Soy muy fan del Tinder y aunque haya gente que lo odia, a mí me flipa el arte del ligoteo online. Para que os hagáis una idea, mis amigas me piden que inicie sus respectivas conversaciones vía Tinder con alguna frase ingeniosa. Se podría decir que todo lo bien que se me da flirtear luego se va a la mierda con mi torpeza cara a cara.  

Más o menos, esto es lo que me ocurrió con Marcos. Le conocí en esta maravillosa aplicación y tras una semanita de rigor hablando por WhatsApp decidimos quedar.  

– Donde quieras y cuando quieras.  

– ¿Sábado a las 9 en la plaza y vamos a cenar?  

– Perfecto.  

Y eso hicimos, quedamos en la plaza de la ciudad y fuimos a cenar un buen par de hamburguesas a un bar estilo americano con sinfonola y todo. Yo me sentía como Olivia Newton John en Grease y al parecer él no se estaba asustando con mi humor negro, así que todo iba perfectamente.  

Decidimos cambiar de país dejando atrás el bar americano por uno alemán con buena cerveza, y mientras íbamos de camino nos empezamos a enrollar en medio de la calle. Ahora sí que sí, todo iba mejor que perfectamente.


Llegamos al bar cachondos perdidos. ¿Nos podríamos haber ido directamente a casa? Sí. ¿Por qué no lo hicimos? Pues no lo sé. Sea como sea, empezamos a beber cerveza mientras nos enrollábamos como adolescentes, hasta que a la una de la mañana no aguantamos más y nos fuimos a su casa.  

Nada más entrar por la puerta yo ya me había quitado toda la ropa, y con el calentón no llegamos ni a la habitación. Empezamos a montárnoslo en su salón, concretamente en el sofá. Para que os hagáis una idea, él estaba sentado en el sofá y yo estaba encima, con una mano apoyada en la pared de detrás del sofá y con la otra mano acariciándole el cuello mientras le miraba.  

«Jolín, Lucía, que bien está saliendo todo«, me dije a mi misma. BUM, lo gafé. 

Estaba dándolo todo mientras le miraba con cara de actriz porno low cost, es decir, con la boca medio abierta y ojos de «león cazando gacelas». El caso es que de repente mi lengua perdió el control, mi cerebro se desconectó y un chorrazo de saliva salió disparado de mi boca. Señoras y señores, me babé. ¿Ves cuando te echas la siesta y te despiertas con todo el cojín empapado en saliva? Pues eso mismo, solo que, en vez del cojín, encharqué la cara de Marcos.  

Me puse rojísima, me levanté, empecé a pedirle perdón una y otra vez y cuál fue mi sorpresa cuando se empezó a descojonar, se puso de pie, me empujó contra el sofá y siguió follandome.  

Han pasado seis meses desde aquello y seguimos juntos sin Tinder en el móvil, pero con mucho amor que darnos. Lo que un follodrama ha unido, que no lo separe el hombre.  

Autora: una babosa enamorada