Amigas, vaya por delante que yo respeto el derecho a echarse para atrás a la hora de follar aunque ambas partes (o las que sean) estén ya desnudas y metidas en la cama.

Entiendo que pueden quitarse las ganas de repente, que puedes ser víctima de alguna inseguridad que te eche el freno, que veas algo que te desagrade hasta el punto de decidir no seguir adelante en el último momento; sin embargo, estaréis de acuerdo conmigo en que el que te rechacen según te quitas la ropa porque se habían hecho unas expectativas de tu físico que a la hora de la verdad no se han cumplido es cuanto menos desagradable.

Lo más ‘’gracioso’’, por decirlo de alguna manera, es que yo siempre he tenido el pecho pequeño y no es ya que no use relleno, es que no uso ni sujetador porque me resulta incómodo y porque hay más bien poco que sujetar.

Todo pasó una noche que había quedado con mis amigas para cenar y tomar algo con la idea de despedirnos de mi amiga Bea, que se iba a vivir a Italia un año por motivos laborales. Bea nos había invitado a nosotras, que somos su grupo de toda la vida, y a unos cuantos amigos y amigas más a quienes conocía de la universidad, de otros trabajos, etc, y de entre esos amigos hubo uno que me atrajo desde el primer momento y al que llamaremos Bruno.

Bruno era guapísimo, pero guapísimo nivel anuncio de colonia de Dolce&Gabbana (no el del tío que salta de un acantilado, el otro): morenito con el pelo más bien corto, con una sonrisa de ‘’soy irresistible y lo sé’’, con unos ojos oscuros en los que me podría haber perdido por la eternidad…vamos, prácticamente un súper modelo. Pero es que encima era súper majo y congenió rápidamente no ya conmigo, sino con todo el grupo.

Tengo que decir que yo en ningún momento me planteé tirarle la caña porque seamos sinceras, yo me veo estupenda, pero ni en mil vidas me hubiera imaginado que semejante dios griego bajado directamente del Olimpo para despedirse de mi amiga Bea en persona pudiera llegar a fijarse en mí.

Pues sí, lo hizo. Cuando nos fuimos del restaurante a un local de copas a tomar algo se sentó a mi lado y ya estuvimos toda la noche juntos, hablando de todo un poco y prácticamente ignorando al resto del grupo (cosa que estuvo un poco fea, lo reconozco.)

Y cuando me quise dar cuenta estábamos fuera del bar con la excusa de salir a tomar el aire para acabar besándonos antes de decidir entrar a despedirnos y escaparnos a mi casa.

Subimos en el ascensor sin dejar de besarnos y de meternos mano, y cuando abrí la puerta de mi casa ya casi le había arrancado la camiseta. Le empujé hacia mi dormitorio mientras me descalzaba y me desabrochaba los pantalones, y cuando le alcancé ya estaba en calzoncillos esperando a que llegase; claro que yo lo tenía un poco más complicado para desnudarme, pues llevaba pantalones pitillo y un precioso body negro con una abertura hasta el ombligo cubierta únicamente por una fina capa de encaje al que di mentalmente las gracias por haberme ayudado a llevarme a semejante hombre a la cama.

Me lo desabroché con toda la dignidad que pude, porque ya sabréis que no hay manera erótica ni sensual de desabrocharse un body, y cuando me lo quité y me quedé en bragas delante de él me encontré con una cara de incomodidad muy distinta de la expresión de deseo que había tenido tan sólo unos segundos antes.

Antes de que me diera tiempo a preguntarme qué pasaba se levantó de la cama, empezó a recoger su ropa y dijo que se tenía que ir. Me preocupé de verdad, pensando que igual le pasaba algo o que yo habría hecho algo mal, y le pregunté, tonta de mí, por si podía hacer algo para solucionarlo.

Su respuesta fue que en ese momento al menos no, que no creía que pudiera quitarme las tetas a rosca.

‘’¿Mis tetas? ¿Qué coño les pasa a mis tetas?’’ pregunté sintiéndome víctima de alguna broma de cámara oculta.

‘’No sé, en realidad no están tan mal, pero con ese body parecían más grandes. Además, las tienes asimétricas y me dan un poco de cosa, no te ofendas’’, me contestó mientras se vestía y os lo juro, sin reírse lo más mínimo.

Aquí ya la sorpresa había empezado a tornarse en ira y le empujé fuera de la habitación mientras le gritaba que él cuántas tetas había visto en su vida fuera del porno, que quién coño se creía que era y que más le valía no volver a cruzarse en mi camino.

‘’¡Espera, que me faltan la camisa y la chaqueta’’! gritó aún mientras le cerraba la puerta en las narices.

‘’¡Que te vayas a tomar por culo, hombre ya!’’ le contesté para acto seguido ir a por sus cosas y tirárselas por la ventana, con tan buena puntería que fueron a caer sobre el contenedor de residuos orgánicos.

Tras el numerito fui a desmaquillarme y a echarme la última copa de la noche, que me la había ganado, y así, desmaquillada, en bragas y con la copa en la mano, me detuve ante el espejo del pasillo.

Ahí estaban mis tetas, pequeñas y bizcas, con cada pezón mirando en una dirección, cada uno rodeado por una fila de pelitos que siempre me he negado a quitarme porque me parece un sufrimiento innecesario. Y en ese momento tuve claro que no sólo jamás en mi vida pasaría por un quirófano para aumentarlas o rectificarlas, sino que ni aunque pudiera quitármelas a rosca las cambiaría por nada del mundo.

‘’Ni puto caso chicas, vosotras sois perfectas’’ les dije antes de encaminarme al sofá a tomarme mi copa mientras pensaba en el daño que podría haberme hecho ese comentario unos años antes, en el daño que podría hacer ese comentario a tantas chicas preciosas, perfectas de tantas maneras y heridas por hombres mediocres que no son conscientes de la suerte que tienen de que ellas les presten medio segundo de su tiempo.

Porque nadie tiene derecho a hacernos sentir mal por ningún aspecto de nuestro cuerpo, por muy modelo de Dolce & Gabbana que parezca o deje de parecer.

Anónimo