Poco se habla hoy en día de lo sublime que es el algoritmo que une a la comida con la pasión y el fuego interno de cada persona. En la época de mayor apogeo del movimiento millenial, donde el postureo es casi religión, difícilmente cabía esperarse un montaje tan verídico como Foodie Love.
Intensa como un buen café, sorprendente como ese bombón relleno de un licor inesperado, cálida como el mejor ramen y picante cuando debe serlo, al igual que un gran plato mexicano. La receta secreta que Isabel Coixet nos regala con su Foodie Love es mucho más que un menú degustación con maridaje incluido.
Aquí son ella y él, dos desconocidos unidos por el amor a la gastronomia. Dos personas con un millón de realidades en la cabeza que comienzan analizando todo aquello que odian de la comida. Pero ¿y en la vida? ¿qué hay de ellos? Pronto entraremos de lleno en sus pensamientos, en ese incómodo instante en el que cada segundo es una duda, y en darnos cuenta de que esta serie tiene más de verdad que de ficción.
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Porque Foodie Love no es solo una historia de amor al uso, es más, mucho más. Es la gran variedad de locales y restaurantes que querrás buscar tras verte completa la primera temporada. Es también el hambre que sientes en cada capítulo, en cada plato que Laia Costa y Guillermo Pfening disfrutan juntos. Es el ambiente único con el que se nos transporta incluso a los estados de ánimo de los protagonistas. Es imaginar olores y sabores.
La última producción de Coixet sorprende por sí misma y por lo original de su idea. Parece sencillo eso de partir de una cita a ciegas para crear un relato que guste y atraiga como el polen a las abejas, pero aquí no vale lo habitual. Foodie Love destaca por permitirnos el vernos reflejados en cada una de sus escenas.
Laia Costa está fantástica en su papel, tanto como voz en off regalándonos sus constantes quebraderos de cabeza, como siendo esa mujer hiper atrayente que no sabe si quiere estar pero está porque le gusta donde está. Y mientras tanto él, Guillermo Pfening, crece paso a paso y capítulo a capítulo dejando en los espectadores una huella de melancolía y empatía muy fuerte. A riesgo de sonar a cliché precocinado, había que decirlo, la química entre ambos es brutal.
La libertad narrativa es aquí el quid de la cuestión. Una creación en la que los actores pueden contar sus problemas abiertamente y sin tapujos, incluso dirigiéndose a cámara sin cortarse. Sin rozar lo rocambolesco de un reality pero dejándonos a todos con ganas de saber, con la miel en los labios después de cada cita o respuesta repentina. ‘No quiero que se vaya, pero no sé si quiero que se quede…‘ piensa ella tras uno de los momentos más top de la temporada. ¡Ah! Porque Foodie Love también es un genial cóctel de frases para la posteridad. ‘El croissant perfecto no existe‘, ¿quién no querría una camiseta con este lema inamovible?
No podemos obviar uno de los detalles que da vida a toda esta movida gastronómica-sexual, y es que la música es casi más importante que cualquier plano. Escenas más lentas que podemos no comprender demasiado y que al instante hilamos gracias a una melodía escrupulosamente rebuscada que da sentido a todo. Ritmos que acompañan y terminan siendo la verdadera guinda del pastel. Canciones elegantes con versiones más Foodie Love incluso que la mismísima Foodie Love. Abrimos paréntesis para reclamar un cd recopilatorio con todas estas maravillas (y cerramos paréntesis).
Isabel Coixet lo ha dejado claro desde el principio, con su nueva serie nos quiere hacer comer y follar a partes iguales, y tras devorar los ocho capítulos que forman la primera temporada podríamos felicitarla por su misión cumplida. Ahora solo queda que alguien nos diga a dónde debemos dirigirnos para que Yolanda Ramos nos sirva un ‘Breakfast in Kentucky‘ en su vaso de huevo exclusivo.