Follodrama: me pinché con un cactus en mitad del acto

La historia en sí tampoco tiene mucha chicha, pero es de estas veces que te pasa de todo en un momento y te cuesta creer que sea verdad.

Todo comenzó con una cita estándar de cenar, paseíto nocturno… a lo que el chico me propuso subir a su casa para tomarnos una copa en su maravillosa terraza. Me parecía una gran idea porque 1. No me agradaba la idea de meterme en un local lleno de gente 2. El chico me gustaba mucho y quería que estuviéramos a solas en un sitio algo más íntimo. 

Vivía en un ático abuhardillado muy coqueto y, aunque la casa necesitaba ciertos arreglos, es cierto que la terraza era espectacular. No solo me enamoraron las vistas, sino que la tenía decorada con un sinfín de plantas que aquello parecía el mismísimo Jardín del Edén. Solo faltaba la manzana y la serpiente, aunque a esa última esperaba conocerla aquella misma noche (qué sutil yo).

Total, que me preparó una copa y luego otra y cada vez estábamos más juntitos en la hamaca-columpio con las enredaderas rozándonos por todas partes y, bueno, se vinieron cositas. La cosa se fue calentando más y más, así que lo lógico habría sido irnos al dormitorio. Pero no. Estoy segura de que ya lo tenía planeado y que no era la primera vez que lo hacía: echó el dosel de la pérgola lo suficiente para que no se nos viera desde fuera y empezamos a desnudarnos allí mismo. 

Aparte de la hamaca-columpio, el chico tenía un rinconcito tipo chill out con un pequeño sofá en el que nos acoplamos para darle al tema. Al principio todo genial, la situación me daba muchísimo morbo y era una experiencia totalmente nueva para mí. Por no mencionar la ventaja de follar al fresco en pleno verano, eso se agradece. De estar a ahorcajadas encima de él, pasé a ponerme a cuatro y tuve que reubicarme un poco. Tengamos en cuenta que había bebido un poco, así que no estaba yo muy fina y claro, en mitad de esos movimientos bruscos noté que me pinchaba las piernas. No le di importancia y seguimos al lío.

Poco después me dijo de apoyarme en el respaldo del sofá, sentada mirando al frente mientras él me daba por delante. Bueno, pues ninguno cayó en que justo a esa atura, por detrás del sofá había un cactus enorme de esos con forma fálica lleno de pinchos largos y puntiagudos. “Ay, ay, ay. ¡Mi culo!” Noté como si una avispa gigante me hubiera picado o me hubieran pinchado Urbason. Me levanté y efectivamente, me había clavado una buena púa en todo el cachete. Y eso no era todo, tenía púas más pequeñas por los gemelos y las rodillas. 

El puto cactus nos cortó el rollo pero bien. Ni polvo ni nada, nos fuimos al baño a sacármelas con unas pinzas y ahí acabó nuestra noche de pasión. Suerte que el chico tenía dotes para la enfermería, porque algunas se quedaron bien adentro.

Me había prometido una noche especial y diferente en su terraza… ¡y la tuve! Solo que yo esperaba que me clavara algo menos pinchoso. 

 

Ele Mandarina