He llegado a un punto de mi vida en el que mis plantas me acompañan más que muchas personas

 

Mi primer novio se llamaba Marquitos.

Teníamos cuatro años y nunca supo que salíamos. Siempre estaba demasiado concentrado en pintarrajearlo todo y en el contenido de sus orificios nasales como para darse cuenta.

Después de él vino Nico.

Luego Raúl.

Carlos.

Edu.

Manuel.

Alberto.

Javier.

Pablo.

Piru.

Rober.

Gonzalo.

Roger.

Paro ya, esos son los novios que tuve hasta los veinte.

Ahora mismo no me apetece ni recordar a los que les siguieron, que son menos, pero dejaron una huella más profunda.

Lo que quería decir es que, aunque tardé lo mío en darme cuenta, un buen día caí en que no sabía estar sola.

Tal vez porque prácticamente no lo había estado nunca.

Tuve que salir de mi relación más tóxica y destructiva hasta la fecha para dar con el quid de la cuestión y decidir que había llegado el momento de aprender a estar sola conmigo misma.

No fue fácil.

Se me hizo complicado hasta dormir sola.

La casa y las responsabilidades se me caían encima.

Imagen de Ivan Samkov en Pexels

Había pasado de vivir con mis padres a vivir con mi novio. Cuando me separé del primero, volví a casa con el rabo entre las piernas. Cuando lo hice del segundo, viví una temporada con una amiga hasta que me mudé con el tercero.

 

He llegado a un punto de mi vida en el que mis plantas me acompañan más que muchos hombres

 

Tuve que resistirme a hacer las maletas y correr con papá y mamá. Era una cuestión de orgullo.

Sin embargo, una vez me hube acostumbrado a la nueva situación, comencé a ver las ventajas.

Empecé a disfrutar no solo de la soledad, sino también la independencia y la libertad.

Y, como yo soy una persona de blanco o negro, me pasé al otro extremo de la cuerda:

 

He llegado a un punto de mi vida en el que mis plantas me acompañan más que muchos hombres.

 

Imagen de Karolina Grabowska en Pexels

Tal cual, no es una exageración.

Dado que no tengo término medio, porque los grises nunca han sido lo mío, he pasado de no saber estar sola, a no saber estar con nadie.

No sé o no quiero.

Tal vez nunca quise y no lo sabía, e iba encadenando una relación con otra por pura inercia.

Lo que tengo claro es que en estos momentos la única compañía que quiero es la de mis plantas.

Esas que tengo en el balcón que mi ex tenía copado con sus movidas. El mismo ex que no me permitía poner ni una petunia en la esquinita porque no iba a saber cuidarla y él no pensaba hacerlo.

Pues ahora MI balcón parece un anuncio de Ikea.

Imagen de Cottonbro en Pexels

Con su mesita, su silla. Sus geranios, begonias, ciclámenes… tengo hasta un hibisco como el de la vecina rubia que se me está dando fenomenal.

De cuando en cuando salgo con algún hombre… A veces me da por ahí, aunque siempre vuelvo a casa sola.

Y allí riego, podo, abono, recorto, trasplanto y soy feliz con mis plantas bonitas —además de conmigo misma— como hacía mucho tiempo que no lo era.

 

La loca de las plantas

 

 

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