**RELATO ERÓTICO**

 

Coincidimos en un campamento, ambos éramos jóvenes todavía y lo que empezaron siendo unas carantoñas suaves, lentas, pausadas y con mucha calma, pasaron a ser besos ardientes, impacientes e insuficientes. No sé si fueron minutos… Quizá fueron horas, nuestra respiración estaba acelerada. 

—¿Te gusta? —me preguntó con la voz entrecortada por la excitación, revolviendo algo en mi interior.

—Mucho, me estás poniendo nerviosa. —Era cierto que me preocupaba ser una inexperta en esos temas, pero mis dedos le acariciaban el pecho, subía y bajaba mi mano derecha, ya que con la izquierda rozaba su rostro, era suave, muy suave y no sabía qué hacer.

—Me gustan tus caricias pero hay otra parte de mi cuerpo que las necesita más. 

—¿Qué dices? ¡Qué vergüenza! —Noté que mis mejillas se sonrojaron y de repente hacía mucho calor en esa cabaña.

—Venga, cariño, aprendamos juntos. —Cogió mi mano derecha y la acercó a su miembro. Todavía estaba vestido de cintura para abajo, pero sobre el pantalón sentí lo duro que estaba y una sensación nueva que no había experimentado nunca me dio valentía y empecé a masajear su pene. Con sumo cuidado, no quería hacerle daño—. Me vuelves loco, espera, ven, déjame desnudarte.

Lentamente me quitó la camiseta para rápidamente desabrochar mi sujetador y deslizar los tirantes con sus labios por mis brazos. Seguidamente, posó sus manos sobre mis pechos desnudos y sentí como su lengua jugueteaba con mis pezones endurecidos. Nunca me habían hecho algo así y eso que había sentido en mi interior unos instantes atrás, bajó a la velocidad de la luz a la zona de mi monte de Venus. 

No me daba tregua, y en medio de esa revolución de sensaciones noté como sus dedos se deslizaban por el interior de mis braguitas abriendo paso para acariciar esa parte de mí que ningún hombre había tocado. No sé en qué momento sus dedos comenzaron a introducirse en mí, pero sí sé que esa noche cambió mi vida. 

El resto fue todo muy rápido, segundos después, ambos estábamos completamente desnudos sintiendo el roce de nuestros cuerpos y la necesidad de fundirnos en un solo ser. 

Él se puso un preservativo y me preguntó si estaba preparada. Claro que lo estaba, mi cuerpo reclamaba su atención y sus caricias y, con mucho cuidado noté que se introducía en mí. 

Comenzó a penetrarme lentamente, con mimo, entraba profundamente en mí, se quedaba ahí, quieto, sin moverse para que pudiera sentir como su pene se acoplaba a mis paredes inexpertas, para acto seguido salir por completo dejándome vacía y nuevamente me la introducía, llenándome con todo su ser.

El ritmo se fue acelerando y comenzó con unas embestidas rápidas y ansiosas. Desesperada perdí la noción del tiempo y volví a recuperarla cuando mi cuerpo sintió algo completamente desconocido para él.

La siguiente vez que tuvimos la oportunidad de estar juntos fue un poco peculiar. No estábamos solos, ya sabes, en un campamento rara vez se dispone de una habitación individual. Juro que intenté controlarme, pero fue imposible,  su cuerpo me llamaba a gritos y no podía desaprovechar la oportunidad de tenerle entre mis brazos nuevamente, no sabía si una situación así volvería a repetirse y necesitaba albergar más recuerdos nuestros juntos.

Se acercó sigilosamente y me susurró que no hiciera ruido, que le diera todo de mí en silencio haciéndole sentir que únicamente  estábamos él y yo. Y lo hice. Por supuesto que lo hice.

Posé mis labios necesitados de su sabor sobre casi todos los rincones de su cuerpo, y digo casi todos, porque evitaba esa zona que hacía algunos días había estado dentro de mí.  Era la primera vez que iba a sentir la sensación de tenerle en el interior de mi boca y aunque la vergüenza me tenía acalorada a partes iguales que la excitación, lo hice. 

Acerqué mi lengua sedienta por probarlo, comencé a lamer lentamente, con inseguridad, rodeando su punta, quería más de aquello que había comenzado a fluir. 

Al ver cómo su mano me acariciaba el pelo e intentaba meterla en el interior de mi boca, giré la cabeza hacia donde se encontraba mi compañera de habitación y vi que no se había movido, que no era consciente de lo que estaba ocurriendo a escasos centímetros suyos y eso encendía más mi cuerpo, supongo que saber que podían vernos en esa situación, lo hacía más excitante todavía. Sin miedo le miré a los ojos para acto seguido darle el mejor orgasmo de su vida hasta la fecha con mi boca. 

