Salí el viernes de fiesta con ganas de comerme el mundo. Bueno, el mundo y una buena polla, las cosas como son. Esa noche quería tema, mandanga, meneo. Me puse el tanga más sexy e incómodo que tenía, me dejé el sujetador en casa y me pinté los labios de rojo, preparada para arrasar Malasaña.

Fuimos de bar en bar, perdiendo la cuenta de las cervezas que llevábamos (total, acabábamos de cobrar), gritando cada vez más, como si la calle fuera nuestra.

Y allí, en la Vía Láctea, sentado en uno de los sofás, lo vi.

El pack malasañero completo: un morenazo de camisa de cuadros remangada, brazos tatuados, barba y gafas de pasta. PFF. Solo de pensarlo, el cuerpo me pide Satisfyer. Tenía una mirada intensa, de esas que te dicen que te va a romper la mesa de conglomerado del Ikea a la primera embestida. MI TIPO, VAYA.

Después de un rato esquivando miradas, haciéndome la tonta, bailando más indecente de lo ya bastante habitual, el tío se me acercó cuando estaba en la barra pidiendo una copa, para invitarme. Empezamos a hablar, y cada vez quedaba más claro que esa noche ninguno de los dos se iba a ir solo a casa.

Borrachos perdidos, nos empezamos a liar en medio del local como si no hubiera un mañana. Al borde estuvimos de acabar follando en el baño, lujuriosos y locos perdidos. Me invitó a ir a su casa y me faltó tiempo para correr y pedir un taxi.

Empecé a quitarle la ropa en el descansillo mientras abría la puerta y nos enganchamos en un baile en el que la ropa caía y nosotros nos tropezábamos con todo lo que había de camino a la cama.

Y ahí, en medio de toda esa pasión, me dijo que tenía que irse un momento al baño, que me esperase ahí. Desconcertada y bastante cachonda, le dije que se diera prisa, que lo quería todo y lo quería ya, y él, entre risas nerviosas, me dijo que necesitaba literalmente tres minutos.

De repente, así, sin previo aviso, empezó a sonar a todo volumen la banda sonora de Star Wars, y del susto casi me caí de la cama. Asustada (sin saber muy bien de qué), fui a ver si pasaba algo. La puerta del baño estaba abierta de par en par y ahí dentro estaba él, con los brazos en jarra, como un superhéroe, en pelota picada.

Ante mi mirada de sorpresa, me dijo que había descubierto gracias a su coach que hacer una Power pose (el rollito superhéroe) durante dos minutos te ayuda a tener confianza en ti mismo, y desde que lo descubrió, solo podía follar después de hacer eso. Si no, no le funcionaba el aparato. Así que nada, que me tendría que acostumbrar.

Tardé un máximo de cinco minutos en vestirme, recoger mis cosas y salir pitando. Lo de la Posturita de poder, vale, pero lo de que tuviera un coach…NI MUERTA.

 

Anónimo