Lee aquí la primera parte 

Al otro lado del teléfono se encontraba mi madre, totalmente aturdida, soltando palabras sin sentido que yo no lograba entender. Le pedí calma, que se sentase e intentase decirme qué era lo que ocurría. Pasados unos segundos no tuve más respuesta y me tocó salir pitando hacia su casa, aunque recordé que aquella mañana había ido a trabajar en bicicleta y no era el momento de pedalear. Llamé a mi hermana, que no respondía, debía estar en un juicio y no me iba a contestar. Mi madre tenía un botón de llamada de emergencia que iba directamente a mi teléfono, algo no iba bien, frené un instante pensando en cómo me recorrería Madrid de punta a punta con mayor rapidez. Entonces sentí que alguien me agarraba de la mano y tiraba de mí, era Carlos, que ya había cogido nuestros abrigos y miraba a una de nuestras compañeras avisando de que debíamos salir por una emergencia.

No hizo preguntas, tan solo quiso saber a dónde debía conducir mientras yo llamaba nerviosa a una ambulancia para que llegaran cuando antes a casa de mi madre. Carlos conducía a toda velocidad, maldiciendo a los coches que se le cruzaban, sin mirarme, aunque con un gesto nervioso en su forma de actuar. La angustia por llegar cuanto antes me hizo llorar, intentaba soportar las ganas de romper en llanto pero no podía, Carlos se giró y me miró, me tendió un paquete de pañuelos que guardaba en la guantera y solo me dijo que no pensase en lo peor, que todo sería un susto.

Para cuando llegamos a casa de mi madre entramos corriendo en aquel piso y la encontramos tendida en el suelo de la cocina. Pocos minutos después llegaban los sanitarios. Mi madre había sufrido un ictus, pero habíamos sido rápidos. Las secuelas fueron muy duras, pero al menos a día de hoy puedo decir que continúo teniendo una madre conmigo, que trabaja día a día por volver a ser la que era antes de aquel accidente.

Tengo el recuerdo de Carlos esperando a la entrada del hospital aquella tarde. Él se hizo cargo de volver a la oficina e informar a nuestros jefes de lo que había ocurrido. También se había preocupado en venir a buscarme una vez mi madre estaba ya descansando para acercarme a mi casa. Sin más, le salía solo, era como si algo en su interior le dijese que así es como debe comportarse un verdadero compañero.

Me sentí culpable cuando a las 23:30 de la noche lo vi allí, apoyado en su coche, con los brazos cruzados, después de aquel día terrible. Pero también pude verlo con otros ojos, dejaba de ser entonces aquel toca narices que me habían impuesto en la oficina para ser un hombre simpático, preocupado, que en absoluto tenía que estar pasando su tiempo en aquel aparcamiento.

Creo que el accidente de mi madre marcó un punto de inflexión entre Carlos y yo. En cierta parte el vernos a los dos colaborando el uno con el otro con el estrés vivido aquella mañana nos humanizó un poco a ambos. En la oficina comenzamos a hablar más allá del trabajo que teníamos que desarrollar juntos, Carlos me preguntaba por la evolución de mi madre, yo intentaba saber más sobre su vida más allá de aquel despacho. Un hombre soltero, que salvaguardaba alguna que otra relación con final inesperado y que había viajado desde Cádiz esperando encontrar su sitio a nivel personal y profesional.

Sí, era evidente que Carlos y yo teníamos mucho más en común de lo que ambos nos habíamos imaginado, y aunque dedicábamos la mayor parte de nuestro tiempo juntos a sacar adelante nuestro trabajo, los dos estábamos aprendiendo a guardarnos afecto más allá de cuentas y cálculos.

Todo iba prácticamente como la seda hasta que llegó la cena de navidad de la empresa. Una fiesta por todo lo alto donde una gran firma invitaba a todos sus empleados a una cena-fiesta-cotillón que ya tenía la fama de ser un desmadre increíble. Un momento en el que los jefes desaparecían y allí todos éramos iguales divirtiéndonos, disfrutando de una cena estupenda y de una fiesta que bien nos habíamos merecido.

Mi madre ya estaba mucho mejor, llevaba ya algunos días en casa y mi hermana me prometió cuidar de ella mientras yo iba a la cena. No me apetecía demasiado pero la insistencia de ambas hizo que me plantificara un conjunto elegante la mar de resultón y que pusiera un poco de empeño en maquillarme y peinarme.