No creas que la cosa acabó ahí, él hizo lo mismo conmigo, sin embargo, mis gemidos tuvieron que ser acallados con una mirada penetrante y llena de sorpresa. Teníamos que estar en silencio, lo sabía, pero me resultaba imposible controlar tantas sensaciones.

Ese verano cambió mi vida.

No volvimos a vernos hasta años después, cada uno teníamos nuestras vidas. Era verle y saber que necesitaba tener aunque fuera un mínimo contacto con él, era una adicción, nadie había logrado hacerme sentir como él, y sabía que sus labios y su cuerpo eran la droga que me harían alcanzar el estado de éxtasis y solo con él lo conseguiría, ya que nadie antes me había vuelto a hacer sentir así. 

Mierda, tenía novia y se le veía tan enamorado de ella que todas mis esperanzas de volver a estar con él se vieron resquebrajadas. Todas las personas de su entorno decían que era muy feliz, que llevaban varios meses juntos y que era una historia de amor de esas que perduran en el tiempo. Con una simple mirada confirmé que eso no era cierto, a ella no la observaba de la misma forma en que me miraba a mí, en sus ojos no había el deseo con el que seguía mirándome a mí.

—¿Todo bien? —preguntó saludándome con un par de besos. Su olor me hechizó.

—Claro. ¡Cuánto tiempo! 

—Demasiado para mí. —Ahí estaba la respuesta que necesitaba. 

Tuve que hacerlo, me vi obligada a ponerle a prueba con un plan, podía salir mal, pero, ¿qué perdía? Nada. Puede que pienses que estuvo mal lo que hice, pero yo no tenía pareja y él me volvía loca. 

Empecé a hablar más de la cuenta con uno de sus mejores amigos y finalmente, una tarde en que sabía que él estaría, quedé con su amigo. Yo iba de mujer inocente, como si no supiera qué era lo que pretendía su amigo conmigo. En realidad, ambos buscábamos lo mismo, pero no de la misma manera ni con la misma persona, por supuesto. El chico era guapísimo, tengo que decirlo, pero claro, no podía salirme de los planes que tenía pensados.

Esa tarde me arreglé como nunca, me sentía atractiva y trasladé ese sentimiento a mi forma de vestir. Me puse un pantalón ajustado, parecía una segunda piel, una camisa que marcaba mi escote, no enseñaba  demasiado, pero sí dejaba a la imaginación lo que se escondía bajo la tela y además, terminé el look con unas sandalias de cuña, un maquillaje ligero y una cola de caballo alta.

Efectivamente, cuando llegué a la casa de este chico, estaban allí los dos, tal y como me imaginaba. Su cara lo decía todo. Discutieron entre ellos y poco les faltó para llegar a las manos. En cuestión de minutos su mejor amigo estaba en el rellano de la casa y yo acorralada entre sus brazos y la pared del salón con sus manos sobre mi cuerpo y sus labios castigando los míos con besos apasionados y hambrientos de mí. 

— ¿Esto es lo que quieres? —susurró jadeante muy cerca de mi oído. 

—No. Te quiero a ti —le dije muy segura de mí misma mientras me deshacía de su ropa.

—Juegas con mi ganas de estar contigo y eso no está bien, pequeña.

—¿Tú crees? Tienes pareja, no sé si esto es lo más correcto entre nosotros. —Lo sé, a veces mi parte ética hace de las suyas en los momentos menos apropiados. 

—Ahora no vengas con esas, has venido buscando guerra y vas a tenerme de todas las maneras en que puedas imaginar. 

Y así fue, ¿alguna vez has tenido una sesión de sexo durante horas y horas que ha finalizado por sentir doloridas partes de tu cuerpo que ni sabías que existían? Yo sí. Esa fue mi tarde. Lo hicimos de todas las maneras posibles. De pie en el salón, sentados en un sillón, tumbados en la cama en posturas casi inimaginables, en el suelo, incluso en la ducha cuando ya íbamos a marcharnos, ahí fue donde tuve que decirle que no podía más.

Él me contestó que nunca tendría suficiente de mí y que pasaran los años que pasaran, entre nosotros no habría ataduras, pero siempre sería su mujer.

Han pasado veinte años desde aquella primera vez juntos y si te preguntas si ha vuelto a suceder, la respuesta es sí.

 

Alba C Serrano