Me gustaría empezar con una verdad universal: follar está muy bien. Pero es que follar con confianza es otro nivel. Y, si además de confianza, hay amor y cariño, puedes hacer de tus relaciones sexuales purita fantasía. Para eso, queridos, no olvidemos que la vergüenza y el pudor tienen que quedar abandonados fuera de las sábanas.

¡Que FOLLAR es una actividad natural, placentera y totalmente sana hecha con seguridad! Así que, por favor os lo pido, no hagamos tabú de dónde sólo hay diversión.

Una vez hecha la conclusión del día, vayamos al drama.

Ahí nos encontrábamos mi chico y yo. Os pongo en contexto:

-Después de cuarentena.

-Ambos viviendo en distintas comunidades autónomas.

-El único contacto sexual había sido un sexo telefónico medio en mute para que nuestros respectivos compañeros de piso no se tragaran una sesión de porno no buscado y alguna videollamada subida de tono. Pero no demasiado.

En fin, que, en mi caso, me iba rozando hasta con las puertas, tenía a la alcachofa de la ducha  harta y mi Satisfyer Pro Penguin quería volverse para la Antártida para jubilarse.  NADA podía satisfacer mis ganas  y la necesidad de tener a mi chico encima

Así que, cuando quedamos, ambos sabíamos a lo que íbamos. Eso es así.  No hay nada mejor que quedar para correrse. 

No sé si os pasa, pero, cuanto más cachondos estáis, más activos estáis en la cama. Pues ese día yo parecía una acróbata sexual. Quería probar todas las posturas inimaginables del señor. Almudena Cid me hubiera contratado de coreógrafa si me hubiera visto (y volviera a nacer claro). 

No nos olvidemos del pequeñito inconveniente: de gimnasta tengo yo lo que Isaac el de la Isla  de Tentaciones de “papá”.  Menos cero al infinito y más allá. Pero una se encuentra con la moral un poquito alta y muchas ganas. Y donde hay ganas, no hay quién pueda parar a alguien (excepto el suelo de la habitación, pero no me anticipo).

Estábamos en medio de la lujuria acumulada en cuatro meses. Que si misionero, que si yo arriba pero te mueves tu, que si yo arriba y te cabalgo cual Valquiria, que si de lado, cuidado que se me sube la bola.  A  cuatro hasta que no pueda más.  Que si acabamos, descansamos y volvemos a la acción en la ducha.  Fuera de la ducha. De nuevo en la cama. Y después otra vez a la ducha. En fin, un BUEN DÍA.

¿Quién sabe si iba a ser el último día antes de un nuevo encierro?. Siempre que se pueda, consejito de quien no tiene puta idea de nada, follad como si fuera el último día antes de una pandemia mundial. 

Así que cuando no era suficiente el espacio de una cama de matrimonio, nos movimos al sofá de su cuarto.

Y ahí es cuando tuve la maravillosa idea de situarme en el reposa brazos del sofá tirando de abdominales y subiendo las piernas a los hombros de mi querido caballero. No se si os imagináis la escena, pero profundicemos:

Un reposa brazos de madera (porque el sofá era un tresillo antiguo) que tenía de anchura lo que tiene un calabacín. Estrecho vamos. Solo podía apoyar correctamente una décima parte de mi culo por lo que el resto estaba cedido a los deseos de la señora gravedad. 

Además que no me limité a estar sentada, tenía que estar con las piernas en los hombros de mi querido y sujetándome como podía a mis rodillas o donde pillara. No sé por qué, pero mi flexibilidad solo aparece en esos momentos. Vamos que quería llegar con mis pies a mi espalda pero una llega hasta donde llega.  

Y la postura de mi pareja no era menos graciosa y cómoda. Al ser tan alto tenía que estar situado medio posición sentadilla- te empotro toda. Combinación bastante extraña y, además, sujetándome, que yo no tenía otro soporte. UN CUADRO. 

Y de la risa que me dio por imaginarme cómo se nos vería desde fuera, empecé a resbalarme en el reposa brazos. Mi chico no me soltaba las piernas porque pensaba que estaba disfrutando mucho (y no os niego que si)  PERO tenía que moverme para evitar la desgracia. No lo hice.

Así que cuando ya no pude más, lo único que me quedó fue dejarme caer en postura acróbata a posición cucaracha, sin orgasmo en ese momento, para mi desgracia. Pero a punto. Y con un buen chinchón en la cabeza.  Pero no paré de reírme hasta desconocer el punto en el que estaba. No sabía si el placer era del sexo, del ataque de risa o de vergüenza ajena.

Y ESO ME LLEVO  

Porque no hay nada mejor que reírse mucho durante una sesión maratoniana de sexo del bueno.