Como al fin y al cabo esta historia va un poco de sincerarse, la verdad es que mis mayores ganas las guardaba en pasar un rato más con Carlos. Él me había insistido bastante en que no podía faltar a la fiesta, que nos tocaba tomarnos unos buenos vinos a la salud de nuestro jefe y que como no me presentara puntual vendría a buscarme a casa. Para mi sorpresa, aquellas palabras se repetían una y otra vez en mi cabeza. Hacía tres días que había cogido vacaciones por lo que desde entonces no veía a diario a Carlos. Sí, se podía decir que empezaba a echarlo de menos, y aquello me daba una rabia horrible, aunque ante todo me provocaba muchísimo miedo.

Para variar nos sentamos juntos. Carlos me recibió mientras hablaba animado con otros compañeros, sonriendo como solía hacer. Vestía unos pantalones de corte chino que le sentaban de muerte y un jersey de cuello vuelto que lo convertía en un conjunto casi de revista. Podía imaginármelo eligiendo su atuendo aquella tarde, abrochando con cuidado los botones del puño de su camisa, colocando con esmero aquel cuello. Suspiré hondo y sonreí para sorpresa de todos los que formaban parte de aquel corrillo.

Fue una cena divertida, en la que disfruté charlando con aquellos compañeros a los que hasta hacía poco tiempo apenas había dado alguna oportunidad. El vino hizo el resto, y me permitió abrirme más a aquellas chicas a las que había prejuzgado tan injustamente. Bebimos, nos acompañamos al baño como si fuésemos amigas de toda la vida, salimos juntas a fumar un cigarrillo… Carlos se acercaba a mí de vez en cuando para decirme que se alegraba de verme tan bien. Yo le sonreía y le guiñaba un ojo, dejándome llevar por las ganas que tenía, de pronto, de arrancarle aquel jersey a mordiscos.

Aunque como la vida no es un cuento de hadas, hay momentos en los que es muy difícil que todo salga como esperábamos. Puede que yo misma me hubiera hecho una idea irreal de mi relación con Carlos, o que el alcohol me hubiera engañado aquella noche. La cuestión fue que debían ser las 4 de la madrugada y en mi quincuagésimo viaje al baño bajé las escaleras del restaurante para encontrarme allí, apartados del resto del grupo, a Carlos junto a una de nuestras compañeras comiéndose la boca como si no hubiera un mañana. Me sentí tan estúpida como una adolescente sumida en el desamor. La alegría que había invadido mi cuerpo toda la noche se fue de repente, y sin hacer ni un solo ruido, agarré mis cosas y pedí un taxi para irme directa a casa.

Al día siguiente, entre la resaca y el mal cuerpo que aquella imagen me había producido, no fui capaz de levantarme de la cama. Mi móvil sonaba sin parar, primero porque el grupo de los compañeros de curro estaba frenético de mensajes recordando la noche anterior, y segundo, porque Carlos no dejaba de escribirme preguntándome dónde me había metido. Apagué el teléfono y giré sobre mí en la cama, no quería saber nada del mundo. Estaba de vacaciones hasta el 7 de enero y hasta entonces, esperaba sanar esa especie de herida que mi cuelgue por Carlos me había provocado.

Para cuando volví a encender el teléfono pude ver que Carlos me había llamado un par de veces y que había cesado en su empeño porque le respondiera a los mensajes. Tan solo me había preguntado si todo iba bien, si había pasado algo. Su último mensaje, únicamente decía que si se había equivocado en algo conmigo, que por favor lo perdonase. Tres días después de aquella fatídica cena, todavía regalándole a Carlos mi mutis total, mi hermana consiguió sonsacarme toda la información. Llevaba días apática del todo, cuando al fin había conseguido salir de mi cascarón, y era evidente que algo me había pasado. Con toda la vergüenza del mundo le conté que estaba colgada del todo por aquel chico que me había llevado a rescatar a mamá, y que verlo allí, besándose con otra, me había roto por dentro.

¿Y qué son unos besos? ¡Anda que no me he dado yo besos con hombres que después me la han sudado mucho! ¡Y encima borracha! ¿Puedes hacerme el favor de escribirle como una persona adulta que eres?

