Esta historia comienza con el final de unos días  de descanso en Sitges, nombrada por mis amigos como “el cementerio homosexual de elefantes”.

Mis amigos marchaban en coche después de comer, sin embargo,  yo tendría que esperar unas horas más en la ciudad porque prefería volver en AVE- sin ser yo Joan Crawford ni nada de eso.

La espera se me hacía larga, así que, maleta en mano, decidí encender Grindr (para aquellxs que no lo sepáis, es la versión cerda y homosexual de Tinder) para encontrar un rabo con el que coronar el viaje.

Encontré un italiano de muy buen ver y con pinta de empotrador, la pepita me palpitaba. Tal era mi ansia que no tuve en cuenta que, por la resaca, mi sistema digestivo no estaba muy cristiano. Voy a su casa con mi maleta, subo a su casa y nos saludamos. Todo bien, nos gustamos y nos liamos. Vamos a la cama, nos desnudamos… -la visión que tengo de este momento es a posteriori de lo que ocurrió…

Me tumba bocarriba en la cama y me sube las piernas, efectivamente, ahora estoy como una cucaracha tirada en la cama. Comienza a besarme las nalgas y todo lo demás, veo que alguna vez cogía la sabana como para limpiar lo que yo, inocente de mí, pensaba eran sus babas.

Sigue y de repente escucho escupir y le veo limpiándose la boca con la sábana al grito de ¡PORCO, PORCO!

Mi cara, un poema. No sabía dónde meterme, lo único que tenía en la cabeza era “este señor se va a enfadar, me va a echar y me a tirar la maleta por la ventana, tendré que bajar desnudo a por ella”. Bueno, no os voy a engañar, a la vez me estaba haciendo muchísima gracia la situación y tenía ganas de ver cómo terminaba.

Este señor, gracias a Dior, habrá visto muchas cosas ya que tras gritar “PORCO, PORCO” fue al baño a enjuagarse y me enseño dónde estaba el baño (muy sutil él).

Después de eso, chupipaja tan contentos y ala, yo de camino a mi ciudad con una historia que mis amigos siempre me recordarán y pensando en qué barbaridades habría visto aquel italiano como para normalizar lo que pasó.

T.

 

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