Me considero una persona muy organizada, o al menos eso pensaba hasta que conocí a Ramón…
Esta no es una historia super romántica de “chico conoce chica, se miran y saben que están enamorados”. Es más bien una historia del siglo XXI con Tinder de por medio.
Así es, sucumbí a los encantos de la dichosa aplicación y conocí a este chico, Ramón. Era mono, tenía una bio divertida y había estudiado una carrera parecida a la mía así que la conversación estaba asegurada. Y efectivamente, hablamos durante horas por el chat de la aplicación y acabamos dándonos nuestros teléfonos.
Nos pasamos un par de semanas hablando un montón y realmente me gustaba mucho el chaval. Era muy inteligente y las cosas fluían, estaba cómoda. Era inevitable que acabásemos quedando en persona.
Viernes a las diez de la noche en un bar. Entro y allí está él. Guapo, sexy, carismático. Empiezo a mojar las bragas.
Hablamos, bebemos y comemos, y de repente me besa. Yo ya estoy cachonda como una quinceañera que está descubriendo la masturbación.
Pedimos la última cerveza y nos vamos a su casa. Por el camino la cosa va que arde. Nos paramos en cada portal, nos sobamos, nos acariciamos, nos lamemos el cuello y nos comemos la boca. Y cuando llegamos a su casa empieza lo bueno, pero lo bueno se hace esperar…
Abrimos una botella de vino blanco y nos la bebemos mientras seguimos hablando y besándonos a partes iguales.
¿Por qué no follamos?, me pregunto yo.
Pero estoy tan a gusto que tampoco me quejo, así que seguimos con esa dinámica hasta que me mira serio y dice:
“Mira, vamos a hacer lo siguiente: te desnudo aquí en el sofá, te beso un poco. Si eso te como, me puedes comer tú también. Y después pasamos a la habitación. Allí podemos follar en la silla, que es muy cómoda. Y luego por variar de postura en la cama a modo perrito o si quieres con las piernas sobre mis hombros, como te guste más.”
Imaginaos mi cara. Yo no sabía si estaba elaborando un plan para follarme a lo bestia o para invadir Polonia. Entre tanta planificación se me corto bastante el rollo e hice lo que no hay que hacer nunca: follar por compromiso.
Al día siguiente me fui y me preguntó por WhatsApp que si me había gustado. No fui capaz de decírselo en persona, así que le escribí un mensaje diciéndole que a mí me gustaba el sexo más espontáneo.
No volvimos a quedar. ¿Soy rara o a vosotras también os habría parecido lo más cortarrollos del mundo?
Anónimo