No tengo muy claro cómo catalogar mi historia. Si como follodrama, oraldrama o qué sé yo. Bueno, que tampoco quiero atropellarme, dejémoslo en que lo que iba a ser un polvazo mítico terminó siendo el mayor fiasco sexual de mi vida (al menos hasta ahora).

Llevaba meses a palo seco. La presión durante mi último año de universidad me había convertido en una ermitaña sin vida social. De la facultad a casa, de casa a un seminario, de ahí de nuevo al hogar. Empezaba a tener claro que aquella monotonía por muy buenos resultados académicos que me acarreara, no era demasiado saludable.

Mis amigas, o al menos esas chicas con las que hablaba de vez en cuando vía Whatsapp, estaban ya aburridas de intentar sacarme a tomar unas copas. A mi lo de la fiesta nunca me había vuelto loca, pero sí que había tenido mis noches de borrachera como todo hijo de vecino. ‘¿Yo salir este fin de semana? Eso me supondría mínimo tres días de resaca, no contéis conmigo‘.

Así que, nada, ahí seguía yo como una rata de biblioteca enclaustrada en mi habitación rodeada de manuales y libros. Todo divertidísimo como podéis imaginar.

Pero (siempre hay un pero) llegó mi cumpleaños. Mi obsesión por terminar mis estudios en lo alto era tal que ya había avisado a mi familia y amigos de que no viajaría a casa ese fin de semana. Tuve que escuchar un sinfín de barbaridades por parte de mi madre, nada nuevo, y unos consejos sobre mi salud por parte de mi padre, nada nuevo tampoco.

Ese mismo sábado me extrañó que mis colegas no hicieran acto de presencia en nuestro chat grupal. ‘Ya se han hartado de mí, en el fondo me lo merezco, soy una amiga de mierda ahora mismo‘. Continué con mi aburrida y soporífera vida obviando por completo que fuera sábado y, encima, mi cumpleaños.

Las diez de la noche. Suena el timbre. ‘¡¡¡SORPRESAAAA!!!‘. Cinco de mis queridas amigas totalmente arregladas y con cotillón incluido asaltaron mi casa sin darme opción a nada. Una me secuestró y me llevó a mi cuarto para ponerme un vestidazo de infarto que ellas mismas habían elegido, mientras tanto otra me peinaba y otra más pedía su turno para maquillarme. ‘Estáis locas, no pienso ir a ninguna parte‘. No aceptaron mi negativa, pasaron de mis palabras y antes de que me diera cuenta estábamos en un pub tomándonos un copazo.

No mentiré, aquella sorpresa me estaba dando la vida. Aquel secuestro inesperado era lo que mi cuerpo necesitaba, y me entregué a la fiesta como nunca antes lo había hecho. Bailoteo, chupitos de tequila, otro gin-tonic… Perdí la noción del tiempo y hasta cierto punto deseaba que esa noche no terminara jamás.

Ya de madrugada nos encontrábamos en la última discoteca abierta y mi cuerpo no podía más. Los pies me dolían un montón y ya no bailaba, sino que me mantenía erguida dejándome llevar por el ritmo como podía. En medio de ese cuadro conocí a Tomás. Yo no estaba excesivamente borracha y él tampoco, así que empezamos a hablar de mil cosas. Vale, él quería ligar conmigo y yo con él, así de claro lo teníamos los dos.

Así que como una mujer que no tiene tiempo suficiente como para perderlo agradecí a mis colegas aquel fiestón y me despedí de ellas abandonando la discoteca con Tomás agarrado de mi mano. Morreo brutal en el ascensor, y más magreo por todo el piso hasta llegar a mi habitación. Mi nuevo amigo alucinaba con mi fogosidad, mal sabía él que llevaba casi un añito sin catar varón. Era como una mantis muerta de hambre, insaciable.

Como llevaba el puntillo y aquello prometía muchísimo no dudé un segundo en guiar a Tomás para que me diera lo que yo necesitaba. ‘Bésame en el cuello, ahora muérdeme aquí, dame un azote…Él respondía y se ponía a cien con mi guión pervertido. Entonces le pedí que me comiera el asunto ‘por favor, hazlo hasta que me corra‘. Y allí que bajó aquel muchacho obediente dispuesto a darlo todo.

Y el tema iba maravillosamente, de todos los tíos que había en aquella discoteca había dado con la lengua más prodigiosa. Yo estaba tumbada con los ojos casi en blanco, acariciando la cabeza de Tomás y agradeciéndole todo lo bueno que estaba haciendo en mi parrús. ‘¡Eres un crack!‘. Y entonces paró. En seco y sin avisar. Me incorporé desconcertada y vi la cara de aquel chico mirando a mi asunto preocupado.

¡Ostras! La he liao…‘. Acerqué una mano a la zona y pude notarlo. Un puto chicle se había quedado enredado en todo mi vello púbico. Estaba tan pegado a mis pelos que no había manera de sacarlo. ‘¿Pero tío, no te has dado cuenta de la que estabas liando hasta ahora?‘. Tomás intentó deshacer el entuerto pero aquello dolía horrores. ‘Vas a tener que recortarlo‘. Pero, ¿cómo? Estaba tan cerca de mis labios que era imposible. La que has liao pollito…

Ni agua caliente, ni jabón. ‘¿Pero tú que tipo de chicles mascas, campeón?‘. Cada paso que intentaba dar era como un pellizco en mi entrepierna. Tomás me miraba con cara de pena y yo no sabía si reír por lo pardilla que parecía o llorar del dolor, así que hice ambas. Tremendo cuadro catastrófico.

En vistas a que no encontraba solución casera al chicle mutante terminé en urgencias. ¿Motivo de la visita? ‘Tengo una golosina adherida a mis labios vaginales‘. Jamás he pasado tanta vergüenza ni tanto dolor en mi vida. Tengo claro que tras la aparente seriedad de aquella enfermera por dentro la mujer se estaba descojonando viva. No la culpo. Dejé ir libre a Tomás y le prometí un mensaje una vez estuviera de vuelta en casa, ya me había llegado de momentos embarazosos con aquel chaval.

MORALEJA

Si un buen coño te quieres comer, tu chicle ultra-pegajoso debes esconder. Y si prefieres las chuches a un chochete, avisa antes y, desde luego, vete.

 

Anónimo

Envía tus movidas a [email protected]