Me gustaría empezar diciendo que yo estoy a favor de que cada una haga lo que le salga del papo. Que si te quieres depilar pues oye, adelante. Y si no te apetece, pues chica, es cosa tuya. Adelante también.

Yo reconozco que siempre me he dejado llevar un poco por la presión social, y aunque ODIO depilarme es algo que he seguido haciendo porque me daba pánico que alguien me mirase mal o pensase que soy una cochina. Prejuicios, I guess.

Es un dilema moral que tengo conmigo misma. Me encantaría dejar de hacerlo habitualmente pero a la hora de la verdad me acabo pasando la cuchilla (con lo que pican después los condenados pelos cuando crecen y la de veces que se me enquistan) porque sino salgo a la calle con miedo.

Así que este experimento que he hecho para WLS ha sido todo un reto para mi y aproveché el primer día de la primavera sin ponerme medias para llevarlo a cabo. 

Normalmente ese es un día traumático para mi persona. Enseñar las piernas después de un invierno en la cueva es algo a lo que tardo en acostumbrarme y me pasa cada año. Así que imaginad cuando decidí que ese primer día además de llevar mis piernas lechosas al sol, las llevaría sin depilar. Y encima a una cita. MI MIEDO MÁXIMO.

 

He de decir que tardé mucho menos en arreglarme because of reasons. Si sois peludillas como yo sabréis que el primer día de piernas al aire es tirarse un buen ratejo con cuchilla/cera, así que eliminar esa parte del ritual hace que estés lista mucho antes.

Casi me tomo un chupito antes de salir de los nervios que tenía, pero finalmente me armé de valor y llegué a mi cita sin gramo de alcohol en sangre.

El maromito en cuestión era un señor simpaticón del Tinder con el que ya había quedado un par de veces antes. Digamos que elegí a uno con el que ya tenía cierta confianza por lo que pudiera pasar. 

Me piropeó al verme llegar en mini falda, y he de reconocer que me relajé.

Dimos una vuelta y al sentarnos en una terraza volvió un poco el pánico. Nos sentamos muy muy cerca, y al cruzar las piernas y enseñar los jamones se podía ver perfectamente mi pelambrera. Yo debía de estar tan en tensión que él se dio cuenta, y me preguntó por qué estaba tan nerviosa PONIÉNDOME UNA MANO EN LA PIERNA.

Desvié la conversación como pude, y aguanté el tirón y las caricias en mis piernas con una sonrisa. Acabamos en su casa, como siempre.

Yo no sé si no se dio cuenta (me extrañaría porque como os digo no tengo tres pelillos, soy prima de Chewbacca) o si los vio y le dio exactamente igual. La realidad es que echamos un polvo igual o mejor que los anteriores y me hizo quitarme muchísimas tonterías de la cabeza.

Muchas veces nuestra propia obsesión no nos deja ver más allá de unos pelillos que en realidad no impiden NADA.

No sé si seré capaz de dejar de depilarme para siempre, pero sí os digo que esta experiencia me ha hecho replantearme muchas cosas.

 

Vera.

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