Aquí va mi follodrama, amigas.

Verano, las fiestas de mi pueblo y paquito el chocolate. Si sois de pueblo os podéis hacer una idea de lo que es pasarte desde las ocho de la tarde bailando en la plaza, con medio árbol genealógico bebiendo mosto y bailando al son del tío del acordeón. Pues llega un momento en el que necesitas escapar de allí o vas a arrancarte los glóbulos oculares la próxima vez que tu prima pequeña te pida que le compres un paquete de fresitas en el puestecillo.

Pues resulta que mi momento fue el amigo del primo de uno de mi pueblo, que madre mía que ojazos verdes y que alto y que guapo y que todo.

Después de un par de cubatas (para desaprobación de mi abuelo, que estaba muy entretenido comiendo jamón y observándome cual aguilucho) nos pusimos a hablar y entre jijis y jajas noté que había  una química bestial.

Como la plaza del pueblo era  un lugar santo y puro (básicamente por que la mitad de la gente es tu familia y la otra mitad también, pero aún no lo sabes) decidimos que lo mejor era irnos al campo, así que entre los cubatas, los tacones y que los caminos a oscuras son muy traicioneros, acabamos dándolo todo y enrollados cual cortinas en una valla de alambre, de estas típicas que pone la gente para cercar los terrenos.

¿Os venís ver el follodrama, verdad?

Pues resulta que la cosa se subió de madre y al final pues acabamos allí más caliente que el chocolate que me iba a comer después, así que nos bajamos los pantalones y me subí a sus caderas, apoyada contra la verja para poder entregarnos al fornicio. Y a eso estaba cuando de repente siento un dolor intenso en lo que viene siendo la cacha del culo y líquido caliente correrme por la pierna.

Mi culo.

La verdad es que no sé quién se asustó más, si yo, el muchacho o el burro hijoputa que me había mordido, porque sí, allí estaba yo, en mitad del campo, en pompas y con media cacha del culo abierta, porque algo os digo, que no os muerda nunca un burro.

Y claro, a mí ni me dolía ni nada. yo sólo podía pensar en cómo volvía yo a la plaza del pueblo a decirle a mi abuelo que me había mordido un burro en el culo.

Al final el chico se portó y me llevó a que me atendieran en el pueblo de al lado. El burro siguió con su vida, mi abuelo nunca se enteró (gracias mamá) y yo tengo un follodrama que contar.