mundo está en consulta media hora?

Total, que de repente el Dios barbudo estornudó, y todo el mundo se quedó callado. Le miraron como si acabase de degollar a un perrito y dos señoras que estaban sentadas cerca, se levantaron, se alejaron y empezaron a cuchichear.

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No pude evitar reírme por lo bajo, y el Dios barbudo y yo empezamos a hablar.

Resulta que tenía nombre, Lucas, y había ido al médico a que le recetase antihistamínicos porque no podía más con la alergia. Yo le conté mi fracasado intento de hacer ejercicio y empezamos a hablar sin parar hasta que le llamaron para que entrase en la consulta de su médico. 30 segundos después me llamaron a mí también, y me entraron los siete males porque sabía que al salir él ya no estaría y probablemente no volvería a saber nada más de él.

Sorpresas te da la vida, porque al salir él estaba sentado esperándome. Me dijo que no podía irse a casa sin mi número, y salimos juntos del centro médico. Nos despedimos con dos besos y a los 5 minutos me llegó un WhatsApp suyo.

Nos pasamos toda la tarde hablando, y al día siguiente decidimos quedar. Tomamos un café, charlamos hasta que se hizo de noche, y llegué a mi casa más caliente que el capó de un coche en verano.

No os mentiré, me rayé un poquito porque yo esperaba follar desenfrenadamente o, por lo menos, un besito de despedida. Pensé que igual había malinterpretado al chaval y quería una amiga, así que decidí relajarme un poquito, no montarme una película mental y dejar que las cosas fluyesen.

Hablamos durante toda la semana, y el viernes me escribió para volver a quedar. Cenamos, tomamos un par de cervezas y me acompañó a casa.

Os juro que cada calle que cruzábamos me hacía ponerme más nerviosa pensando si me iba a comer la boca o, al igual que el otro día, no pasaría nada. Pasó, chicas, pasó. Nos empezamos a enrollar a lo bestia y acabamos follisqueando como animales en cada rincón de mi casa.

A la mañana siguiente mi madre me llamó agobiadísima pidiéndome que por favor no saliese de casa porque había más de 100 infectados en Burgos. En ese momento me acordé del gran consejo de mi madre y decidí sacarle partido a la situación. Así es amigas, no he parado de echar polvazos, durante todo el finde. La gran pregunta es, ¿debería decirle al Dios barbudo Lucas que se vaya a su casa o paso la cuarentena con él? Os contaré cómo avanza la situación…