Increíble, chicas, como todavía existen palabras para culpabilizarnos, señalarnos con el dedo y hacernos sentir mal a las mujeres que disfrutamos del sexo. ¡Y por qué no hacerlo! Si es uno de los mayores placeres de la vida. Tenemos normalizado el comer, viajar, y para muchas mentes cuadradas, que los hombres follen hasta reventar. ¿Y nosotras? También, faltaría más. 

Pero voy a contaros la historia de uno de esos entes de caverna que todavía podemos encontrarnos aquí y allá. Estaba yo sintiéndome diva, diosa de la naturaleza, maestra de las artes sexuales como nadie, enfundada en un trajecito monísimo que me había comprado por la red, mirando con ojos golosos a mi último ligue. Llevábamos unas semanas liándonos sin compromiso, o en su casa o en la mía, la que tuviéramos más a mano. Hay que decir que en nuestros encuentros yo lo daba todo: y cada vez que él o yo llegábamos al clímax, me sentía una amazona todopoderosa. Cosas que suben la autoestima a una, qué os voy a contar.

Pues bien, en esto que quiero darle una sorpresita agradable a mi ligue y me visto para la ocasión: liguero negro de encaje, tacones, un sostén monísimo que resaltaba todo lo que tenía que resaltar… además de unos complementos adicionales como una venda de seda para los ojos y mi amado satisfyer. 

¡Ay, amigas! Que el muy machito frágil, en cuanto me vio, se retiró hacia atrás en la cama como si viera al mismísimo demonio. Casi se santigua, os lo digo yo. Le pregunto que qué ocurre (a lo mejor tenía una araña australiana a mi espalda), y, ni corto ni perezoso, me responde que si no me he excedido un poco.

«¿En qué?», le pregunto. De verdad que estaba super confusa. Me empieza a mirar de arriba abajo, señala el satisfyer y dice: 

⸻Con eso te has pasado. ¿Qué esperas que haga yo?

Traté de explicarle que era una forma de jugar juntos, pero me salió por peteneras y puso excusas de que si yo me daba placer no podía dármelo él, y que estaba llevando demasiado la iniciativa.

⸻¿No serás ninfómana?

Queridas. Cuando el alma de cántaro ese me dijo eso, recogí su ropa en silencio, la puse en la puerta y respondí: «Tienes razón, no podrías darme placer». Se fue y no he vuelto a verle, y eso es lo que me ha dado más gusto. 

Ega