Leí hace poco un libro de Megan Maxwell, “¿A qué estás esperando?”, en el que la protagonista evitaba dar besos a sus parejas sexuales. El padre de su hija le había hecho tanto daño que no quería compartir ciertos gestos de intimidad, considerados más amorosos… hasta que conoció al chico que tiró todos sus muros emocionales. Actitudes de las que yo solo sabía a través de la ficción, pero que, mira por dónde, también he vivido. 

Conocí a un chico de los de “Nena, no te enamores, que yo no quiero nada serio”. Me dejó claro que la atracción solo se iba a resolver con sexo, no con gestos afectivos. Vale, me parece bien. No tengo problema con ningún tipo de relación, siempre que las partes sean honestas y tengan claras las reglas del juego. Yo misma he buscado solo sexo en algunos momentos de mi vida, y considero que eso es otra conquista femenina. También nosotras podemos ir de flor en flor sin hacer daño a nadie, y sin que se nos tenga que juzgar por ello.

Me parece bien que me recalque que no quiere nada serio si ve algún movimiento sospechoso, vale, pero creo que lo de este chico fue pasarse de frenada. Poner el parche antes de que salga el grano. Porque, presuntamente para evitar que yo me enamorara, él prefirió evitar besos en la boca. 

  • El donjuán que no besa

Nos conocimos un viernes por la noche. Yo estaba tomando algo con una amiga en una terraza abarrotada, y comenzamos a hablar con un par de chicos que estaban a nuestro lado. Fue muy fluido. Ellos eran majos y correctos, así que nos tomamos unas cuantas los cuatro. Lo estábamos pasando bien, así que la cosa se alargó y terminamos bailando en un antro con música rock de los alrededores. 

Él y yo comenzamos a tontear y, en algún momento de la noche, fuimos a pedir a la barra juntos. Estuvimos hablando, ya muy achispados, y confieso que yo orienté mi cuerpo hacia él buscando un beso. No me lo dio. Me sonrió y me pidió que volviéramos con los demás, así que supuse que no tenía interés y lo dejé pasar. 

Los cuatro compartimos nuestras cuentas de Instagram antes de despedirnos y yo supuse que la cosa iba a quedar ahí. Pero, mientras nuestros amigos se despedían, él me propuso que nos fuéramos a su casa. Y yo acepté. 

Decidimos ir dando un paseo que tendría que haber sido hiperestimulante, pero fue anticlimático. En lugar de magrearnos por las esquinas, lo que hubiera pegado, él evitó acercarse a mí. Y, cuando yo le eché los brazos al cuello para darle el primer beso con el que romper el hielo, me espetó:

-Tía, besos no. No quiero dar besos, ¿vale?

Y yo, contrariada, le dije que vale y seguí caminando.  

 

Aquella negativa me dejó planchada. Se hizo un silencio incómodo que quizás me debiera haber empujado a salir corriendo, pero me quedé, y creo que fue por mera curiosidad. Porque ya ni tan cachonda iba. 

El polvo que echamos en su casa me pareció frío, como un trámite. Algo así como: “Nos atraemos, tú estás caliente, yo también y follamos. Fuera”. 

Y eso que fue generoso, no diré lo contrario. Tocaba bien, jugaba con la lengua bien en la zona baja y los dos tuvimos nuestro par de orgasmos. Pero eso, como el que tiene hambre durante la mañana en la oficina y se baja a la máquina de vending a sacar un bolsita de frutos secos. Un polvo de supervivencia. 

Cuando ya me estaba vistiendo, no podía más y le pregunté que por qué besos no. Y me explicó que prefería follar solo, porque los besos conllevaban riesgo de que yo me pillara. Solté un bufido y le dije “Tranquilo, que no”. Tiré de orgullo, terminé de vestirme en silencio y me fui. 

Me habló varios días más tarde por Instagram. Le contesté, pero anduve dándole pares y nones y ya no lo he vuelto a ver. 

  • Beso cariñoso/beso porno

Un beso puede tener miles de significados, ¡miles! Y a mí un beso en la boca, cuanto más guarro mejor, es lo que más excita del inicio del acto. Me encanta la “liación”, lo digo, con su buena dosis de labios, lengua y saliva. Y me gusta porque, cuando estoy en ello, voy notando las palpitaciones en la zona pélvica, ya me entendéis. Vamos, que pongo perrísima. 

Creo que lo que describo está bastante lejos del piquito que le das a tu novio cuando llegas a casa después del trabajo, o del morreo de una reconciliación, o de los bocaditos en el labio cuando estáis jugando. Pero, para mi lío de aquella noche, todos los besos conducen al mismo lugar: el enamoramiento de la chica.

Puede poner los límites que le dé la gana, por supuesto, y, si yo no estaba dispuesta a aceptarlos, me podría haber ido en dirección contraria en cuanto me lo dijo. Pero me sonó presuntuoso y creído, la verdad. Me alegro que tenga un alto concepto de sí mismo, pero creo que podría haber sido más asertivo y no poner el foco en mí o en lo que creía que yo pudiera acabar sintiendo, sino en él mismo. 

No, hijo, no me ibas a enamorar con un beso como a las princesitas, así que no hacía falta que me los negaras. Con un par de frases en el después, me hubiera bastado para largarme satisfecha con mis dos orgasmos y que no tuviéramos que volver a vernos.

 

Anónimo

 

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