Me tembló la mano mientras tecleaba cada una de las letras de la palabra ‘hola’. Comencé a deliberar con mi hermana sobre qué más añadir y en aquel momento me di cuenta de que había enviado el saludo a secas. Al segundo vi que Carlos estaba en línea y escribiendo. Un escueto ‘hola’ fue su respuesta. Quise morirme, no tenía ni idea de qué decir, de si pedir perdón por desaparecer o ser completamente sincera con aquel hombre. Mi hermana y yo hablábamos sobre cómo afrontar aquello hasta que, de pronto, mi móvil comenzó a sonar.

Hola…

Hola Paula, como no me respondías pero estabas en línea, creí que era buen momento para llamarte ¿va todo bien?

Suspiré hondo antes de poder responderle. Hacía tiempo que no estaba tan nerviosa.

Sí, estoy bien, todo está bien…‘ En aquel momento mi hermana me arreó una gran patada que me hizo volver a la tierra. ¿Cómo que todo iba bien? ¡Paula, joder!

Bueno, realmente no, o bueno sí, no lo sé, perdóname Carlos, te estoy volviendo a ti loco por mis movidas en la cabeza. En serio, perdona.‘ Separé el teléfono de mi mejilla y terminé la llamada ante la estupefacta mirada de mi hermana.

No iba a ser capaz de decirle nunca a Carlos que empezaba a sentir algo por él. Que aquellas semanas de trabajo juntos me habían ayudado a conocerlo y que realmente creía que merecía la pena mucho más de lo que él se pensaba. El miedo a un nuevo rechazo, a que ese chico alto y guapo pasase de la chica gordita de la oficina. La historia de mi vida, y se repetía una vez más. Cuando estaba a punto de echarme a llorar, un mensaje entró haciendo vibrar el teléfono sobre la mesa.

No sé qué es lo que te tengo que perdonar, lo que necesito es que nos veamos. Hoy voy a estar a las 18:00 en la Plaza Mayor dando un paseo. Espero que vengas si te apetece.

Como esperaréis, no pude faltar a aquella tarde de frío en Madrid. Apoyada por la mirada de mi hermana, que me animaba sin decir ni una sola palabra. Solo mirándome y asintiendo porque al fin parecía que estaba haciendo bien las cosas.

Me puse el gorro más abrigoso que tenía, una gran bufanda alrededor del cuello y salí hacia la Plaza Mayor con las piernas y buena parte de mi cuerpo convertidos en un auténtico flan. La gente se apelotonaba en la Plaza, recorriendo los puestos navideños, todo adornado por las luces y el sonido de los villancicos. La estampa perfecta para un 30 de diciembre. Apenas un día para terminar el año.

Buscaba a ese hombre alto entre la multitud y a cada paso que daba mi corazón bombeaba mucho más fuerte. No había rastro de Carlos y ya eran más de las 18:00. Frené en seco y tomé mi teléfono esperando poder escribirle para que al menos supiera que no lo iba a dejar tirado. Y mientras intentaba quitarme uno de los guantes, escuché la voz de Carlos a mi espalda.

Te he tenido que reconocer por ese bolso del que nunca te separas‘ Carlos acarició con gracia el pompón de mi gorro de lana.

Estoy muerta de frío ¿a quién se le ocurre quedar un día como hoy en la Plaza Mayor?

A alguien que está deseando pasar tiempo a solas con una chica increíble ¿te vale como respuesta?

No puedo explicar lo que sentí en aquel momento. Carlos tocó una de mis manos con la suya creando un contacto que no me esperaba para nada, pero que me gustó no sabéis cuánto. Teníamos mucho que decirnos y aquel podía ser el momento de hacerlo.

Fue una tarde única, en la que al fin pudimos ser sinceros el uno con el otro, sin medias tintas, sin competitividades, solo nosotros y el mejor ambiente de Madrid. Un chocolate caliente nos acompañó al final de la tarde, sin dejar de pasear. En un momento parecía que se nos habían terminado las palabras, se hizo el silencio como por arte de magia y miré a Carlos, que revisaba con interés el puesto de artesanía de una señora. Se giró para sonreírme y para mi sorpresa lo vi acercarse peligrosamente a mí.

Paula, tienes chocolate en el labio…‘ me dijo casi en un susurro y sin dejarme pensar sentí como aquel hombre y yo nos dábamos nuestro primer beso.

¿Es esta mi historia de amor? Al menos, hasta ahora, Carlos ha sido y es de las mejores personas que se han cruzado en mi vida.

Fotografía de portada