Un día cualquiera hace unos meses, cotilleando en Facebook, me encontré con un artículo que alguien había compartido que prometía lo más codiciado en tiempos de Tinder: el amor. Con un titular que lo pintaba como lo más sencillo de este mundo, era cual brilli-brilli para una urraca.

Juega bien estas cartas: las 36 preguntas preguntas para enamorarse de cualquiera.

La verdad es que yo en enamorarme no tengo problema alguno; es más, soy de las que se encariña con la piedra de tanto tropezar, pero estaba claro que lo que nos estaban vendiendo era más rápido que elegir el modelito para la cita en cuestión.

 

Yo, 3 horas antes de cada primera cita.

 

Parece ser que en el ’97 un científico dio con la clave para el enamoramiento y aseguró que con solo 36 preguntas y una hora dos completos desconocidos se podían enamorar, o al menos ese era el gancho. Una vez que lees un poco más en realidad las preguntas están destinadas a generar intimidad, y claro, una cosa puede llevar a la otra y las manos van al pan.

Guardé el artículo como tantos otros porque tengo cierto de Diógenes del Bit, como dice un amigo. Es que ahora lo que acumulamos son descargas, archivos y un montón de trapallada en formato MB y te acabas olvidando de que están ahí.

Y así pasó, hasta que un día de solazo decidí darme la licencia de hacer menos que un bivalvo y sacar mi toalla al jardín y que el blanco nuclear de mis piernas pasara al menos a ser blanco roto; que sabes que color es si tu mejor amiga o tú misma os habéis vestido de novias(sino es blanco y punto).

De nuevo yo, después de mi primer día tomando el sol con protección 50.

 

Mi compañera de casa, que también tenía el color de un vampiro con una bajada de tensión, se unió a mi sesión de «voy a coger toda la vitamina D que me sea posible», y allí estábamos las dos tiradas, tan reflectantes que los de seguridad aérea nos tendrían que haber prohibido destaparnos. Entonces me acordé del artículo de las 36 preguntas:

– ¿Sabes? por lo visto con 36 preguntas puedes hacer que el otro se enamore de ti.

– ¿¿¿En serio????

– Bueno, eso dice…¿probamos?

– Ok, vamos a ello.

– Vete despidiendo de tu novio hahaha

 

Así que establecimos unas normas básicas:

  • Ambas debíamos responder todas las preguntas (excepto, claro, que el tema te superara).
  • Cambiaríamos el turno de quién responde primero.
  • No vale contestar con un Sí o un No, hay que desarrollar un poquito la respuesta.

 

Y una vez dicho esto empecé a leer las preguntas.

Las primeras preguntas resultaron tan aliviantes como llegar a casa después de haberte bebido un litro de agua y no haber visto bar alguno donde liberar tu vejiga del sufrimiento. Porque, sinceramente, yo no había leído más que un par de preguntas por encima hacía tiempo; pero digo yo que para conseguir una que la persona que tiene en frente se enamore de ella no le pregunta si es más de Coca-Cola que de Pepsi. Pero después nos fuimos dando cuenta que eso era el calentamiento, como cuando te dan un precio sin IVA, al final te va a doler.

La verdad es que he de confesar que yo jugaba con ventaja, ya que la colección de preguntas las tenía en castellano y las iba traduciendo al inglés, que es en el idioma en el que me comunico con mi compi.

Aunque nosotras no éramos absolutas desconocidas como los conejillos de indias que utilizo el Doctor Amor, nuestra relación era más cordial que otra cosa, entre otros motivos porque mayormente trabajábamos en turnos diferentes hasta esos días.

¿Cambiaría a partir de entonces? Pues sí, si lo hizo.

Y es que, después de la primera batería de preguntas, la segunda va más a tocar la fibra; y es como cuando te haces un tatuaje: Ya te han empezado a meter tinta en la piel con aguja, ¿te duele? te jodes y aguantas hasta que se termine; que además te va a quedar bonito. El segundo set de preguntas fue sobre el amor y la amistad, para que una se pusiera ñoña (y por tanto vulnerable) hablando de familia y amigos; recuerdos y demostraciones de afecto.

Una vez estaba una más blandita que la típica mantequilla que hay que templar un minuto al micro para hacer unas magdalenas, el ataque fue directo con las 11 últimas preguntas, encontrando entre ellas haceros cumplidos, hablar de un «nosotros» y alguna pregunta cuya respuesta ni has pensado ni hubieras confesado a nadie.

La conclusión es que se genera un vínculo inesperado y que, o muy poco te gusta lo que el otro te responde o eso no sé rompe sino que como un elástico, te tira a averiguar más. Enamorarme no me enamoré pero nuestra relación fue muy diferente hasta que la dejamos morir para volver lentamente a nuestra rutina del «buenos días» en el pasillo.

«Después de todo lo que hemos vivido juntos…»

 

Pd: Yo no recomendaría para nada presentarse a una primera cita de Tinder con dos copias del listado de preguntas, porque sería super weird, pero leértelas y sacar alguna en vuestra conversación de birreo puede ayudar a salirse de las conversaciones standards y romper silencios.