Verano del año 2000
Salías del cine aquella noche de verano. La tormenta se había acercado mientras ponían los últimos créditos de la película que habíais visto, y las primeras gotas aparecieron cuando salisteis por la puerta.
-Ey, gorda – dijeron desde un banco cercano. Era un grupo de chicos algo mayores que vosotras, reunidos en uno de los bancos cerca del cine.
Te encogiste. Bajaste rápidamente la cabeza, escondiendo tu vergüenza entre los pliegues de la camisa que llevabas puesta.
Más “gordas”. Risas. Tus amigas respondiendo. Tus ojos concentrados en el asfalto irregular que os alejaba de ellos. Alguien cogiéndote de la mano para alejarte lo antes posible.
-Ni caso, Noe – te dijo una de ellas.
-Son los de cuarto. Imbéciles profundos – dijo otra.
Sonreíste. Aunque solo querías teletransportarte de allí a un sitio muy lejano. Ese nudo en la garganta no te dejaba gritar de rabia, de dolor. La humillación incrustada en tu gran barriga, en tus gordas piernas, en tu orondo trasero.
-Mañana entonces quedamos a las once en la piscina, ¿no?
Un plan que llevabas todo el verano evitando. La piscina cerca del instituto donde todos los chicos y chicas se reunían durante el verano. Ni siquiera estabas depilada. Ni siquiera habías intentado comprarte un bañador. Ese horrible cuerpo no podía mostrarse en una prenda tan pequeña, tan ajustada.
-Tengo planes con mis padres – mentiste – Es el cumpleaños de mi tía y pasamos el día fuera.
Después de fingir una gran sonrisa con tus padres y contarles lo bien que te lo habías pasado te encerraste en tu habitación. Sacaste del cajón de tu mesilla de noche las gominolas que solían tenerte prohibidas comer, y regaste con lágrimas tu culpa, tu repulsión a ti misma, por ser una vaga, por no poder dejar de comer. Por no poder adelgazar y así poder ser feliz.
Otoño del 2004
A veces la vida te da la mano y te lleva a sitios que marcan el destino del resto de tus días. Ese día te paraste en el tablón de anuncios de tu facultad. Un solo anuncio. “Feminismos Facultad de Psicología. Charlas. Talleres. Apúntate”. Días después fuiste a la primera reunión. Eran un grupo diverso. Lleno de sonrisas. Colores. De cariño y amor. De sororidad.
Verano 2014
Te entretuviste más de la cuenta mirándote al espejo de tu dormitorio. Sonreías. Te gustaba el tono dorado que el sol de la costa había depositado en tu piel ese año. Haber hecho top less te había dejado sin marcas de sol en el pecho. Qué bonito te iba a quedar ese vestido blanco ceñido con escote de corazón sin las dichosas marcas del bikini…
El pelo ondulado con reflejos cobrizos del sol brillaba cayendo por tu espalda. Tu maquillaje, como siempre perfecto, dejaban ver unos grandes ojos verdes ahumados, acompañados de unos jugosos labios pintados de fresa.
Te enfundaste tu vestido blanco, te calzaste las sandalias de plataforma plateadas, y acabaste de adornarte con unos pendientes y pulseras. No te pondrías colgante. Querías lucir ese escote sin nada más que ese precioso bronceado.
Cogiste el bolso y cerraste la puerta de tu pequeño apartamento. Esa noche estabas preciosa. Y tú lo sabías. Muchos pares de ojos reparaban en ti, mientras quemabas la pista de baile con tus amigas. Algunos chicos se acercaron a ti, probablemente cada uno de ellos llevaba sus propias pretensiones, pero ese día tú tenías las tuyas. Y era disfrutar del reencuentro con las chicas después de las vacaciones de verano.
Había amanecido cuando llegaste a casa con los pies doloridos y el pelo enredado y sudado de bailar. Tus casi cien kilos de peso se la tenían jurada a esas plataformas que tanto te gustaban, pero con ese vestidazo había merecido la pena.
Quisiste pegarte una ducha rápida antes de acostarte, y mientras te cepillabas el pelo, tu mirada recayó en una foto antigua del instituto. Sonreíste.
Como te hubiese gustado abrir una ventanita y decirle a esa chica gorda de la foto de hacía casi quince años que era preciosa. Que sus ojos verdes brillaban cada vez que sonreía. Que era increíble, divertida, inteligente, valiente y buena. Que era brillante. Que podía ponerse un bañador, un bikini o el vestido que le diese la gana, porque su gordo cuerpo era bonito, porque años después sería deseable y deseado. Y sobre todo, que no esperase a ser delgada para vivir y ser feliz.
Miraste la hora. Tardísimo. Tenías que acostarte ya si querías ir a la piscina mañana. Era un planazo que había surgido hacía un rato y por nada del mundo querías perdértelo. Ni ese, ni ninguno. Nunca más.