Las webs y Apps de citas están en plena expansión, acentuada por la dificultad de conocer gente a la manera tradicional debido a las restricciones por la pandemia. Pero pese al auge de esta vía online mucha gente todavía se pregunta si realmente sirven para conocer a alguien interesante con quien conectar y tener algo más allá de un encuentro esporádico. Aquí os cuento mi experiencia personal por si os sirve de referencia, pero sin ánimo de generalizar, ya que como dicen en mi tierra cada uno cuenta la feria según le ha ido.

Antes de nada me presento, me llamo Alba y estoy a unas poquitas semanas de entrar en el club de la cuarentena. Tengo una niña de 13 años, Andrea, cuya custodia comparto con mi exmarido, del que me divorcié hace casi una década, sin excesivas turbulencias ni problemas más allá del dolor inherente a este tipo de separaciones. Tengo un trabajo estable que me permite una conciliación más o menos aceptable, y mis padres viven relativamente cerca de mí y me han ayudado mucho con la cría.

Con todo, durante los primeros años la crianza de Andrea me absorbió mucho, y no tuve muchas relaciones duraderas, en parte porque no me apetecía y en parte porque supongo que tampoco encontraba a esa persona especial que hiciese encender la chispa.

Antes de proseguir, tengo que decir que físicamente yo me calificaría como una chica random como dirían ahora los millennials. Es decir normalita, cuando salía más de noche no era de las que más ligaba pero tenía mi público, otra cosa ya era que el ‘modus operandi’ del ligoteo nocturno me guste, por cada tipo interesante que puedas conocer te toca soportar a diez plastas borrachos, además como toda mami en mi situación no podía salir mucho y cuando lo hacía me gustaba disfrutar de mis amigas, y no aguantar la murga de ningún ‘enrobina pendientes’ en sus múltiples versiones.

Alguna amiga mía era muy aficionada a apuntarse a talleres, clubes de senderismo y cosas así con la esperanza de conocer a alguien que mereciese la pena por esa vía, a mí siempre me ha tirado para atrás hacer ese tipo de cosas para buscar nada, ya sea pareja o ampliar el círculo social, si acaso hazlas porque te gusten esas actividades… Alguna vez la acompañé a hacer rutas en grupo y no acabé de sentirme cómoda con la gente que iba en ese plan.

Cómo llegué a las webs de citas

Fue pasando el tiempo, Andrea era cada vez más autónoma, a veces demasiado (ya me voy abrochando el cinturón para la adolescencia que me espera), y mi grupo de amazonas se estaba deshaciendo entre unas cosas y otras. Llevaba mucho tiempo sin estar con nadie en serio y me iba notando más receptiva, como prueba el hecho de que pelis como el Diario de Noa ya no me pareciesen tan abominablemente pastelosas.

Hablando un día con una compañera de trabajo de las relaciones, salió a relucir el tema de las webs de citas. Yo era un poco escéptica pero ella me insistió en que por experiencia propia si se sabia elegir las adecuadas se podía conocer a gente interesante y abierta a tener algo más que encuentros esporádicos, que a mí no me parecen mal pero para eso no me hacía falta utilizar Intenet.

Mi experiencia con Meetic

Tras sopesarlo unos días, me dije que por probar no pasaba nada y siguiendo las recomendaciones que me había hecho mi compa me inscribí en la conocida Meetic. Lo que más me gustó de ella desde el principio es todo el tema de las afinidades entre los usuarios, ya que hacen test para medirlas que facilitan mucho encontrar a solteros que sean compatibles contigo.

Luego eso se corrobora o no en las conversaciones de chat, y ya si la cosa fluye mucho en las citas presenciales, que son la prueba del algodón definitiva. Además la plataforma ofrece una funcionalidad muy interesante como es Meetic Badge, una insignia que las usuarias otorgan a los hombres que tienen un buen comportamiento, algo que tranquiliza mucho a la hora de plantearse quedar con alguien.

Una primera cita muy particular

Por esto y por otras razones de peso me aventuré a quedar un día con Javier en una primera cita-challenge que consistió en retarnos a montarnos en todas las atracciones de la feria que en esos momentos había en nuestra ciudad. No nos besamos por primera vez en lo alto de la noria como en las pelis americanas porque tenía ganas de vomitar más que de otra cosa, pero cuando me repuse un poco al bajar sí, y desde entonces llevamos tres años compartiendo nuestra vida, y siendo todo lo moderadamente felices que se puede ser en unos tiempos tan convulsos como estos.