Uno de los espacios donde un niño dejar ver sus valores es el parque. ¡Ay los parques infantiles! Columpios, arenero, toboganes, más niños… Todo un compendio de elementos que a los churumbeles vuelve locos y lugar, además, en el que más interactúan.

Han pasado las fiestas y ahora sí es el momento en el que los peques están más a tope con los regalos de Navidad. Muchos tienen tantos cachivaches nuevos que ya no saben con qué jugar y, por supuesto, cuando llega la hora de bajar al parque hay que llevar algo de paseo sí o sí.

¿Qué pasa entonces? Pues que como es lógico la zona infantil se ha convertido en una pasarela de juguetes chachis, a cada cual más molón. Y, también como era de esperar, los retoños van a querer jugar con los suyos pero con los de los demás también. Porque lo mío es la hostia pero el robot dispara rayos de ese niño no lo puedo dejar escapar.

Es aquí donde realmente comienza la disputa existencial.

Enseñarle a un niño que prestar sus cosas es lo correcto es algo obvio, ¿no?. Todos tenemos grabada a fuego aquella frase que tanto nos repetían: “Hay que aprender a compartir, si no dejas que Manolita juegue con tu coche, ella no te dejará sus muñequitos”.

¿¡Y qué sabía la gente si yo iba a querer jugar con los chismes de Manolita!? Que encima Manolita era una marisabidilla insoportable, ¡cómo para pedirle nada a ella!

El caso es que mostrar a un peque que no se puede ser egoísta viene de serie con esto de ser mamá. Perfecto. Pero quizás el obligarlos a prestar un juguete como si eso fuera una norma inamovible tampoco sea la solución.

Decenas de niños en el parque, Minchiña jugando con sus muñecos, se acerca otra niña y decide agarrar uno de los animalillos y llevárselo al otro lado del recinto. Minchiña llora, Minchiña se queja, y yo intento explicarle que tiene más personajes y que vamos a dejar que esa peque disfrute un ratito de nuestro juguete. Parece fácil, ¿verdad? Pues no lo es.

No lo es porque nadie sabe qué le está pasando por la cabeza en ese instante a Minchiña. Ella tan tranquila rodeada por sus nuevos tesoros y de pronto tiene que comprender que alguien acapare uno de ellos así, por las buenas. ¿Y si en su propia historia necesitaba a todos los muñecos?

Como madre tampoco te encuentras en una de las situaciones más cómodas del mundo. Si aceptas que otro niño se lleve un rato el juguete deberás lidiar con una hija fuera de sí; pero si no lo permites… mucho ojo porque llegarán las posibles miradas de desaprobación de los adultos. Porque sí, porque estás criando a una hija egoísta y menuda educación le estás dando.

Diréis entonces que lo más sencillo sería que ambos retoñitos se unan para jugar, así nos ahorramos más de un disgusto y todos contentos. Nuevamente, no. Los peques juegan con quien quieren cuando quieren. Es posible que Minchiña invite a otros niños a divertirse con ella, pero también es la mar de probable que decida que ese día le apetece jugar sola. Es comprensible, ¿no?

El mejor ejemplo que he leído al respecto de todo esto se resumiría en algo así:

“Estás en una cafetería desayunando y leyendo el periódico. De repente se acerca un desconocido y sin mediar palabra te arranca la prensa de las manos. Enfadada, te quejas al propietario del local que con muy buenas palabras te responde: Venga, tú ya lo has leído mucho, hay que saber compartir, ese chico también quiere leerlo, si os apetece ¿por qué no lo miráis juntos?

Como adultos sabemos medir y por lo tanto valoramos qué podemos o no ofrecer a los demás. No queremos ser egoístas pero, evidentemente, no lo cedemos todo. ¿Por qué obligar a los niños a hacerlo?

Lo que para nosotros es un simple juguete para ellos es su bien más preciado (al menos en ese momento). Los sentimientos de nuestros peques son complejos y no olvidemos que ellos mismos todavía están aprendiendo a gestionarlos. Quizás sea demasiado pedirles que entiendan tan rápido según qué conceptos como la solidaridad o la codicia.

No hay prisas. Habrá mil situaciones cotidianas en las que podamos enseñar a no ser egoístas, en las que sin necesidad de llantos o de pasarlo mal el propio niño vea lo importante que es repartir con los demás. Mientras tanto dejémosles continuar con su juego sin meternos los mayores de por medio. Lo fantástico de la inocencia infantil es que siempre se saca algo positivo de cada vivencia, es como escribir sobre un libro en blanco.