Creo que una de las cosas que siempre he llevado peor ha sido escuchar chuscar a otros. No me preguntéis por qué, pero me hace sentir incómoda, violenta y me parecen situaciones muy embarazosas porque después me cuesta mirar a la cara a esas personas. Igual el haber pillado una vez a mis padres en plena acción puede tener algo que ver… En fin. Vamos a lo que vamos. 

Esta historia se remonta a mis años de universitaria en uno de los últimos cursos creo recordar. El caso es que por aquel entonces yo compartía piso con otras dos chicas. Una era majísima y una fiestera máxima, de las que se apunta a un bombardeo vamos. Por cierto, la otra era rarísima. Os prometo que siempre creímos que era una vampira o algo. 

La cuestión es que una noche salí de fiesta mi compañera (la fiestera), a la que llamaremos por ejemplo Patri, y claro lo primero que hicimos fue ir al pub en el que ella imaginaba que estaría su follamigo del momento. Yo estaba súper emocionada porque por aquel entonces estaba muy colgada de uno de los amigos de este chaval. Aunque de chaval tenía bien poco porque nos sacaba unos doce años. El caso es que allí que nos plantamos las dos y efectivamente allí estaban ellos. 

Que si unas copas, chupitos, partidita al futbolín… Patri y el chico de vez en cuando se sobaban un poco a escondidas, que en verdad no sé por qué si todos los que estábamos allí sabíamos que llevaban ya meses follando como posesos pero bueno. Mientras tanto yo perseguía como un perrito faldero al amigo (que estaba de toma pan y moja) y le reía todas sus bromas sin gracia. Ahora que lo pienso, qué tonta era yo por aquel entonces. 

Total, que después de unas cuantas horas empezábamos todos a estar un poco perjudicados así que nos subimos los cuatro en un taxi rumbo al piso del follamigo de Patri. Yo ya iba montándome películas en mi cabeza sobre cómo organizarlo todo para quedarme a solas con el amigo. Al llegar al piso nos fuimos todos al salón a bebernos otra copa, como si no hubiéramos bebido ya bastante. 

El ánimo empezó a decaer y cuando me di cuenta el que podría haber sido el artífice del polvo de mi vida (nunca lo sabremos) se quedó sobado en el sofá y Patri y su ligue se fueron del salón. Y ahí me quedé, tumbada en otro sofá mirando al techo. Cuando pasaron unos cuantos minutos el chico empezó a roncar y yo le lanzaba miraditas asesinas porque estaba intentando dormirme viendo que era lo único que iba a hacer esa noche. 

Y aquí viene lo bueno. Conseguí dormirme y tras una media hora escuché que alguien hablaba y unos ruidos extraños. Parpadeé y me levanté un poco para ver qué pasaba y resulta que cerca del sofá en el que yo estaba, contra la pared, mi querida amiga Patri estaba siendo empotrada por su follamigo que tenía todo el culo al aire. Rápidamente me volví a tumbar en el sofá y fingí dormir porque no sabía que otra cosa hacer y ellos no me habían visto moverme, pero no quería que mirasen en mi dirección y me pillasen ahí con los ojos como platos puestos en el culo de él. 

Os prometo que quise que hubiera un terremoto o qué sé yo. Mi amiga gemía a toda potencia y se escuchaban los golpes que él hacía mientras la empotraba. Vamos, una película porno en toda regla a dos metros de mí, en vivo y en directo. Abrí un ojo para mirar al otro sofá y el otro chico estaba ahí sobado roncando con la boca abierta sin enterarse de nada. 

Entre el dolor de cabeza que tenía por la resaca, los ronquidos, los gritos de Patri, los resoplidos del follamigo, el ruido del mete-saca…fueron los diez minutos más largos de mi vida.

No paraba de preguntarme por qué, POR QUÉ tenían que follar ahí al lado de nosotros cuando en el piso había dos habitaciones vacías. No sé si es que les ponía. Probablemente.

Cuando (por fin) terminaron los escuché cuchichear y decidir irse a dormir, lo cual sinceramente agradezco, pero primero se acercaron para ver si nos habían despertado (¡qué considerados!) y se marcharon. Flipante. 

Yo en cuanto escuché que se cerraba la puerta del dormitorio me levanté corriendo porque no estaba dispuesta a soportar una segunda parte y me largué para poder ducharme, ponerme el pijama y meterme en la cama con la manta sobre la cabeza para decidir si aquello me traumatizaría. Allí en el otro sofá se quedó durmiendo el chico. No sé qué cosas le tocaría vivir después. Desde luego yo había tenido bastante. 

Horas después llegó Patri al piso y me preguntó que por qué me había ido y que si algo me había despertado. ¿Y sabéis qué? Que me hice la loca. Le dije que me empezó a entrar angustia por la resaca y que por eso me había marchado pero que no había escuchado nada. Ella no dijo nada. Yo tampoco. Y a día de hoy seguimos sin hacer ninguna referencia a todo esto. 

Lo peor de todo es que al final, después de aguantar el despliegue sexual de otros, no pillé cacho. Hay que fastidiarse. 

 

Amanda C.