Con 16 años tuve mi primer amor. Fue mi primer todo, mi primer beso, mi primera relación sexual y como era de esperar a esas edades, mi primer desamor.

Lo dejamos a los dos años de relación porque ambos nos dimos cuenta que queríamos vivir más antes de estar con alguien para toda la vida, tener más experiencias. Al poco de dejar la relación perdimos el contacto y nunca más supe de él.

Hace más o menos un mes, me lo crucé en el trasbordo de una línea a otra de metro. Estaba exactamente igual que como lo recordaba, para él no habían pasado los años.  Cruzamos 4 palabras y nos despedimos sin más.

Al cabo de unos días recibí un mensaje suyo en Facebook y empezamos a hablar. Acababa de separarse hacía unos meses y la vida le iba bastante bien.  Me propuso vernos el fin de semana para tomar unas copas y charlar, a lo que accedí. 

Quedamos la noche del sábado, me recogió en coche y nos fuimos a un local de la zona donde hacen unos cócteles muy buenos.

   – Qué guapa vas, me encanta tu vestido.- Sonrió mirándome de arriba a abajo. 

   – Gracias, tú tampoco vas nada mal.

Yo ya llevaba unos cuantos cócteles de más, así que sin vergüenza alguna me quite un zapato y le rocé la entrepierna. Pegó un salto sobre la silla instintivamente y su sonrisa creció por segundos.

Pidió la cuenta y en menos de 5 minutos ya nos estábamos comiendo a besos en el ascensor. No pasaron ni 10 hasta que llegamos a la puerta de su casa.

Él se puso a buscar las llaves y yo le distraje metiendo la mano en su pantalón. La tenía dura y estaba tan cachonda que me lo hubiera follado ahí mismo, a la vista de cualquiera que entrara en el portal.

Entramos y me quité la ropa interior sin dejar de besarle. Quería que me follara ahí mismo y que me recordara cuánto nos entendíamos en la cama; que fuera un animal descontrolado y me hiciera jadear como nunca mientras me estiraba del pelo y me follaba contra la pared.

Pero a veces no nos damos cuenta que hemos cambiado. Las experiencias y el tiempo nos marcan y no somos la misma persona que 15 años atrás e irremediablemente los gustos y las conexiones también cambian.

Fue un polvo mediocre, siguiendo un patrón de «sota, caballo y rey«.  Por muchas ganas que le pusiera, a él se le notaba incómodo con el sexo un poco más rollo «porno«, o como mínimo, más variado.

Él prefería un mete saca a lo misionero y yo quería sexo del duro. Lo recordaba distinto y sinceramente, ninguno de los dos disfrutamos, lección aprendida.

Oaipa